Apenas una dobla por la calle que tiene el nombre del conquistador español Pedro de Valdivia hacia la Costanera y mira hacia la puerta del Teatro Oriente ve una diversidad de gentes que esperan por ingresar. Jóvenes, mayores y niños. Muchas mujeres, quizás por eso de que Lila Downs se ha dado a conocer también, no sólo por su trabajo musical, con lo difícil que puede ser separar las cosas, por su lucha en causas contra la violencia doméstica y la postergación de pueblos originarios. Ella parece plantearse siempre como una mujer particular, cercana a las mujeres antiguas que la precedieron y a las chamanes con las que se ha vinculado, y por eso se plantó como ícono ante la violencia contra el género, especialmente en la masacre de mujeres en Ciudad Juárez.
Y no sólo se planta así en la vida, en el escenario también lo hace, lo expresa en cada tema, en cada sílaba que entrega, donde no sólo queda expuesto que Lila es dueña de uno de los registros vocales más amplios y bellos que se puedan oír por estos tiempos, donde ella puede ir de las notas más graves a las más agudas, sino que también pasa de la fuerza a la sensualidad, del dramatismo a la caricatura. Así construye y valida su capacidad para vivir con intensidad las letras de las canciones y su habilidad para revivir los temas populares con arreglos jazzísticos, en algunos casos, o aquellas que arma desde una perspectiva muy distante a la original.
Por eso y más, no sorprenda que ella aparezca en el escenario entre relámpagos, siendo ella misma un rayo en este mundo tormentoso. Por eso abre todo con “El relámpago”, donde habla de lo ya dicho, mujeres curanderas que sanan la tristeza. Algo que liga con la ranchera siguiente, “Traigo penas”. Piezas que por si solas despiertan el ánimo de los asistentes, más allá que el espacio no se preste para un público de pie, o poder mover las extremidades para hacer que se conoce como baile. Así y todo algunos mueven la cabeza y agitan partes de sus cuerpos, o llevan el ritmo con las palmas, como lo hacen un par de integrantes de Banda Conmoción, en una de las últimas filas del local, o Francesca Ancarola, que con su sonrisa acompaña la noche. O lo hace Joe Vasconcellos desde el escenario al acompañarla en “Justicia”.
Pero la que sí se mueve y no para de hacerlo es Lila, sobre el escenario entrega su ritmo, su voz y en cada tema hay algo distinto que la acompaña, un pañuelo, algún instrumento, para transformarse y ser en algunos momentos “La iguana”, o “La cucaracha”, o el reptil de “Ojo de culebra” o el ave de “Paloma negra”, pedida a gritos por los asistentes.
Y el repertorio también se mueve, se pasea por la historia del continente americano, por los pequeños datos que ella va entregando sobre cada canción, como en la reversión de “La cucaracha” -donde dice que es una canción de la época de la guerra-, o cuando presenta “Tierra de luz” y menciona a Mercedes Sosa, que es quien la acompaña en la versión del disco. Y esa presencia del continente se nota en su banda, un crisol casi perfecto como comenta David Ponce una banca más allá. Y no hay dudas en eso: tres mexicanos, un caucasoamericano, un afroamericano, un colombiano, un chileno, un paraguayo. Y entre arpas, percusión, saxos, clarinetes, acordeón, batería y otras cuerdas ella sigue construyendo la noche, la que todos quieren no acabe, pero que tanto al comienzo como en las piezas finales se nutre de sonidos e imágenes, como en “Perro negro” donde las paredes van construyendo un relato de libertad, marginación y lucha.
Y para el final más allá de las sensaciones que el cuerpo vive o construye, la mente registra y asimila algo que sospechaba, y es que Lila Downs no es una intérprete de canciones tradicionales al uso común, al contrario, es una investigadora que bucea en la tradición para restaurarla con ritmos actuales pero también con voces ancestrales. Y plasma también que si alguien quiere comprender eso del mestizaje, eso es Lila Downs.
Lila Downs
6 de diciembre
Teatro Oriente
por Jordi Berenguer