Veinte personas y dos periodistas en una pieza en semi-penumbra. Cuatro de ellos sentados en sillas plásticas, más el encargado del sonido y su pareja. Libros viejos en anaqueles junto a las paredes. Figuras decorativas que no logré retener. Toño Kadima filmando desde la puerta. El resto desperdigado por el piso. No había paridad: más mujeres que hombres. Una pantalla gigante que mostraba imágenes preparadas para los temas, pero que no siempre funcionaron. Aplausos temerosos. Un escenario que incluía un teclado, un computador, una guitarra, un cuatro, una silla plástica, tres micrófonos, un pedestal, y dos figuras que alternaban entre sentarse, encuclillarse, ponerse de pie, hablar, cantar y tocar.
De esto último se trataba. De hacer música, de escuchar sobre las bases de un él, las voces de una ella y del mismo él. De percibir bajos las voces de esos ambos, las bases realizadas por él. De iluminarse en la semi-penumbra. De compaginar el espacio, la música, las voces, el tiempo detenido que ofrecía esa pieza con las piezas musicales que desde la explicación de algunos de ellos demostraban un juego, con todo lo que eso puede significar: de ideas, de sonidos, de conceptos, de reconstrucciones, de resignificaciones, de asimilaciones, de libertades, de ataduras, de simplezas, y de juveniles honestidades.
Así fueron apareciendo los temas: “Mapamundi”, “Monotonía Floral”, “El cuello del árbol”, “Uterina”, “Vamos a la playa”, por nombrar algo. Así rapean sin saber si se acordarán de la letra. Todo con ese aire de franqueza, despojados de todo ornamento -más que el que los muchachos le entregaban y que resultó el suficiente-, depurado y directo como sólo pueden hacer aquellos que alcanzan un punto en que a mayor sencillez corresponden mayor lucidez, y mayor concentración expresiva. Quizá sean estas virtudes las que, al impregnar imperceptiblemente el singular ambiente, expliquen el interés con que se acercaron ese puñado de espectadores a sentarse en el piso y valorar a un par de creadores que se expresan suficientemente en una economía de medios.
La noche permitió tiempo para un intermedio musical, y la propia ella -Camila Moreno- asume su rol de solista, se prenden luces y se despliega con guitarra y voz en “Reverso Huidobro”, y en voz y cuatro en “Ay”, sus canciones en solitario que se hunden directamente sus raíces en el legado de Violeta Parra. Un entre-mes que alienta sus futuras presentaciones -22 de octubre junto a Chinoy en el Cine Arte Alameda, y en el ciclo “Ellas cantan solas” de la SCD el 30 de noviembre. El -Tomás Preuss- había dio a tomarse un vaso de agua.
Luego el cierre, Caramelitos vuelve a unirse. Las bases retoman el escenario. Se paran. Los aplausos tímidos nuevamente. El ponerse de pie y marchar a la calle. El cambio no es tan brusco, afuera ya hay oscuridad, pero las bases y las palabras no tienen la armonía que se acaba de apagar.
Caramelitus
Taller Sol
Viernes 26 de septiembre
$ 1.500