Martín Warp, novela gráfica: ¡Vamos a quemar relojes!

  Siendo la dominación del espacio y el tiempo uno de los motores de la técnica desarrollada por la civilización, una vez que (una parte aún ínfima) del espacio pudo ser conocida mediante los avances de las tecnologías correspondientes, el tiempo ha quedado como un ámbito vedado para la mayoría de los seres humanos, entendiendo […]

Martín Warp, novela gráfica: ¡Vamos a quemar relojes!

Autor: Cristobal Cornejo

 

Siendo la dominación del espacio y el tiempo uno de los motores de la técnica desarrollada por la civilización, una vez que (una parte aún ínfima) del espacio pudo ser conocida mediante los avances de las tecnologías correspondientes, el tiempo ha quedado como un ámbito vedado para la mayoría de los seres humanos, entendiendo dicha veda como la imposibilidad de controlarlo, avanzar, retroceder o detenerlo a nuestro antojo.

Los métodos chamánicos –siempre poéticos- entregaron diversos caminos para fundirse orgánicamente con la totalidad espacio-temporal del cosmos, pero esos caminos fueron denostados por el cientificismo, limitando el acceso al conocimiento. Por eso, el tiempo siempre ha sido fruto de estudios y ensoñaciones. Y es lo que “Martín Warp” (Viceral y Mythica Ediciones, 2012), novela gráfica de Enrique Videla y Abel Elizondo desarrolla, cabalgando en una suerte de ciencia ficción ‘cotidiana’ (como ellos mismos la definen en la contratapa).

En las ruinas de la ciudad de Los Ángeles, octava región chilena, tras el terremoto del 27 de febrero de 2010, un par de amigos, Martín Quintero (Martín Warp) y Juan Elal desafían el toque de queda recorriendo la ciudad, interviniéndola a su antojo, como si ningún ser humano quedase ya sobre la tierra. En esos laberintos, frutos de la fragilidad de la propia humanidad frente al ambiente natural, sus confusiones adolescentes son el marco para diálogos ricamente abstractos y una estética que podría considerarse post-cyber punk (estilo superado, en cierto sentido, por la descomposición actual de la realidad social, donde la informática aún es considerada como un aspecto éticamente neutro). Y disculpen la etiqueta.

Como jóvenes dispuestos a romper la monotonía del orden impuesto por otros más viejos, esos personajes no dudan en utilizar los caminos cortos. La ketamina, anestésico y potente droga disociativa de intensísimas propiedades sicodélicas, es el vehículo. Si la meditación y otras prácticas espirituales llevan a estados superiores de conciencia producto de una férrea disciplina, la ketamina lleva a lugares similares con un solo pinchazo. Pero en el caso de Warp, no es un viaje cualquiera, sino un extraño laberinto que –si no fuese abordado con la ligereza de la adolescencia- podría considerarse kafkiano.

“Martín Warp” entrecruza un guión sólido en trama, con un puñado de personajes llamativos, flirteando con la novela negra e integrando elementos intertemporales a modo de caleidoscopio. Bajo un trasfondo local anclado en el imaginario de los pueblos antiguos, resulta un objeto cultural propio de nuestra época. Sin embargo, es un momento de verdad, esa que sobreviene cuando desde nuestra posición en el mundo, nos pensamos y conectamos con los antepasados, sus saberes y formas de vida. Todo esto se apoya con precisión y pulcritud en los dibujos y otras formas gráficas presentadas, resultando una perfecta complementación y potencia visual.

Hay una política detrás: las consignas cuasi-situacionistas, la marginalidad y nihilismo activo, la valoración de otras vías cognitivas. En ese sentido, la ketamina, sin reduccionismos, es una sustancia peligrosa, porque, más allá de sus posibilidades recreativas, provoca en todo quien la experimenta una intensa conciencia orgánica con el todo, lo que desafía la realidad tal como la conocemos, a la vez que la desdramatiza en sus nimias complejidades, atornillando en contra de la sociedad de control.

“Martín Warp” transita por ese camino, mezclando lo rural y lo urbano, lo material y onírico, la vida y la muerte, sin más pretensiones que desarrollar una historia que estimula por su vitalidad, visualidad, y pone la primera piedra de lo que podría ser una muy buena saga.

 

MARTÍN WARP

Enrique Videla y Abel Elizondo

Viceral ediciones, Mythica ediciones

Fondo del Libro

2012

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Por Cristóbal Cornejo

El Ciudadano

 


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