Los niños del Mall es una obra que mezcla la ternura y el desapego de una manera que, sin naturalizar la tristeza, logra conmover por su discursividad limpia, ya que no recurre a construir desde el estigma, sino que revela un mundo que está en las bambalinas de la ciudad y apenas podemos verlo cuando vamos subiendo y bajando las escaleras mecánicas. Me gustó esta obra precisamente porque no cae en el retrato prejuicioso al estilo reportajes del Mega, sino que muestra desde la fotografía íntima de dos personajes que no tienen nada en el mundo excepto el privilegio atroz de ser absolutamente nadie.
La historia consiste en dos niños que viven, juegan, sueñan y habitan dentro del escenario de un mall. Ahí existen. Ahí realizan todo lo que un niño hace en la soledad de un abandono que es casi parte de un juego. Ellos venden chucherías para conseguir plata y toman los restos de comida que una familia deja a medio morder en las bandejas del patio de comidas. Son chicos, pero consumen las tìpicas drogas económicas que consumen los pendejos en las caletas para pasar el hambre o el frío. Son hermanos, pero aprenden a besarse en la boca por un amor que nada tiene que ver con el incesto. Todos estos matices, que no por sabidos son menos abrumadores, juegan a urdir una narración que durante toda la obra es dinámica, incluso alegre, dejando al final ese sabor a leche agria que no se supera pero que al final también se pasa, se olvida.
Hay en cualquier ciudad una fábula triste que no termina en un vivieron felices para siempre y, en el caso de esta obra, se vuelve a mostrar esa faceta fría de una sociedad en la que el consumo no es simplemente una palabra de intercambio, sino también de desgaste y de frustración que acentúa la desprotección de cualquier persona que no tenga una moneda de canje o una tarjeta de crédito para obtener un futuro.
Comentario
Lo primero que me llamó la atención fue lo dinámico de la propuesta y los pequeños guiños que mezclan, con alegría, la pobreza y la situación de calle. Con esto me refiero a que hay baile, juego, risas para decir cosas que habitualmente las escuchamos desde la súplica o la prédica. Dos niños pidiendo dinero y fumando pasta base son personajes de una ficción televisiva que lo único que hace es recalcar fenómenos sociales que nadie intenta resolver, sin embargo, se gustan de televisar y fotografiar como si los pobres fueran postales de un Chile que no hay que visitar jamás.
Lo segundo que me encantó fueron las actuaciones de Gloria Pino y Benjamín Bravo. Los dos son tan creíbles en su rol de niños que uno no siente jamás esa risa incómoda por ver a gente adulta hablando como cabros chicos (en lo personal me carga cuando pasa que uno siente el ridículo de ver a un tipo vestido de niño… onda PinPon), sino que puede entrar en la historia con libertad. Pino es una actriz de una soltura bellísima, quien tiene la particularidad de interpretar un personaje distinto, para nada prejuiciado, y hacerlo desde una naturalidad que uno agradece y aplaude. Bravo, por su parte, juega con ligereza la construcción de un rol que afortunadamente no se fue nunca a la representación del Cisarro, sino mantuvo una autonomía actoral efectiva y propia que no dio paso a la reelaboración de un típico niño malo de la calle. Ambos actores me resultaron tan generosos en su trabajo que creo que son un triunfo para una historia tan pequeñamente-intesa como es Los niños del mall.
El guión de Iván Fernández me pareció impecable. Los diálogos, las escenas, las trasposiciones de la realidad a la fantasía. Todo es un gran espectáculo delicado. Hay un discurso político que no desentona y, como ya he dicho, hay una mirada distinta para un cuento conocido (como es la pobreza). Me encantó el guión.
Por su parte la dirección de Valeria Aguilar es completamente amable, inteligente y certera, ya que consigue estructurar una puesta en escena con elementos muy sencillos y jamás pone la historia por debajo de la acción, cosa que en un montaje como este pudiera ser un cliché más o menos fácil de cometer. Un excelente trabajo el de Aguilar quien desarrolla con exactitud cada pequeño gesto de la narración para construir al final una historia tremenda y bien cerrada. Guión y dirección están bien tomados de la mano y relucen. Eso se agradece tanto!
Lo que me conmovió de la obra es que los niños establecen un mundo y una vida en relación a los elementos del mall. Los guardias, las viejas del aseo, los visitantes, son para ellos la familia, el modelo y la vara de medición de todo lo que conocen y eso es lo que resulta tan bello y aterrador. Sobre todo si pensamos en que un niño de casa sueña con ser parecido a su padre, a su madre, y trata de encontrar refugio en las personas que mira a diario. Estos niños, de igual manera, ven en los habitantes de un centro comercial a todos los actores de su pequeño mundo y con ellos aprenderán a crecer o a combatir la vida que quizá les toque vivir.
No me imagino el mundo que uno tendría si creciera jugando a interpretar el día a día con la imagen patriarcal de un guardia de mall. Es tragicómico. Es horrible.
,,,brevemente sobre el espacio
Espacio CEAT nuevamente apuesta a ganador con historias distintas y consigue demostrar que hay que jugar ese tipo de apuestas. Ya se me hace recurrente encontrar en la cartelera propuestas distintas que apuntan desde otro punto focal a realidades súper conocidas, y eso es un buen logro para un espacio que abre puertas a compañías que no tienen posibilidad en otros espacios porque no apuntan a satisfacer las espectativas de EMOL, pero que afortunadamente llenan una sala con gente que sale aplaudiendo.
Para terminar
Quiero decir que me conmueve que hablemos de ese Chile que nadie ve o no quiere ver. Me gusta enfrentarme a situaciones artísticas que indican con ternura los baches más feos de nuestra sociedad. Precisamente porque no somos capaces de salvar a nadie, menos aún de combatir un modelo enorme como el capitalismo. Y digo esto porque aunque las pequeñas historias terribles de la gente a veces nos parecen una buena excusa para dejar la tele encendida eso es mentira. No vamos a darle de comer a los niños que viven en las caletas ni vamos a pertenecer nunca a la versión menos acomodada del mundo. Tuvimos la suerte de acceder a un colegio y tener familia. Pero hay niños a los que ni siquiera el SENAME logra contabilizar y tampoco el censo. Quizá porque viven al margen de la ciudad. Quizá porque nadie quiere hablar de ellos excepto para dar consejos. O porque están, ni siquiera a un lado, sino detrás de la fotografía país y nadie va a dar vuelta las cosas para que podamos verlos.
Ficha Técnica
Dramaturgia: Iván Fernández
Dirección: Valeria Aguilar
Asistente de Dirección: Sebastián Squella
Elenco: Benjamín Bravo, Gloria Pino
Diseño: Javier Pavez
Producción: Rienzi Laurie