Luis Araneda “El Baucha”: Choro de fina estampa

Cuequero, matarife, peoneta, bailarín; pero a él le gusta ser considerado el mejor cantor

Luis Araneda “El Baucha”: Choro de fina estampa

Autor: Wari

Fotografía: Luis Vásquez

Cuequero, matarife, peoneta, bailarín; pero a él le gusta ser considerado el mejor cantor. Luis Araneda, “El Baucha”, es el último de Los Chileneros, portador también de un sinfín de enseñanzas e historias de la cueca de conventillos, burdeles y fondas de parque. Un poco arisco y sin mucha pedagogía, no busca enseñar, elige sin hablar a sus pupilos y, a punta de miradas cómplices, va trascendiendo la historia de los populares y su cosmovisión.

-Mire amigo, ¿quiere que le diga una cosa?- dice en tono serio y un tanto amenazante. Y no es que vaya a decir algo desagradable o a retarte, pero “El Baucha” habla así: fuerte, cortante, sin reírse mucho, sin prestarte mucha atención. Es él quien sabe y lleva el ritmo de la conversación, y no por ínfulas mediocres, sino por la arrogancia que le da ser el último cantor de Los Chileneros, la (casi) mítica banda de música folclórica que popularizó la idea de las cuecas bravas, con su disco de 1967 de igual nombre.

Luis Araneda, apodado “El Baucha” o “Bauchita” para los que tienen un trato menos maduro con él, goza de una voz envidiable a sus 85 años. “Yo era el mejor cantor”, dice, auto-reconociéndose ya a los 20 años, dotado de una capacidad vocal sin parangón para un joven que cargaba y descargaba camiones en Chuchunco, al costado poniente de la Estación Central, y en las inmediaciones de La Vega Poniente.

-Yo empecé a cantar a la edad de cinco años, cantaba pa’ los amigos, pa’ la gente de edad. Ya enterando los 15 años era muy conocido y comencé a cantar en las fondas. Cantábamos en todas la fiestas, éramos los mejores cantores que había en esa época, éramos nombrados en todas partes-. Cuando habla en plural, se refiere a su amigo y yunta -que murió en 2005- Hernán “Nano” Núñez, otro de los fundadores de Los Chileneros y que le diera el carácter de escuela y estilo propio, con nombre y estética, a la cueca brava.

Lo suyo fue aprendizaje de lo que vio y escuchó. Nada de asimilar un estilo o disfrazarse de algo. Las cuecas y las músicas populares -valses, boleros, foxtrots– eran los sonidos de su época que se aprendían “a oreja” y a él, junto a otros grandes cantores populares, les correspondió ser los recopiladores de esa historia y cultura musical del siglo XX, en la urbe santiaguina.

GUAPO, CANTOR Y HABILOSO

Estas son las tres cualidades que decía “El Nano”, debe tener un cantor de cuecas. Guapo, en el sentido de estar dispuesto a pararse en combate y afrontar una pelea como venga. Siempre, eso sí, con códigos de caballeros, aunque eso conllevara la muerte. Cantor, es decir, tener buena voz, buen timbre, buen gorgoreo y ser saleroso, sabroso, cantar con enjundia, con picardía. Y habiloso, que es la gracia y capacidad de crear versos y responder con astucia y rapidez una afronta retórica apostando a salir victorioso. A “El Baucha” se le arrogan todas ellas. Y él coincide en eso.

Don Luis tiene dos tatuajes, uno en cada antebrazo; usa un anillo de oro del Colo-Colo y se mueve con códigos de honorabilidad de otra época: él invita, saca a bailar, se pelea si es necesario, toma vino en caña sin curarse y se preocupa de sus amigos, aunque tiene muy pocos. Hay que irse con cuidado, porque el hombre tiene su genio, pero nada que una solicitud con respeto no pueda lograr.

-Mire amigo, ¿quiere que le diga una cosa? Yo con la edad que tengo, me voy encantado a trabajar al Matadero, porque pagan bien y el trabajo no es de otro mundo- dice sin ningún aire nostálgico sobre sus años de matarife en el Matadero Franklin, donde se hizo famoso y alimentó el mito de su personalidad fuerte y curtida a punta de trabajo duro y vida bohemia.

-Antes de una semana era cuestión de agarrar un hacha y ponerme a partir los animales, porque de ver trabajar a los maestros uno aprende- dice, de brazos cruzados y sin ningún asco, mientras cuenta las veces que hizo bailar a todos los viejos del Matadero a punta de palmas y cuecas gritoneadas en los bares y fiestas del Barrio Franklin.

CUECA Y CUECA BRAVA

-Cueca brava es como le puso él- precisa Don Luis, refiriéndose al nombre del disco que grabaron el ’67 con Luis Núñez, Raúl Lizama “El Perico Chilenero” y Eduardo Mesías “El Chico Mesías”. De paso, toma cierta distancia inconsciente de la efervescencia juvenil y mediática que obtiene el término por estos días. -Yo la hallo igual toda (la cueca). Pa’ mi que él le puso así por los dichos que hay: que yo soy choro y ando en la cancha y no soy de los manyaos, todas esas cuecas- explica con parsimonia El “Baucha”.

-La cueca se cantaba en los conventillos. En las calles a las 12 del día, tres de la tarde, estaba la gente tomando vino y cantando cuecas- dijo una vez, molesto por tener que responder sobre el origen burdelesco del que sería decretado baile nacional de la República, el 18 de septiembre de 1979 por la dictadura de Pinochet.

Para El Baucha, esas disquisiciones no existen. Él va a cantar donde sea que lo lleven y le paguen. Lo ha hecho en fiestas de variada estampa, para sus amigos en un bar a puertas cerradas o en el cambio de mando de Ricardo Lagos el año 2000.

Siempre lleva en un bolso de género, junto a su pandero y velas para encerarlo, unas copias del último disco que grabó, “De lo urbano y lo divino”. Cuando se presenta la oportunidad lo ofrece y cuenta cómo lo hizo. Es un disco que no sólo tiene cuecas, sino que incluye estilos que podrían ser considerados el cancionero de la bohemia: boleros, valses, tangos y foxtrots. La cueca es para el final, para dejar a la gente con el ánimo arriba.

-La cueca es muy linda, pero mucha cueca, aburre a la gente- dice el Baucha y de paso se despacha un mensaje y una enseñanza, sin querer queriendo, a las nuevas generaciones de cantores y músicos cuequeros.

La cueca es la reina y el Baucha su sacerdote. El más choro exponente de los que van quedando. Aunque él no lo sepa y no lo quiera. Así lo aprendió y así se le quiere y respeta.

Por Leonel Retamal Muñoz

Tesoro Humano Vivo

El Ciudadano Nº137, primera quincena diciembre 2012


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