«Walking around», de Pablo Neruda, es uno de los más conocidos poemas de la colección Residencia en la Tierra (Libro 2, parte primera, 1932-1935). Aquí el poeta chileno nos habla de su malestar de vivir en el mundo que le correspondió, un mundo que no lo deja –esa es la conclusión más definitiva— ser lo que él es.
El suyo, un poema de protesta no política, pero sí existencial, es el canto de un ser dividido, como todos somos, entre dos naturalezas: la material y la metafísica. División sin cuya conciencia no habría poesía. Tampoco filosofía, y en ningún caso la locura, fuente de toda poesía. Eso no quiere decir, por supuesto, que cada loco es un poeta. Pero sí que un gran poeta, por lo menos cuando escribe, ha de bordear los umbrales de la locura. Quien escribe poesía sin poseer la capacidad de perderse de sí, en sí y del mundo, no debe ser jamás llamado poeta. En el mejor de los casos, un simulador. Tal vez un equivalente a lo que fueron los sofistas en la filosofía, gente tan odiada por Platón.
¿Pero qué más agregagar? Los dejamos con este poema genial.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Solo quiero un descanso de piedras o de lana,
solo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.
No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.
Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.
Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.
Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.
Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.