Si todo comentario de un libro es indefectiblemente el ingreso a una bóveda íntima, presentar la obra que hoy nos convoca es el ingreso a otra bóveda que atesora materiales dispersos y que yuxtapuestos podrían modelar una obra mayor.
Esta bóveda está atravesada por escaleras y puentes inciertos. Pasadizos y estructuras flotantes sobre una gravedad móvil, ampliaciones progresivas de formas que se acaban y mutan de manera casi inadvertida. Pienso en las litografías de M. C. Escher “Arriba o abajo” o “Galería de Grabados” o por qué no, en el modelo de escalera imposible de Roger Penrose. En un juego similar de perspectivas cruzadas cayó en mis manos el Ardido Amor de Rodrigo Maturana, con el que ya, hace algunos meses, había mantenido vínculos dialógicos que pasaban por temas como la creación, la vida y la memoria.
Rodrigo Maturana, es relación conectiva entre regiones misteriosas, tres conceptos, tres idiomas, tres ideogramas, tres demonios, tres aguas. Información en diagrama transitivo y estructura compleja, sígnicamente abierta, capaz de poner en crisis una semiótica demasiado eficaz. El triangulo alma – mente – cuerpo se mueve en él tal vez desde un impulso Borgiano, de acervo enciclopedista, que combina alternamente los destellos de un conociendo excelso, que se pone al servicio del vuelo de una mariposa o la arquitectura de una hoja, o de la historia de alguna dinastía china.
Maturana tiene el don de la palabra, la carga con una experiencia vital y vivencial como ya pocos lo hacen. Nos trae noticias de una realidad que se ha tornado transparente y son poco los videntes que aún tienen ojos para verla. Para él, el mundo puede caer en un grano de arena y la pena de un tiempo, contenerse en síntesis prefecta en una lágrima:
“Llover , solo llover. Oír, sin tregua,
el monótono redoble de la lluvia.
Abrir, de par en par, nuestros designios,
mientras el tiempo ausente se derrumba”.
Editorialilla ha puesto ante nuestros ojos la escritura de un autor múltiple, una rara avis para un sistema clasificatorio que etiqueta y ficha según parámetros industriales de producción. El maestro Maturana no está ni cerca de esa estructura. Trabaja a destiempo, y fuera de todo guion productivista. Solo basta mencionar el detalle que su Ardido Amor, son versos de juventud, de primera época, iniciáticos de una escritura que ha cambiado permanentemente de soporte y formato.
Ardido Amor fue publicado incontables veces en sistemas de reproducción artesanal, copias, fotocopias, cosidos a mano. Uno a uno distribuidos, intercambiados, regalados, vendidos por algunas monedas, lejos del IVA, el Servicio de Impuestos Internos o el copyright.
El autor deambula a impulso propio por los intersticios de los lugares que nadie ahora decide hacer a pie. Alejado de toda seguridad y certeza material, distante de la propiedad, lo único, lo nuevo, lo novedoso, lo brillante. Administra su oscuridad como el oro y sus marasmos son la sapiencia carnalizada de un largo trayecto. No puedo no ligarlo en algunos aspectos a Diógenes de Sinope. Diógenes el perro, el filósofo griego que rechazando toda la racionalidad de Atenas y el imperio, cambiaba agua por clases de astronomía o matemáticas. En ese abandono a la seguridad que nuestro Maestro Maturana a hecho, puedo leer la gran reflexión de la filosofía cínica afirmando que “un rústico puede conocer todo lo cognoscible”.
Si este es el primer libro impreso de Rodrigo Maturana, el ya tenía una presencia de larga data en el panorama cultural chileno. Su destacado lugar en películas hoy antológicas, le han hecho merecedor de un rango de actor de culto, presente en filmes como Vidas Paralelas, La Expropiación, El Charles Bronson Chileno etc. En todas ellas Rodrigo Maturana ha dejado su sello imborrable. Como olvidar por ej. su monólogo magistral en Palomita Blanca. Esa capacidad de improvisación y creatividad discursiva en extremo, que sedujeron a Raúl Ruiz, quien lo invita a hacer su “Solo” a ese memorable film. Maturana de profesor, comentando asuntos al vuelo, concatenados únicamente por su supuesta posición de educador, justamente llamando a des educarse. La escena es doblemente magistral porque es una toma sin cortes, donde especulación y realidad logran una fusión casi hipnótica. Aquel encuentro Ruiz – Maturana fue brillante. En un cine cuya poética “Desarrolla una idea, luego una trama, luego una ficción, luego una fábula y de pronto la rompe”. El Maestro Maturana era una verdadera caja china para momentos de la estética de Ruiz. Productor incontrolado de realidades del lenguaje, como si estuviesen dispuestas frente a un espejo, otra realidad inédita siempre aparece, Ruiz gozaba con esa facultad.
Pero no solo allí su presencia ha sido importante; como director debuta en dos producciones hoy referenciales para la historia del videoarte chileno.
Mr off o el caso de las papas polacas y El sueño del ratón en la sopa.Son dos sugerentes metáforas de la fragmentación postmoderna y la perdida del habla como centro productor de certezas. Decisivas discusiones político culturales que se daban a mediados de los años 80 en el país. Esos tópicos atravesaron de manera radical la visualidad, el cine, la pintura o la performance. Y son el antecedente más importante para la historia del arte crítico contemporáneo. Maturana estaba atento a las redefiniciones estéticas que la modernidad chilena estaba generando. Captó con éxito aquellos aires.
Estas y otras búsquedas como talleres, encuentros, ejercicios con cámaras, escritura visual, movilizando un efectivo ejercicio de Video vida como Maturana denominó a ese convencimiento visivo de ir hacia una búsqueda poética y visual, centrada en una mirada materialista del mundo, palpando texturas del afuera y sus resonancias en la voz y la pupila o el corazón, teoría ésta, abierta, fallida, bella, delirante. Pienso en el lema de la escuela cinema novo. Una cámara en la mano y una idea en la cabeza, grita Glauber Rocha. A su modo, Maturana salió a registrar el afuera, la ciudad y su psiquis.
¿Por qué maestro..?
Para mi Maturana es un maestro. Un maestro ignorante. Como en la novela de Jaques Ranciere y su protagonista Joseph Jacotot.
Que es un maestro ignorante?
El maestro ignorante es la historia de una búsqueda de la verdad y la luz, una experiencia existencial que se centra en la materialidad del cuerpo y sus recintos como el alma y los sentidos, como zonas de búsqueda de sentidos.
¿Cómo son las clases del maestro ignorante?
Conversaciones, observaciones, micro transito por lugares completamente recorridos. Son, ante todo, un ensayo sobre el amor, la muerte, la sabiduría y el éxtasis vital. Clases en la que flota una pregunta por la condición humana de la creación y la magia oscura y bella que moviliza todo recorrido por los bordes de la pasión y el sentimiento.
Dice Ranciere:
«Un maestro ignorante no es un ignorante que decide hacerse el maestro. Es un maestro que enseña sin transmitir ningún conocimiento. Es un docente capaz de disociar su propio conocimiento y el ejercicio de la docencia. Es un maestro que demuestra que aquello que llamamos “transmisión del saber” comprende, en realidad, dos relaciones intrincadas que conviene disociar: una relación de voluntad a voluntad y una relación de inteligencia a inteligencia.»
Ardido amor es un texto escrito por el Maestro Maturana en su juventud, hace ya 60 años. Es un libro primero, donde el autor toca el mundo y su experiencia desde el cuerpo y mente. Desde la sangre y el sueño. Leo los textos y pienso. Tal vez hoy ya nadie hable así, o escriba así, con ese rigor, con esa exactitud, con esa parsimonia metálica, bella y rotunda.
Por esas razones, el texto se hace extremadamente contemporáneo. La contemporaneidad es, pues, una relación singular con el propio tiempo, que adhiere a éste, pero con el que también toma profunda distancia; vale decir, se adhiere a él desde un desfase o anacronismo.
Los que coinciden de una manera excesivamente absoluta con la época, que concuerdan perfectamente con ella, no son contemporáneos porque, justamente por esa razón, no consiguen verla, no pueden mantener su mirada fija en ella. La actualidad de Ardido Amor, radica justamente en esa desconexión, ese desfase contemporaniza su voz. Esa voz que no está para desintensificar sino justamente para todo lo contrario. El texto intensifica lo que no está, hace pesar aquello que se ha retirado, que falta, que nos ha abandonado.
Gracias, Maestro Maturana por su obra, su pasión y sus antiguos amores, que son para nosotros ahora, casi otra tabla de salvación.
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*Este texto es una versión abreviada, de la que su autor leyó el pasado 10 de noviembre, durante la presentación publica de Ardido Amor.
9
Llover, por fin llover, caerse el cielo,
deshacerse los vidrios de la casa,
bogar los pensamientos y los lechos,
hincharse los recuerdos con el agua.
Llover. Sólo llover. Oír, sin tregua,
el monótono redoble de la lluvia.
Abrir, de par en par, nuestros designios,
mientras el tiempo ausente se derrumba.
Precipitar amor sobre tu cuerpo
con furia vertical de cuchillada,
mientras impregna el aire, densamente,
el lento y genital olor del agua.
¡Ah, talar tu sangre, mansa y triste,
con certero puñal inexorable!
¡Morder tu ácida boca, empedernido,
ahora que agonizas lentamente!
Desintegrarse el día, poco a poco,
sobre inmóviles palomas silenciosas,
recordándonos, de pronto, que morimos,
y que cae la lluvia interminable.
Por Samuel Ibarra Covarrubias-Periodista