Los maremotos son recurrentes en nuestra historia. Forman parte de nuestros mitos y sueños. Estructuran algunos de nuestros miedos más íntimos. El pasado 28 de junio, un rumor se expandió por la costa desde Valparaíso hasta Quintero: se hablaba de la inminencia de un fenómeno de este tipo. Es debido a este hecho y a los numerosos comentarios de lectores y amigos que nos relataron haber soñado con maremotos estos días, que El Ciudadano quiso publicar un artículo relativo a una alarma falsa de tsunami que ocurrió en Concepción hace tres años. El autor de esta crónica -que permanecía inédita en Chile y que fue publicada originalmente en Proceso de México- es Francisco Marín, frecuente colaborador de El Ciudadano.
Mar de Miedo en Concepción
El 16 enero no fue un domingo como cualquier otro en Concepción, ciudad localizada en las cercanías del Pacífico, a orillas del gran río Bio-Bio y a unos de 600 kilómetros al sur de Santiago. Desde temprano hubo un fuerte calor que estuvo acompañado de cierta neblina y de un inusual viento para esta época del año. Es debido a estas particulares condiciones del tiempo que el jefe de prensa de la radio Bio-Bio, Salvador Schwartzmann, le dijo al hombre de los controles: “Prepárate, porque en la noche van a empezar a llamarnos que hay terremoto”.
Esto se explica debido a que en Chile –país de gran actividad sísmica–, se tiende a pensar que los días de calor, que van acompañados de cierta oscuridad en los cielos, son señal de que puede haber movimientos telúricos. Así que durante la tarde se sucedieron una tras otra las llamadas de inquietos auditores que no sólo preguntaban por la posibilidad de un terremoto, sino también si se sabía de movimientos extraños en los mares que presagiaran un maremoto o tsunami.
Las llamadas comenzaron más temprano de lo esperado y muchas de ellas aseguraban que el mar se recogía, pero esto no lograba inquietar a Schwartzmann, debido a que él estimaba que la gente estaba sobrexcitada por el tsunami del sudeste asiático, cuyas imágenes han causado gran impacto en Chile.
¡Ahí viene la ola!
Sin embargo, un correo electrónico llegado a las 20:48 logró sacudirlo de la modorra dominguera. Este mail estaba titulado: “Maremoto en San Pedro (poblado contiguo a Concepción)”, y en su interior decía: “Señores de La Radio (Así se conoce a la Bio-Bio)… He tenido noticias vía telefónica de posible maremoto en San Pedro. Estarían sonando sirenas y lloviendo. Por favor contesten rápido”.
En entrevista con Apro, Schwartsman cuenta que en un santiamén pescó el teléfono y marcó el número del comandante de la Guarnición Marítima del vecino puerto de Talcahuano. Éste se comunicó al instante con la capitanía de puerto para recabar información, y en dos minutos llamó de vuelta:
–El mar se ha recogido 0.45 metros –dijo.
–¿Y cuánto es lo normal en esta época? –replicó Scwartzmann.
–0.43 –expresó el oficial.
O sea, según la tabla de mareas, ese día el mar se había recogido dos centímetros más de lo normal. Sin embargo, a los pescadores de las caletas de San Pedro y Talcahuano les parecía que la recogida era mucho mayor. Además, muchas personas estimaron que el Bio-Bio contenía un caudal superior al habitual, todo lo cual fue generando alarma, la que no tardó en expandirse por el conurbano costero penquista –como se conoce a la zona de Concepción–, que comprende el puerto de Talcahuano y las comunas de San Pedro y Hualpén, entre otras.
A eso de las diez de la noche, eran miles los que salían despavoridos de sus hogares en una loca búsqueda por alcanzar cerros o terrenos de mayor altura. Las calles se llenaron de personas que iban con frazadas, botellas de agua e hijos a cuestas, mientras los gritos de “¡Viene la ola!” los hacían temblar de miedo. Testigos cuentan que muchas personas estaban descalzas y en paños menores, y que en la plaza de Concepción pudo observarse a una señora que corría despavorida con un flotador de piscina en la cintura.
Una de las primeras poblaciones en comenzar a evacuarse fue Villa Las Salinas, que es habitada en su gran mayoría por oficiales y suboficiales de la Armada y sus familias. Esto ayudó a expandir la alarma, puesto que las personas que vieron esto pensaron: “Si los marinos arrancan, es por que algo grave está pasando”, como expresó Schwartzmann. A las once de la noche el alto tráfico de llamadas saturaba las líneas telefónicas de la ciudad.
En San Pedro, cientos de personas exigieron al Cuerpo de Bomberos ahí destacado, que tocaran las sirenas para alertar a las gentes de lo que estaba sucediendo, lo que habrían conseguido. Otras versiones, sin embargo, aseguran que nadie les fue a pedir nada, y que ellos habrían dado la alerta por cuenta propia. El papel de los bomberos está centrando la atención del fiscal designado por la justicia para investigar el origen de los rumores que derivaron en la histeria colectiva.
Los frontis de los hospitales se empezaron a llenar de personas que iban a buscar a sus familiares enfermos para sacarlos antes que se los llevara el mar. Los peatones que inundaban las calles pedían a los conductores que los llevaran, y cuando éstos se negaban porque estaban apurados o porque sus autos estaban llenos, no faltaron los que se encaramaron agarrándose de donde podían, lo que provocó no pocas esguinces y fracturas.
A la una de la mañana, la histeria alcanzó su punto máximo. Cientos de personas se congregaron frente a la Primera Comisaría de Carabineros de Concepción, y exigían que los funcionarios policiales incautaran camiones y buses para facilitar la escapada. Asustados por el descontrol de la gente, un piquete de carabineros fue a buscar a Scwartzmann a la radio, dado que pensaron que debido a su gran ascendiente, podría convencer a la multitud de lo erróneo de sus actuaciones. Así que éste salió de su oficina y a tranco resuelto atravesó la plaza hasta alcanzar el atiborrado bastión policial. Abriéndose paso entre la multitud, tomó un megáfono que le facilitaron los policías y dijo en voz alta: “¡Vuelvan a sus hogares que no hay nada que temer, no hay riesgo de maremoto!”. Sin embargo, las personas no atendieron su llamado, y con más vehemencia presionaron sobre las rejas del recinto policial. Alguien gritó a los Carabineros que si no cumplían con su deber, asaltarían la comisaría y se llevarían las armas para con ellas requisar camiones y autobuses.
Al volver a sus oficinas Schwartzmann recuerda que recibió numerosas llamadas, como la de una señora que de manera desesperada buscaba a su hija de un año y siete meses, que había depositado en la parte trasera de una camioneta en movimiento, como último recurso para salvarla de las aguas. Schwartzmann le preguntó si había anotado el número de la placa del vehículo, a lo que la señora respondió que “cómo iba a ser tan estúpida de andar anotando patentes, cuando la ola estaba encima”. Schwartsman logró dar con el paradero del menor, llamando a Carabineros, los que se comunicaron con una tenencia de carretera, los que interceptaron al vehículo donde iba el bebé, el que fue derivado al hospital donde no se le encontraron lesiones.
Un poco más tarde la radio Bío-Bío recibió otro llamado. Era el alcalde de la vecina comuna de Florida, que muy asustado decía que cientos de vehículos llenos de gente, hacían ingreso a su pueblo y lo único que querían saber era hasta dónde había llegado el mar. “¡Qué mar ni qué nada!”, le respondió un ya enfurecido Schwartzmann. También recibió la llamada de un empleado de una gasolinera, que decía que decenas de automóviles hacían colas para cargar combustible y que nadie se preocupaba de pagar.
También recibió la llamada, un tanto angustiada, de un oficial de policía que por altoparlantes de su vehículo había pedido –sin éxito alguno– a las personas que volvieran a sus hogares. El oficial le solicitaba a Schwartzmann un consejo para que le hicieran caso. Y éste le sugirió que se hiciera acompañar por bomberos, porque pensaba que si las personas veían a éstos junto a Carabineros, su clamor podría ser escuchado. Pero todo Chile fue testigo, a través de las pantallas de televisión, que las personas siguieron su camino sin siquiera dar una mirada a Carabineros o bomberos.
Una mujer de 68 años que huía en el auto de un vecino hacia el cerro Lomas Coloradas de San Pedro, sufrió un paro cardiorrespiratorio, que le costó la vida. El carabinero Manuel Sanhueza salvó la vida, mediante la aplicación de masajes de reanimación, a dos personas que sufrieron infartos cardiacos en el sector de Boca Sur. Esto fue reconocido por los médicos que posteriormente las trataron.
Los servicios de urgencia reportaron centenares de atenciones, entre infartos, crisis de angustia, y lesiones físicas producto de la huida.
A la mañana siguiente de sucedido todo esto, miles de personas que permanecían en los cerros, se negaban a bajar, pese a las argumentaciones de Carabineros, bomberos y autoridades de gobierno que intentaban convencerles que no había ningún riesgo y, que si lo hubo, éste ya no existía. Muchos de ellos se quedaron la noche siguiente en los cerros, e incluso algunos hicieron lo mismo la noche del miércoles.
Hubo casos en que, enmedio del pánico colectivo, los hijos salieron de sus hogares olvidando a sus seres queridos, como ocurrió con Septimio Mardones, quien junto a su hermano estaba al cuidado de su anciana madre.
Consultado por Apro, Septimio descartó haber sido presa del pánico. Señaló que cuando le avisaron del maremoto, llamó a su hija que estaba en Chillan para contarle lo que pasaba. Y dice que antes de salir “me preparé un café y me dí una ducha”. Consultado respecto de por qué había subido un cerro, nos respondió que “no lo hice para escapar, sino para mirar desde lo alto cómo los demás lo hacían”. Afortunadamente no hubo maremoto, y su madre se enteró de la alarma sólo cuando estaba bien entrada la mañana. Una nieta de la anciana contó que la situación era, después del susto, motivo de risas entre familiares y amigos.
Con los días se han sabido nuevas cosas. En entrevista con Apro, Schwartzmann contó que una alta autoridad de gobierno, de quien quiso mantener reserva de su nombre y cargo, le confesó este viernes 21, que antes de ir a la radio Bío-Bío a transmitir calma, “puso a salvo a su familia”.
Lo curioso y al mismo tiempo trágico de lo sucedido, es que a pesar de toda la histeria colectiva desatada la noche del 16 y la madrugada del 17, el mar estuvo particularmente tranquilo y, fuera de las habituales mareas, ninguna ola rompió la calma en la bahía penquista.
Reflexionando sobre lo sucedido, Schwartzmann expresó que las personas, cuando están en pánico, no escuchan razones. También señaló otra cosa que le llamó la atención: la gran mayoría de los que huyeron eran de estratos sociales bajos y medios, y que los ricos salieron en una ínfima proporción. Él ve la razón de esto en que en ese sector social existe poca solidaridad, por lo que “quienes supieron de la alarma, no le avisaron a nadie y se salvaron solos”.
Schwartzmann señaló también que la gente no daba crédito a los llamados a la calma hechos por las autoridades, porque pensaban que éstos se hacían para poner orden en la evacuación y para que no se bloquearan los caminos. Dijo también que él en todo momento estuvo seguro que no pasaba nada, porque siempre los maremotos están precedidos de terremotos, y que el que había ocurrido la madrugada del domingo 16 en Australia no tenía la fuerza suficiente (6.6 en la escala de Richter) como para repercutir en estas latitudes.
Dice que la actitud de la radio en que labora, la más importante de su región, fue “en todo momento de mantener la tranquilidad”, y agrega que para evitar exabruptos, colgó un letrero en la sala de prensa que decía: “No dar falsas alarmas”. Dijo también que si hubieran dado crédito a los falsos anuncios, no hubiera sido uno, sino diez los muertos por lo menos”, y señala que su medio ha recibido el reconocimiento por su accionar en estas circunstancias de parte de numerosas instituciones, además de la ciudadanía.
Pero a pesar que lo peor del susto ya pasó, la gente todavía tiene miedo. Esto se demuestra en que a cuatro días de lo sucedido, es muy difícil encontrar agua mineral en los almacenes, y que muchas personas han puesto en ventas sus casas, pensando en emigrar de la región.
Apro conversó con una de ellas, la señora Aída Leiva, quien manifestó que piensa volver junto a su familia a su natal Valparaíso, porque a pesar de que esta vez fue “falsa alarma”, mucha gente cree que en cualquier momento va a haber un terremoto y/o maremoto en Concepción.
Una historia movida
En tiempos de la Colonia, Concepción sufrió varias calamidades naturales. El cronista Góngora Marmolejo describió como sigue el tsunami del 8 de febrero de 1570, que sucedió a un fuerte temblor que afectó la ciudad:
“Vino la mar con tanta soberbia que anegó mucha parte del pueblo, y retirándose más de lo ordinario, volvía con grandísimo ímpetu y braveza a tenderse sobre la ciudad. Los vecinos y estantes se subían a lo alto del pueblo, desamparando las partes que estaban bajas creyendo perecer”.
En 1751 un fuerte terremoto ocurrido a la una de la madrugada, fue seguido de un repliegue de las mareas que alcanzó un kilómetro, tras lo cual una enorme ola arrasó la ciudad, y lo poco que quedó en pie fue destruido por otras dos olas que la sucedieron. Debido a esto, en cabildo abierto, sus habitantes decidieron trasladar la urbe a su ubicación actual, en la ribera norte del Bío-Bío, 20 kilómetros tierra adentro, con lo cual la ciudad dejó de ser puerto.
El 20 de febrero de 1835 a las 11:30, un nuevo terremoto sacudió a Concepción. El naturalista inglés, Charles Darwin, que se encontraba en Talcahuano, dejó testimonio de lo sucedido: “Más o menos a media hora después de la sacudida, el mar se había alejado ya tanto, que quedaba en seco hasta las naves ancladas en profundidades de siete brasas; aparecían a la vista todos los peñascos de arrecifes de la bahía, cuando una descomunal ola pasó rápidamente a lo largo de la costa occidental de la bahía de Concepción, barriendo todo lo que podía oponerse a su avance; su altura alcanzaba a 30 pies encima de la señal de las altas mareas. Pasó encima de los buques, haciéndoles remolinar como simples botes; en su impetuosa retirada arrastró consigo todos los objetos movibles que el terremoto había acumulado en los montones de escombros. Después de pocos minutos, las naves se encontraron de nuevo en seco, y se vio a otra gran ola que se acercaba con gran ruido e impetuosidad mayor aún”.
En esta ocasión las pérdidas humanas fueron menores que la vez anterior, puesto que aún quedaban en la memoria colectiva lo ocurrido un siglo antes, por lo que las personas huyeron antes que el mar las alcanzara.
Kai Kai y Tren Tren
Pero el temor a los tsunamis que tienen los penquistas no sólo se explica por acontecimientos sucedidos en los últimos siglos, sino también tiene raíces míticas ancestrales. Y es que una de las leyendas fundacionales del pueblo mapuche, que habita el sur de Chile, trata el tema del maremoto a través del relato el enfrentamiento entre dos serpientes: Kai Kai y Tren Tren. La primera, tiene el poder de hacer subir las aguas del mar, y su objetivo es ahogar a los mapuches. Tren Tren, por su parte, tiene la cualidad de hacerlas bajar. Para conseguir sus objetivos, ambas serpientes se trenzan en una lucha salvaje. En esta contienda muchos mapuches son alcanzados por el mar, y Kai Kai los convierte en peces, mientras otros, antes de ser atrapados por las aguas, prefieren que Tren Tren los transforme en rocas.
En medio de esta batalla, mujeres, hombres y animales arrancan hasta las cimas de los cerros. Kai Kai hace un esfuerzo supremo por hacer llegar las aguas hasta ellas, pero no lo consigue, conformándose con mantener rodeados a éstos. Como el sol estaba quemando a las personas que esperaban que las aguas bajaran de los cerros, Tren Tren –que no podía por sí solo hacer descender el mar– les sugirió a los mapuches que sacrificaran a un niño, descuartizándolo, y luego lo lanzarán al mar. Kai Kai aceptó este sacrificio e hizo descender las aguas.
Con ocasión del terremoto de 1960 –el más fuerte del que se tenga registro en el mundo–, que fue seguido de un maremoto que transformó la geografía del sur de Chile, la machi (sabia) mapuche María Juana Namuncura, obedeciendo la revelación de un sueño evocador, determinó la necesidad de realizar el sacrificio de un niño, para de esta forma hacer que las aguas bajaran y así impedir que el pueblo y la cultura mapuche fueran arrasados por las aguas.
Francisco Marín
El Ciudadano