Huérfanos
/ Edgardo Cozarinsky /Lecturas /104 páginas/
Por Priscilla Cajales
Existen temas que son transversales, que tienen larga data en la historia de la literatura universal y en diferentes manifestaciones del arte y el conocimiento humano. El tema del padre: Telémaco, el muchacho en búsqueda de un hombre que poco recuerda, pero que requiere para completar su historia y para entenderse en el espacio social y personal; o el llamado freudiano de matar al padre. En cualquier caso, el pater familia es sin duda un hilo en el pensamiento con el que aún se puede tejer.
“Huérfanos”, del argentino Edgardo Cozarinsky, es un libro compuesto por tres notables relatos breves: “El reencuentro”, “La huida” y “La despedida”; la ausencia del padre es el gran tema que los une. El primer texto comienza con la llegada del protagonista a El Soberbio, en la frontera argentina con Brasil y Uruguay. Viene a dar curso al entierro de una madre que creyó toda su vida muerta, pero que en su muerte, le invita a participar de una experiencia salvaje, onírica y aterradora. En este viaje se encuentra además con la reconstrucción de la figura paterna que al igual que él ahora, en su juventud, fue atrapada por un mundo fuera de la lógica, colindando con la magia negra y los secretos rituales del pueblo guaraní.
“La Huida” es el relato de un hombre que llega a la Patagonia buscando refugio. Sus padres biológicos fueron asesinados por la dictadura argentina, con ellos no guarda ningún vínculo, ninguna bandera de lucha. El hombre que se apropió de él, en cambio, es la única figura paterna en la que cree poder encontrar amparo de su historia y del “yo” que ha ido delineando con el tiempo. “La despedida” ocurre en un viaje entre un padre y su hijo a Valparaíso, en medio de conversaciones sin terminar, del asco a la vejez y sus oscuras consecuencias. Un padre y un hijo que nunca se encuentran, un padre que termina abortando misión.
Estos relatos llevan por epígrafe un fragmento de “El corazón de las tinieblas”, de Conrad: «… para él, el significado de un episodio no estaba en su interior, sino afuera, como rodeándolo: del mismo modo que un resplandor produce un halo, uno de esos halos neblinosos que a veces hace visible la iluminación espectral de la luz de la luna». No es azarosa la presencia de Conrad, su influencia en la construcción del espacio, la densidad de la selva, la intemperie, lo desconocido. Y por otro lado, tenemos este halo que envuelve a los tres textos en cuanto densidad temática y rigurosa decadencia.
Las mujeres que aparecen en el libro son dos, la madre guaraní que quiere que la entierren en la selva sin ataúd, capaz de ejercer su voluntad después de la muerte haciéndole llegar un amuleto a su hijo adulto. Y una rusa perdida en la Patagonia que no se comunica en español, sin pasado, infectada de SIDA y muriendo. Así, la mujer aparece siempre en relación a lo salvaje, o lo desconocido.
El hombre, en cambio, se presenta en completa oposición a la naturaleza, al conocimiento de sus emociones, sujetos truncados en una emocionalidad traumatizada y profundamente precaria. Los hombres de este libro no son padres, solo son hijos abandonados: “Mas le hubiese valido quedarse lejos de este desierto helado, del encuentro con un viejo que ya no podía ser el padre recordado”. Y el trabajo al delinear esta precariedad es notable, prolija. Cozarinsky es diestro, logra perfilar personajes y atmósferas sin recargar la medida. Su lenguaje es impecable, sus imágenes contundentes. Dueño de una mirada que raya en la crueldad y una moral no facilista, este libro nos invita al lado oscuro de las emociones.