Ludwig van Beethoven (1770-1827) fue un compositor, director de orquesta y pianista alemán, considerado como uno de los artistas más importantes de la historia musical, cuyo legado ha influido de forma decisiva en la evolución de la música.
Un día, mientras el compositor casi sordo estaba trabajando en su piano, sintió manos sobre sus hombros. Se dio vuelta, enfurecido, y se encontró con una joven con la que desarrollaría una gran amistad: Bettina von Aarmin (1785-1859).
Bettina fue una destacada filósofa, pensadora, escritora, compositora, cantante y activista social. Creció rodeada de personajes ilustres, tuvo una formación excepcional y utilizó su intelecto para crear belleza y luchar contra las injusticias sociales.
A continuación, te dejamos con la carta de Beethoven a Bettina escrita en Viena el 11 de agosto de 1810:
Mi queridísima amiga
Pocas primaveras han sido tan hermosas como la de este año. Así parece y así lo digo. Porque fue esta primavera cuando la conocí a usted. Habrá podido advertir desde muy pronto que, siempre que me encuentro en sociedad, me asemejo a un pez en seco: el infeliz no hace más que dar volteretas y saltos hasta que una Galatea lo devuelve al embravecido océano.
Bastó su sola presencia para que una nueva vida me fuera infundada. Usted no pertenece a este mundo, un mundo absurdo al que, ni siquiera con la mejor de las voluntades, puede darse crédito. Pero, en cualquier caso, ¿podría una mala persona como yo censurar al resto?
¡Ah! Sé muy bien que usted, tan compasiva, me lo perdonará. Todo lo hermoso de su corazón puede leerse en sus ojos. Así, usted me lo habrá de perdonar debido a su inteligencia, a esa clara inteligencia que se refleja en sus oídos.
Porque he podido advertir que lisonjean sus oídos cuando escuchan. Mis orejas, en cambio y por desgracia, son un tabique a través del que no me es dado establecer relación amistosa alguna con nadie. Si fuera de otro modo, puede que me hubiera permitido decirle algo más expresivo. Sólo me fue dado comprender la tímida mirada que sus ojos me dirigieron y que me impresionó de tal manera que ya jamás podré olvidarla.
¡Querida amiga! ¡Amada niña! ¡El arte! ¿Quién puede comprenderlo hasta el fondo? ¿Con quién pudiera uno departir sobre tan excelsa divinidad? ¡Qué gratos me son los días en que podamos discurrir o escribirnos sobre este asunto! Sepa bien que conservo cada una de sus espirituales y atentas cartas. ¡Bendita sea mi sordera, a la que le debo que la mayor parte de nuestras charlas se lleven a efecto por escrito!
Desde que usted partió he pasado días muy tristes, muy negros: esos días en los que no está uno para nada. Durante tres horas he vagado errante por las alamedas de Schoenbrunn, sin que ningún ángel haya venido a mi encuentro ni me haya confortado como “tú, ángel mío”. Disculpe, querida amiga, estas salidas de tono, pero en ocasiones necesito tales recursos para dar fuerza a mi corazón, que desfallece.
Asumo que habrá usted escrito a Goethe hablándole de mí. ¡Y con qué gusto ocultaré mi cabeza en un saco para no oír ni ver nada de lo que pasa en el mundo, si tú, ángel mío, no vienes pronto a mi encuentro! Aunque, ya que esto no es posible, al menos escríbame. Guardo esta esperanza. Y es que de esperanzas viven la mitad, por lo menos, de los humanos. La esperanza ha sido compañera durante toda mi vida. De otra forma, ¿qué hubiera sido de mí?
Le remito con la presente misiva, escrito de mi puño y letra, “Conoces el país”, como feliz recuerdo del momento en que hube de verla a usted por vez primera. También le envío otra canción que compuse cuando nos despedimos, querido, amantísimo corazón mío, y que empieza así: “¡Corazón, corazón mío! ¿Qué es lo que te angustia? ¡Qué extraña y nueva vida! ¡La verdad, no te reconozco!”.
Sí, mi cara amiga. ¡Contésteme! ¡Dígame qué ha de ser de mí desde que mi corazón se me ha rebelado! Escriba a su muy fiel amigo,
Beethoven.
Por Ana Mourás.
El Ciudadano