Perdidos leyendo traducciones / María Carolina Geel (1913-1996): Las balas se disparan para siempre

“(…) Respetuosamente suplicamos a Vuestra Excelencia indulto cabal para María Carolina Geel, que deseamos mujeres hispano-americanos


Autor: Grado Cero
“(…) Respetuosamente suplicamos a Vuestra Excelencia indulto cabal para María Carolina Geel, que deseamos mujeres hispano-americanos. Será una gracia inolvidable para todas nosotras”.

-Carta de Gabriela Mistral a S. E. el Presidente de Chile, Don Carlos Ibáñez del Campo, 13 de agosto de 1956-

Por Cristóbal Gaete

 

“Cárcel de mujeres” (1956) es una caída libre al medio de  la noche eterna del presidio. La oscuridad inquieta y democrática nos hace olvidar que es el relato de una escritora, es todo el sonido el que abraza en el inevitable insomnio. El yo de Geel se multiplica en todos los carácteres que esconde de la sociedad el edificio. Una elección sensata y hasta explícita por el lugar de privilegio que significa el pensionado, pagar por estar protegida, cerca y aparte de las presas comunes, tener el propio teatro canero a metros.

El libro no es crónica, no es novela; nacido de la correspondencia con Alone, no hay modelo de género que funcione. Acierta entonces la comparación del crítico con “La casa de los muertos” de Fiódor Dostoievski. Geel tenía ya varias publicaciones a su haber en narrativa y ensayo, resulta un modelo antagónico al de Gómez Morel y la mítica novela de formación y debut “El Río” (1962), concentrada en la expiación. La crónica larga de Geel se disuelve cuando habla de su crimen, estructuralmente tiene que ver con el modo en que se vive un presidio de un año y medio, hacia fuera y después hacia dentro. En un principio su texto es la experiencia del submundo, de honda obscenidad discursiva. Si hay una diferencia amplia entre la lengua de los libros  y de la calle, es de imaginar esa distancia con la lengua presa.

La lengua también es deseo que se ejecuta en el presidio. Solo están esos cuerpos dentro, las jornadas de visita son diálogos mediados por una reja. Entonces el encuentro carnal se da de manera esperada ante la presencia de los gendarmes. Pero Geel además nos descubre el lesbianismo en práctica sugerida o evidente. Una presa liberada que mata con alevosía para volver al mismo lugar, da la prueba de amor definitiva: el amor es también una cárcel. Sutil en cartas y oyendo gemidos suaves que permean hasta su piel lacerada por la autoridad. Otras internas prefieren atentar contra sí mismas para encontrar calma.

A todo se entrega Geel, con su sicología particular, fría pero conmovida. Canciones populares deformadas, la oferta religiosa. Es especialmente enfática en la sección para mujeres embarazadas o con bebés hasta de un año que a veces pelean.

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“Lo espiritual… ¿Qué es el hombre?, ¿cuál es la verdad de su existencia cuando después la cabeza debe inclinarse frente a la verdad arrolladora de una mujer que allá en el Patio de las Guaguas, ha sido tomada por el cólera más feroz, cólera cuya crecida llega hasta el límite último del furor? Porque ella, viéndose impedida de abalanzarse como ciega fiera sobre otra para arañarle el rostro y desgarrarla en su cuerpo, revuelve su ira contra sí y empuñadas las manos golpea brutalmente su vientre grávido, en tanto grita al hijo, dormido entre ellas, entre ofensas obscenas: “¡Guachooo!”.

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La protección y el propio aislamiento del pensionado-lugar  habitualmente para delitos económicos- le permite volverse hacia dentro, al crimen que la tiene allí, revisarlo para la literatura y dejar frases para siempre, buscar motivos para lo inexplicable. La empuja el entorno; es fácil acceder hoy a la información de la crónica roja: una mujer que comparte la hora del té con un hombre viudo en el exclusivo Hotel Crillón. Le dispara, la gente huye y ella lo besa en uno de los lugares en que le impactó, para luego no colaborar con su defensa.

Es todo lo que podemos esperar del periodismo. Hay artículos que a veces clasifican a la autora en una clase alta o media. También sus extremos: culpar a jóvenes asexuados que le metieron el existencialismo en la cabeza.

Joaquín Edwards Bello y su teoría que tiene que ver con la propiedad que sentía del lugar del crimen, un lugar de escenificación santiaguina, que ya había escrito con “La chica del Crillón” (1935), donde tomó una voz femenina. El cronista decía que la realidad patea el culo de la ficción y concluye que Geel quería ser vista al disparar.

La cárcel se adhiere a su relato, Geel culpa a su víctima, Roberto Pumarino, como lo hacen otras presas que dicen que debe castigarse al robado: “Porque todo el bien que él pudiera darme no alcanzaría a desplazar la espantosa miseria moral que el matrimonio llega a infiltrar en los seres”.

Se sabe, entonces y para siempre, animal de feria.

Cinco disparos que están encima de los cuatro libros que llevaba entonces. No sólo Alone la admiraba, Ricardo Latcham, el otro gran crítico literario chileno, escribe en La Nación sobre “Extraño estío” (1947): “María Carolina Geel ha perseverado y enriquecido su ya poderosa facultad analítica y sensorial (…) Usa una técnica moderna, de planos audaces, ajena a procedimientos atrasados y saturados todavía por el costumbrismo del siglo pasado de nuestros novelistas”. Latcham con sólo desenvolver la trama nos muestra la libertad moral que ejecuta la escritura de Geel, sintetizando en una mujer que se entrega sin profundidad a dos amantes de distintas edades.

En el contexto de la emergencia feminista urge visitar un acervo que supera la ficción. El paradigma son los ensayos de “7 escritoras” (1949), en los que Geel escribe con profundidad de sus colegas como lo hacía más brevemente en prensa. Fija su admiración a Mistral, Bombal y Brunet; son especialmente interesante los juicios sobre las dos últimas, dándole lugares que el tiempo les ha hecho merecer en la literatura nacional. De la viñamarina además afirma su influencia en su propio estilo, legado que podemos palpar en “Cárcel de mujeres”:

“Murmullo de voces, prolongado, denso y sordo en su continuidad ondulante que solo termina con el fin del día. A espacios casi regulares lo hieren palabras sueltas, carcajadas, herejías”.

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La locación del disparo también nos recuerda a María Luisa, que no mata a Eulogio, otra devorada por el dato rosa. 14 años después las mujeres escritoras afinan la puntería para los amantes problemáticos.

“Cárcel de mujeres” es reeditada el 2000 por Cuatro Propio en una colección económica, aún en circulación remanente, difundida en kioscos a su salida junto al extinto diario La Nación. Se replica el prólogo de Alone e incluye otro de Diamela Eltit, que la califica como: “la materialización de una estética femenina inteligente e implacable”.

No sólo Gabriela Mistral lucha por el indulto. Se conserva la carta que le escribe González Vera a la Nobel pidiéndole que gestione su salida con el Presidente, como sucede, quedando a la mitad de la pena total. Es como los meetings de principios del siglo XX; cada cierto tiempo la intelectualidad aglutina estos modelos genetianos, asumiendo con su buena consciencia que la marca no es indeleble.

Pero la escritora es devorada por sus disparos, al reintegrarse a la sociedad se vuelve conservadora. Quizá nunca sale de la cárcel; la misma Geel escribe que ella se congeló tras la muerte de su amante, yo digo que para hacer vivir a todos esos cuerpos encerrados para siempre en un libro.


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