Selección Nacional. Muestra de poesía chilena deportiva / VVAA / Pez Espiral /67 páginas
Por Daniel Tapia
Ad portas del mundial de fútbol de Rusia y en medio del desencanto del país entero provocado por la no clasificación de la Roja, ocurren eventos que nos enrostran que la realidad de Chile siempre ha sido así. Uno es la aparición de “Selección Nacional. Muestra de poesía chilena deportiva”; realizada por Andrés Urzúa, con 11 autores a la medida de un equipo de fútbol. La ubicación en el campo de juego es la edad, aparecen con la casaquilla desde la uno a la once respectivamente: Floridor Pérez, Elvira Hernández, Erick Pohlhammer, Bruno Vidal, Jorge Velásquez, Jorge Polanco, Antonio Rioseco, Óscar Petrel, Rodrigo Arroyo, Juan Carlos Urtaza y Carlos Cardani. Equipazo que ofrece un panorama sobre cómo ha sido tratado el tema del deporte por algunos de nuestros poetas. Un antecedente a este catálogo es “Poesía chilena del deporte y los juegos”, publicado en 2003 por editorial Zig-Zag, selección realizada por el número uno de este nuevo equipo, don Floridor Pérez, la cual es bastante más amplia, ya que cuenta con 123 poetas. La actitud de rotular “Selección Nacional” como muestra y no antología es una manera de desmarcarse de aquel peso –y humo- conceptual, y dotar a este conjunto de lo que quiere el director técnico.
Nunca ha cambiado el panorama deportivo para nosotros. Veamos a ese ciclista malogrado en el poema de Óscar Petrel: “¡PEDALEA PEDALEA! / Patricio Almonacid / yo te grito desde este lado del televisor / vuélvete héroe de los perdedores / fúndete, quémalo todo en las primeras tres horas”. La poesía chilena no acostumbra a cantar a los grandes éxitos deportivos (excepto por “Loas al Sport”, un remilgado poema de Luis Pinto, ganador de los Grandes Juegos Florales Deportivos), pues no tenemos triunfos en cuantía y no es ese el talante de los autores que conforman este equipo. De fútbol no es de lo único que se habla, pues aparecen el ajedrez, la halterofilia, el boxeo, la gimnasia, y cruzan estos poemas protagonistas que son en su mayoría “gente de verdad”: el alcalde de Lota fusilado en 1973; el cyborg de la Vega Central; Jesús Trepiana, portero suplente eterno de Unión Española; Armando Millán Manquilepi, muerto en dictadura; Rubén Jacob Carrasco, poeta wanderino; un boxeador acabado y otro que sueña con serlo, etc. Gente que no tiene entrenamiento adecuado, a la que le fue negada el éxito y que, contrariamente, reciben las crueldades del mundo moderno como presea.
La actitud política del libro nos sigue advirtiendo que desde la dictadura no ha cambiado nada en nuestra realidad, como en el poema de Bruno Vidal, donde nuestro primer coliseo deportivo es perpetuado como centro de detenciones y fusilamientos: “Antes de despertar violentamente escucho el tableteo maravilloso / de esas ametralladoras que fueron emplazadas / en la víspera por mi Sargento Sotomayor / Yo a toda prisa me voy por la Avenida Maratón / Todo el vecindario de Villa Olímpica duerme profundamente”, o como en el poema de Elvira Hernández, en el que seguimos yendo a votar como si fuera una práctica deportiva donde se elige al menos peor, pero seguimos validando la constitución de Pinochet.
Esta colección de poemas deja con la extraña sensación de no poder encontrar dentro de ella otro tópico que no sea el del fracaso, esa amargura de que alguien te está ganando algo, no importa qué: una partida de ajedrez, una carrera, una oportunidad, quizás tu jefe te explota, los políticos y o los empresarios que te defraudan. Así es la realidad en Chile, país que posee la extrañeza más grande en su poesía, la que siempre procura mostrar lo mejor ahí donde nadie lo ha visto.