La alegría duró un día para Los Clementes, el año pasado cuando se enteraron de que a través de un Fondo de la Música podrían grabar su primer disco, la sala de ensayos que recibía a todos los grupos que tocaban en Limache se quemó.
Quizás sea el mismo fuego que consume los intensos acordes que se escuchan en el disco «Amor delirante, corazón negro», cargados de poesía, historias de amor y desamor, drogas y «cosas que le pasan a cualquiera» -según cuenta Matías Garcés, compositor, guitarrista y cantante del grupo limachino. «Hablamos de lo que sabemos, las cadencias del rock and roll nos hacen olvidarnos a veces de los problemas o enfrentarse con la frente en alto», agrega Matías.
Todo partió cuando el 2006, Matías volvió de Argentina luego de meses de vagar con una guitarra. Conoció a Fernando Pérez, bajista del grupo, y Fabián, segunda guitarra, con quienes se juntaban a tocar en una casa de Limache. Los fines de semana se iban a Valparaíso a tocar en bares rockabilly junto a grupos como Karnate, Tétrico o Las Maniquí.
«Vivíamos en la casa limachina -cuenta Matías-. Teníamos nuestras guitarras acústicas y pocas cosas más», mientras escuchaban a The Beatles, The Doors, Django Reinhard, Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota, Sumo, y David Bowie. «Yo escribía las letras de las canciones en la pared de la piecita donde ensayábamos, para que Sergio, el baterista, se las aprendiera. Ahí estaban: Dicen que el ego, El rock del manicomio, Ornella, Ravioles con sangre italiana y No confíes. Todas las compuse en sociedad con Hugo Lepe, un escritor de por aquí que ha editado un par de libros sucios y no tanto», recuerda Matías.
El último integrante de Los Clementes fue Rudy, tecladista. «Nos gustan los bajos que se te meten entre los huesos y los músculos y te hacen bailar; que las canciones nos digan cosas verdaderas, que sean nuestras historias, que la música nos revele un pasado o un futuro desconocido. Nuestra idea de abismo. Nuestra canción de despedida, de bienvenida, de cuna, de guerra, nuestra canción personal y secreta. Las cadencias de la libertad», cuentan por ahí.
Por Mauricio Becerra
Onda Corta
El Ciudadano