Debe tener entre 15 y 20 metros de alto. El azul, el amarillo, el rojo, el naranja y el fucsia son los colores que predominan en la paleta. Su atractivo es tal que todo el que pasa no puede evitar mirarlo por su particular belleza. Ningún otro se le parece. Solo su autor es capaz de engendrar algo «tan mágico y maravilloso», como él mismo lo define. El nombre que él personalmente escogió, en lengua Aymara, es también exótico y misterioso, casi religioso: «Jallalla Pachamana», que en español se traduce como ‘La Armonía de la Madre Tierra’.
Así se llama el mural que se levanta en el corazón de Bogotá, en la Avenida Jiménez, pintado por el artista boliviano conocido en el mundo de las artes plásticas como el maestro Mamani Mamani. Se trata de una alegoría a la Tierra, a la naturaleza, a la vida, al alimento, a la sabiduría.
Su naturaleza aérea y pacífica contrasta con la del suelo: gente que corre presurosamente para tomar el también gigante lineal de color rojo que serpentea por las calles atestado de pasajeros, y donde el infernal ruido se confunde con el olor a grasa y demás viandas que ofrecen los vendedores.
No podía escogerse un mejor lugar para embellecerlo y hacer conciencia ambiental que la carrera décima. Es el epicentro de lo antiestético, de lo antiambiental, de lo que nunca debe hacerse para no ser considerado responsable de la muerte lenta de nuestro planeta, de lo que nuestros ascendientes veneraban y aún veneran: la sagrada Pachamama.