Mientras las editoriales poderosas se alejan cada vez más de los nuevos autores para asegurar niveles de venta, las microeditoriales hacen el trabajo de dar tiraje a las nuevas voces de la literatura nacional. Pero, ¿es posible generalizar el trabajo de las microeditoriales? El siguiente reportaje trata de dividir el campo a partir de ciertas experiencias.
El auge microeditorial actual tiene su origen en la falta de industria editorial dispuesta a apostar por libros de relativa proyección comercial, en contraste con una abundante producción escritural incentivada en talleres de centros culturales y especialmente por la Beca de Creación Literaria del Fondo del Libro, que entrega tiempo y dinero para la redacción de una obra, que, en definitiva, no va a ningún lado, ya que, excepto los consagrados que repiten el beneficio, los autores deben buscar y rebuscar quien los edite.
El objetivo es ese libro formal, obsesión de escritores amateurs y profesionales con lomo y del mejor material posible, dejando el sistémico formato del blog atrás. Pero habitualmente las expectativas tienden a no cumplirse. En el camino quedaron las papeletas de rechazo de las multinacionales y la falta de respuesta de las editoriales nacionales independientes de respeto.
LA CONDICIÓN OBJETIVA
La mayor o menor profesionalización de estas microeditoriales puede estar ligada al tiempo que le dedican estos gestores/editores a su labor. Pero parece haber una relación inversa en calidad literaria a tiempo dedicado. Mientras un editor que lleva a cabo todo el proceso ad honorem le significa desgate mental y hasta económico, el editor independiente que ha de vivir de su labor está supeditado al bolsillo de sus autores. Así, el trabajo que no busca lucro es casi un punto de vista llevado a cabo de manera tangible, mientras que el que paga por especificidad de conocimientos paga por servicios, algo que no le ha de ser negado.
El tiraje básico llega a los cien ejemplares, y la respuesta de los medios está habitualmente determinada por los contactos. No llegan a los malls sino a una limitada cantidad de librerías.
NUEVOS FORMATOS
Gracias al trabajo microeditorial el libro formal dejó de ser una opción única. En esta línea podemos observar las publicaciones de ediciones Cuadro de Tiza, Perro de Puerto, Nihil Obstat, Economías de Guerra y Contraluz entre otras, que son fabricadas en casa, así como las hechas con cartón de Animita y Canita Cartonera (realizadas en presidio), variantes nacionales de Eloísa Cartonera, el justificado origen argentino.
Estas hechuras de libros tienen un carácter político, ya que desechan el formato del libro transnacional, algo después de un rato lógico: ¿por qué un libro hecho en una región de Chile debe tener la misma factura que uno hecho es España? ¿por qué una publicación que viene a cerrar un proceso de un autor debe mantener los estándares superficiales de calidad de un best seller?
Pero superando lo formal, las microeditoriales están haciendo las tareas más allá de la publicación de las nuevas voces: traducen tanto literatura (Abejas de Silvia Plath, Cuadro de Tiza), como pensamiento (Millenium de Hakim Bey, Nihil Obstat), investigaciones tradicionales (Manual de Ginecología Natural de Pabla Pérez, La Picadora de Papel) y rescatan a voces chilenas establecidas (Medianía de Marcelo Mellado, Economías de Guerra) o perdidas (Prosa rescatada de Carlos Pezoa Véliz, Ediciones Perro de Puerto). Además, están abiertas a los cómics y a libros de arte. Lo más importante es que entregan la posibilidad de generar cánones distintos a los establecidos tanto en el ámbito académico como en el comercial.
OPORTUNIDADES Y TRAMPAS
Ya lleva dos versiones un concurso del Fondo del Libro de apoyo a las microeditoriales. En sus importantes beneficios está la posibilidad de equipamiento y capacitación. En sus exigencias, estar acreditado como editorial frente al Servicio de Impuestos Internos, lo que sistematiza una producción no legalizada. Esto sin duda divide a las microeditoriales entre las que se visualizan como una empresa y las que tienen una posición que va más allá de lo económico.
Para entender que no existe una manera de concebir la microedición, aquel requisito fue solicitado por los representantes de La Furia del Libro, que es sin duda una iniciativa notable pues cualquier proyecto puede participar -sin restricción tributaria-; son realizadas en espacios culturales contingentes y en cada versión va logrando generar un público específico para la edición independiente.
Quizá el limitante básico es la sospecha, algo demasiado arraigado en el país. De cómo entregar fondos a proyectos de relativa duración, siendo que lo importante son los libros, no quiénes los producen. Un caso que podría representar las limitaciones de tal exigencia es el colectivo La Faunita, que llaman a sus publicaciones libros decimales “pues la nuestra es una escritura que se resiste a la Unidad del Libro. A diferencia de la escritura envasada en un Libro, la nuestra demanda circular de mano en mano, escurrirse antes que distribuirse”, como apunta Felipe Becerra. Cabe decir que La Faunita no hace distribución formal y sus libros se consiguen a través de trueque. Si este fuese un grupo automarginado por los premios y la crítica -Becerra y Maorí Pérez han obtenido el premio Bolaño y positivos comentarios de sus publicaciones- no habría forma de fundamentar lo siguiente: ¿es en realidad necesario presentar un proyecto empresarial para editar libros y conseguir el apoyo del Estado?
Girando sobre este eje también sería posible preguntarse si lo necesitan proyectos de este tipo. Pero al fin este tipo de exclusiones dividen el acto microeditorial hasta el punto de generar veredas entre quienes están dispuestos a tributar, pagar el ISBN -que en Chile tiene un monopolio pese a que en otros países se puede autogenerar a través de la web- y los que no, que mientras el ánimo dure funcionan como células inquietantes de una certeza: no es concebible depender de una fundación ni de un fondo para hacer libros ni menos para escribirlos.
Por Cristóbal Gaete
Grado Cero, primera quincena marzo 2011
El Ciudadano Nº97