Centro y periferia (2018). Sello Mescalina
Lo nuestro es la lógica de la tensión, lo que resulta de cuando dos fuerzas se oponen y todo eso que sucede ahí. Ahora resulta que es el encierro versus la libertad; otras veces los ricos frente a los pobres, la juventud y la vejez, el cielo contra el infierno. Los diálogos, las discusiones entre cualquiera de estas fuerzas son eso que nutre los imaginarios de cualquier expresión humana y cultural.
El compositor y multiinstrumentista formado en Valparaíso, Antonio Monasterio, volcó sus inquietudes, su historia personal trazada entre Panguipulli y el puerto, en la creación del disco Centro y periferia (2018), editado por el sello porteño Mescalina.
Acompañado de un impecable ensamble, Monasterio propone en siete canciones un relato musical instrumental que prescindiendo de líricas, es capaz de confabular entre la música y sus títulos, una suma de ideas claras acerca de algunos posibles tránsitos de un lugar a otro, de las tensiones y relajos que significan nuestras experiencias domésticas, nuestras citas con la memoria.
Centro y periferia confirma desde diferentes hitos su voluntad de proponer escenas sobre cómo vivimos entre permanentes cruzas, partiendo por la decisión de hacer habitar instrumentos tan variados como el oud árabe junto a la guitarra eléctrica o la batería, los que en clave jazz fusión se hermanan entre solos y bucles hasta conseguir el efecto ensoñador de la música como rito y viaje.
La relación de la canción y su nombre es otra evidencia de cuán lúcida es la intención comunicativa, política y discursiva en este disco debut de Antonio Monasterio Ensamble, como en «Azules Makinarias» cuya sensación de nostalgia y de fiereza ante un puerto ocre -conducido por una guitarra sentida junto a un chelo- avanza y se engrandece gracias a un motivo musical incansable y sugerente que concluye con sonidos del puerto, como quizá se lo hubiese imaginado el propio Manuel Rojas para acompañar su cuento «El vaso de leche».
Siguen en esta senda momentos como «Puerto Ácido», con trazas que recuerdan el tenso y exquisito mestizaje entre la tradición árabe y la española o «Camino a la planta», canción que con energía progresiva, se vale del oud y el ney para imaginar el recuerdo de niño que tiene Monasterio de su papá yendo al laboreo forestal en su natal Panguipulli.
Aun cuando las tensiones entre distintos opuestos han configurado gran parte de los relatos de toda nuestra existencia, pareciera ser que este 2020 con su fragilidad y necesidad de confinamiento, concluyen en poner mucho más atención en sus dinámicas y en cómo las encaramos. Por eso es que el brillo de discos como Centro y periferia alcanzan a alumbrar muchas de nuestras batallas: las compartidas, como defendernos ante la prepotencia del poderoso; las íntimas, como ser un poco más libres desde el encierro.