“Es probable que en las sociedades contemporáneas todos seamos adictos a algo”

La autora confiesa que su mayor preocupación al publicar su libro “Doce pasos hacia mí” era que no se convirtiera una especie de faro moral en torno al alcoholismo.

“Es probable que en las sociedades contemporáneas todos seamos adictos a algo”

Autor: Ciudadano

Por Natalia Figueroa

La escritora argentina Sofía Balbuena llevaba un buen tiempo recopilando información sobre la vida de autoras y autores que tuvieron una relación problemática con el alcohol y cómo eso marcó sus carreras literarias, cuando decidió escribir sobre su experiencia. Sin tener al comienzo muy claro a qué llegaría con este escrito, volvió a su adolescencia, a momentos con su familia, con sus amigos en Madrid o estando sola. “Si me siento en un bar con un libro, pido una cerveza. Si me siento frente a la computadora a escribir, abro una cerveza”, dice en uno de los capítulos de este escrito que el año pasado vio convertirse en el libro “Doce pasos hacia mí”, publicado por Editorial Vinilo en España y recientemente por la editorial Los Libros de la Mujer Rota en Chile. 

En la hibridez entre la novela y el ensayo, este libro recorre las situaciones que la autora ha enfrentado por el consumo problemático de alcohol, sus consecuencias y búsquedas. Destaca su investigación literaria desde una perspectiva de género en torno al alcoholismo donde identifica una romantización del consumo para los escritores, a diferencia de las escritoras a quienes se les ha recriminado en al algún momento haber “fallado” en el cuidado de la familia por haber sido alcohólicas. Algunas de ellas, como la escritora argentina María Moreno o la escritora estadounidense Leslie Jamison, son citadas en este libro. “Es un trabajo de curatoría porque hay muchos libros que se dejan afuera y es un ejercicio político que es lo que se elijo citar”, sostiene la autora. 

Hace pocos días estuvo en la Furia del Libro, en Santiago y conversamos sobre la recepción que ha tenido el libro y el recorrido que espera que tenga. 

¿Cuándo decidiste escribir sobre esto?

-Cuando empecé a escribir llevaba un buen tiempo acumulando una cantidad de lecturas de referencias de escritoras y escritores que habían trabajado en primera persona el tema, y no siempre en primera persona, pero de manera recurrente sobre el consumo problemático de alcohol y las distintas denominaciones que se le puede dar. Tenía una especie de biblioteca medio desparramada que me interpelaba. No soy de las personas que necesiten ir a la literatura buscando una identificación, todo lo contrario, me gusta cuando me llevan de viaje, me cuentan otras cosas, pero aquí había un tema constante que se manifestaba. Primero, fue una inclinación a la lectura y una investigación sin pensarse a sí misma. En ese tiempo, escribía ensayos para una revista mexicana -y lo sigo haciendo-, sobre temas que profesionalmente manejaba dentro de la industria editorial. Mientras estábamos de viaje con una amiga a visitarme a Madrid, yo estaba leyendo el libro de Leslie Jamison “La huella de los días” y no podía parar. Entonces, ella me dice, medio en serio, medio en broma, que quizás el próximo ensayo para esa revista podría ser sobre el alcohol. Ahí mismo me puse a tomar notas, sobre lo que estaba leyendo y todo lo anterior que ya había leído. Me acuerdo que estábamos en Nápoles y que iba caminando más rápido para seguir pensando sola. Llegué a mi casa a los dos días y me puse a escribir. Por supuesto, fue algo muy distinto a lo que terminó siendo el libro porque no estaba pensando en que pudiera serlo. Fue una pulsión de lectura que se transformó en escritura.

¿En qué género lo clasificarías? ¿Ensayo? ¿Novela de no ficción?

-Para mí es un ensayo, pero también qué es el ensayo. Lo que me interesa como lectora es la hibridez de los géneros, que en un género como la novela o como el ensayo pueda caber casi absolutamente de todo. Lo que termina definiendo el género responde a cierta coyuntura y finalmente quien lo recibe e interpreta. Mercedes Halfon cuando escribió el texto de la contratapa lo llamó nouvelle porque así lo leyó y me gusta que tenga esa plasticidad, que no tenga necesariamente una etiqueta de género rígida, porque no lo concebí así.

En uno de los capítulos del libro incorporas una lectura de género sobre el alcoholismo. ¿Con qué te encontraste investigando sobre el tema?

-Sí, bueno el tratamiento es distinto porque hombres como Raymond Carver, que tuvo hijos con su primera mujer, y que le pegaba a la mujer, finalmente él no era responsable de sus hijos porque había una mujer que se tenía que hacer cargo. La asociación de culpar a la mujer o responsabilizarse por la preservación de la familia, es directa. Jean Rhys era alcohólica y tuvo un hijo. Estaba en París junto a unos amigos en la casa, borrachos, y ella dejó el bebé cerca de una ventana mal cerrada, una noche de invierno crudo. El bebé se enfermó y murió. Y la culpa fue de ella, no del padre. Pero a diferencia de ella, no tenemos idea qué pasó con los hijos de Carver. No es que no haya habido escritoras genios y alcohólicas, que por supuesto que las hay, Marguerite Duras, sin ir más lejos, pero no se trata de eso, sino de que no van igual en el asunto. La mujer carga con una responsabilidad de cuidados de la cual los hombres han podido desligarse toda su vida. 

En la literatura esto se puede pensar en muchísimos niveles, obra a obra o desde la figura autoral. Si bien, las cosas han cambiado mucho de un corto tiempo a esta parte, de todas maneras seguimos viviendo en un mundo muy injusto y las mujeres que contamos con el tiempo para sentarnos a escribir seguimos siendo un puñado de mujeres muy privilegiadas. Hay una cuestión de género y de clase, porque no es pura y exclusivamente el género. El género sin clase es una discusión a la que le falta una pata.

¿Esa investigación te llevó a otros temas sobre los que te interesaría escribir?

-Pensé en escribir sobre la sobriedad y de eso se trata el siguiente libro que voy a publicar, la cara B del asunto. También me gustaría desarrollar más la idea de por qué son menos frecuentes las narrativas alcohólicas escritas en primera persona por mujeres en español que en otras lenguas, tengo una hipótesis, pero no he logrado entender por qué sucede. Ya en clave más ensayística si es que tiene que ver con la reforma religiosa, el catolicismo, si es que en América Latina estamos arrodillados por el pudor, no sé. 

¿Es un tema socialmente complejo de abordar?

-Creo que sigue siendo un tema medio tabú y como todos los tabúes eventualmente van a caer y se transforman en otra cosa, se exotiza, se romantiza, se pone de moda. Puede que no falte tanto para que eso suceda. Lo que más me preocupaba de decir algo en la esfera pública era que fuera cancelado, o sea, que mi experiencia fuera a trasladarse a una especie de faro moral porque esto es solo lo que me parece de las cosas. Me parece importante no dar soluciones o tirar máximas al universo con un tema tan delicado y lo suficientemente complejo, además, que tiene tantas aristas como borrachos y borrachas. Es probable que en las sociedades contemporáneas todos seamos adictos a algo. Creo que hay una especie, no lo he entendido del todo, de cuestión que inclina la subjetividad a la compulsión, por ejemplo, las redes sociales, y lo que hace el alcohol es funcionar en buena medida como un lubricante social y lima cosas difíciles del cotidiano, se convierte en alivio y, en ese sentido, permite la función social del sujeto. En cualquier caso, esta idea de la “alcohólica disfuncional” que se termina bebiendo su casa, que termina perdiéndolo todo, es la excepción dentro de los espectros de las personas que presentan consumos problemáticos. 

¿Cómo te planteaste lo de no caer en moralismos?

-Bueno casi me pasa lo contrario. Cuando terminé de escribir la primera vuelta, el final era otro, más en defensa de voy a seguir bebiendo, desarmaba de un plumazo todo lo que había hecho. Dije no, ese no puede ser el final porque está clausurando un proceso en vez de abrirlo. Tampoco me da para andar diciendo que beber es bárbaro porque tampoco es bárbaro y hace mucho daño y te puede arruinar la vida. Entonces, si vamos a dejar la discusión planteada y abierta tampoco es que vaya a ser un mensaje evangelizador de querer sobria es la cura, porque probablemente no lo sea tanto, conozco a un montón de personas que se recuperaron de su adicción y siguen teniendo los mismos problemas de antes. Beber mucho es un síntoma de otra cosa. Así como me había cuidado de no caer en un final celebratorio del alcoholismo, tampoco podía hacer un final celebratorio de la soledad.

-Es delicado porque está cruzado por temas de salud mental…

-Sí, además me daría muchísima vergüenza andar diciéndole a la gente lo que tiene que hacer, o sea me parece peligroso eso, y peligroso en serio. 

Abordas cómo has vivido los periodos de abstinencia y la necesidad de poner límites, ¿crees hay responsabilidades dentro de los círculos sociales frente al alcoholismo?

-No creo que responsabilidades sino que dinámicas de vínculo. Tengo capacidad de acción, he podido elegir y nunca me he visto obligada a algo. Lo que hay son ciertos vínculos que se establecen y que después son muy difíciles de transformar porque en buena medida tu vínculo llega a ser duradero con una serie de personas importantes y está sedimentado por el hábito de beber y si te sientas frente al otro sin una bebida alcohólica no sabes mucho qué hacer, y es un desafío. Es cómo se conflictúan los vínculos y cómo, a la vez, buscamos complicidades. Esa clásica frase «Dios lo crea, el viento los amontona», o sea, los borrachos se juntan, nos juntamos, hay una intensidad ahí, un compañerismo que también es lindo y luminoso en algún punto. 

¿Qué te comentaron cuando salió publicado?

-Empezamos a tener otro tipo de conversaciones cuando escribí esto. Lo publiqué y lo empezamos a comentar. Estaban entre conmovidos y afectados, no sé, un poco porque alguien puso palabras algo que estaba en el aire. Creo que a todos nos llevó a revisar nuestras prácticas de consumo, todos hemos hecho algunos cambios, algunos los hemos podido sostener, otros no, pero estamos dándole vueltas. En definitiva, puedes dejar de beber o no, a mi no me cambia la vida porque soy extremadamente funcional incluso bebiendo mucho, pero una vez que lo miras y sabes lo que tienes adentro algo ya cambia, empiezas a ponerte ciertas reglas. Yo ahora cuatro veces al año no bebo, o cinco si puedo, ya no bebo sola, quizás llegue el día en que deje de beber de manera completa, puede pasar no pongo resistencias si eso sucede. Es decir, ya hay una negociación entablada con el asunto y por lo menos a mi grupo de amigos que aparecen en el libro creo que tuvimos nuestras conversaciones y la revisión de los hábitos, y si seguimos con las mismas dinámicas cuando nos vemos no es en la inconsciencia, no es haciéndonos los boludos.

¿Qué recorrido te gustaría que tuviera este libro?

-Primero algo que ya ha pasado en Argentina y que espero pase en Chile es que sea leído. Trabajé muchos años en esto y se que se publican muchos libros que no se leen, y ya el hecho de que tenga agotada una edición en Argentina, que venga una reimpresión, que se va a publicar el próximo año en España como parte de otro libro más grande, me hace feliz porque el libro empieza a tener un recorrido. Algo que me parece que estaría bueno es que a partir de ese pequeño lugar de enunciación que se ha convertido en una especie de identidad, se pueda caminar hacia otros recorridos posibles. Siento que es una buena plataforma, una certeza de por donde iba mi voz y que de ahí se pueda modular hacia otros lados. 

Por Natalia Figueroa

Revista La Lengua


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