Noli me tangere

El ensayo a continuación titulado Noli me tangere significa No me toques

Noli me tangere

Autor: Pia
Pia

El ensayo a continuación titulado Noli me tangere significa No me toques. Fue escrito y enviado por Sebastián Gómez Matus, nacido en Osorno el 19 de diciembre de 1987.

Sí, es doloroso, tanto para la familia de los detectives asesinados ayer, como para mí y los familiares de Ítalo Nolli. Desde luego no porque sean ratis, sino porque eran personas cumpliendo una función que los llevó a morir. (Qué poético suena “llevar a morir”). Debemos aceptar que, aparte de los designios cósmicos que cada uno lleva indefectiblemente consigo, esto es culpa de un Señor y las Instituciones de seguridad pública. El porcentaje de culpa no nos interesa para los objetivos de este pedazo de hoja escrita. Podríamos remontarnos al comienzo de la humanidad para intentar explicar qué causas se concatenaron para derivar en tan trágico suceso; sin embargo, tomaremos un par de hechos que son los que me interesa destacar y, en efecto, someter a un crítica relativamente sociológica.

Digo relativamente sociológica porque la Sociología no nos sirve para explicar todos los hechos sociales -acontecimientos pretéritos de un futuro en retroceso-, tampoco lo pretende, y, mucho menos, podrá explicar el dolor que están viviendo esas familias: las de dicho Señor Intocable y de los malogrados detectives.

Antes que todo pensemos la función que cumplen los ratis, los pacos, los guardias secretos, los sospechadores, los milicos y otros agentes a fin en Instituciones del orden.

Hace ya bastante -mucho antes de mi venida a este mundo- que nos hacen creer en una Sociedad del Riesgo, concepto acuñado por Ulrich Beck. El gobierno actual, si bien no ha modificado el fondo de la Política del gobierno precedente, hemos podido notar -nosotros, los notarios-, a modo de promesa que se quiere cumplir frenéticamente, que los que están de turno en La Moneda –con la moneda- han incrementado el contigente policial en Santiago, de manera corrosiva, apelando directamente a la desconfianza mutua; una disuasión de la sociedad civil, como ente organizador y regulador de sus miedos colectivos. Se nos hace vivir un miedo. En regiones, por ejemplo, en Osorno, ciudad conservadora por excelencia, está sucediendo lo mismo: carabineros por todas partes. Y ahí reina una paz que acá en Santiago es inimaginable.

Desde enero hasta marzo me ausenté de Chile y, al volver, pude darme cuenta, caminando –y esto tómese como evidencia empírica-, que en muchas esquinas de Santiago Centro y Providencia había una díada de pacos aburriéndose; cuidándonos, custodiando la vida del que camina del que delinque.

A mí me parece que ese resguardo policial es mucho más severo, periódicamente, que la ciudadanía. Volver al punto del tercer parágrafo.

Toda la seguridad social lleva a cabo la premonición de un peligro, que crece como paranoia social. En la Universidad a la que asisto hay guardias que nada hacen: lo máximo que nosotros como vigilados hacemos ahí es beber un trago, fumar marihuana y conversar animadamente de diversos temas ¿Quién trama más planes en contra -¿o a favor?- de la otredad, es decir, entre civiles e uniformados?

El plan de Gobierno que se está llevando a cabo es de una opresión legitimada. La distancia humana que hay entre ciudadanos e uniformados es abismante, y nos están violentando para que la gente se violente y así confirmar su profecía autocumplida.

Está bien, continuemos ¿Queremos continuar así, violentándonos, morir sin haberle tocado la mano al supuesto enemigo?

Hace poco vi a un joven en la estación de metro Baquedano vendiendo ejemplares antiguos de El Ciudadano. Dos pacos, armados hasta los dientes, le dicen que no puede estar vendiendo ahí, que proceda a retirarse.

Ningún criterio. Él estaba casi donando una información, noticias valiosas, que aportan al diálogo entre las partes anteriormente referidas. Yo le dije “de haber estado vendiendo El Mercurio, no te sacan”. Se rió de mala gana. Comprensible.

También, unos días después del hecho que acabo de constatar, iba yo caminando por la Alameda, específicamente, cerca del Centro Arte Alameda, muy triste y con aspecto de pocos amigos -es verdad, debo reconocer la hostilidad que ese día llevaba conmigo- y me acerqué a un carabinero, esta vez menos armado, y le pregunté si me prestaba su pistola, que quería pegarme un tiro ipso facto. Así de claro. Él, se replegó a la pared, como allanado, como si lo estuviera cogoteando con mis palabras, desconcertado, y se reintegra diciéndome: “¡Váyase o lo meto preso!”

Era sólo una pregunta, pensé. Además, ni le interesó por qué quería hacer semejante barbaridad.

¿Por qué cuento estas efemérides? Porque han sido mis dos últimas experiencias más cercanas con los carabineros, previo al acontecimiento de ayer, el asesinato de estos dos tiras; personas, digamos, para enmendarlos y tenerlos presente como lo que son: personas. No estuvo bien que hayan muerto; no está bien que haya gente, ciudadanos, en primera y última instancia, que deseen tomar parte de instituciones tan atroces como absurdas, como la Policía de Investigaciones; no está bien “la mano firme” de la política de Piñera para con nosotros. Quizás, ni siquiera esté bien que yo escriba este ensayito. Pero digamos: quedan balas.

Recapitulemos un poco. De una u otra manera nos están sitiando, palabra vieja que no tiene gratos recuerdos. Hay que separar el discurso de la praxis en la política actual de este gobierno de derecha empecinada en acabar con la libertad, y, peor aún, con la posibilidad de reflexionar sobre ella. Entiendo que haya gente “peligrosa” o traficantes o toda la taxonomía de los que están afuera de la ley –a propósito de Luis Vulliamy-; empero, esto tiene un trasfondo psicosociológico abismante, que podría explicarlo, a medias. No me detendré en ello –para eso hay lecturas variadas-, pero bastará mencionar un solo constructo: distribución del ingreso.

Es completamente esperable, y raro sería que no pasase, que la población se violente en algunos puntos del mapa regulador –otro horrible sintagma- si a diario ven la injusticia, la viven, con que la sociedad chilena va (de)creciendo a través de la pantalla, para el resto del orbe. Estamos cada vez peor: un hombre, un civil, mató a dos detectives, una mujer y un hombre. Esto no es menor Sr. Presidente. (Aprovecho de hacerle una pregunta ¿leyó el libro Sr.Presidente de Miguel Ángel Asturias? No me vaya  a decir que el libro fue escrito ayer y que el autor chileno ganó el Nobel pasadomañana).

“No me toques”, básicamente esa fue la ejecución mental de Ítalo Nolli en contra de los ratis. Ahora, si bien el hombre era peligroso y estaba afectado psicológica y emocionalmente por sus experiencias militares, nos damos cuenta de la circularidad de las causas y los efectos; otra vez, ¿quién es el culpable?

Todos somos potencialmente peligrosos, unos más que otros, por cuestión de poder, sobre todo ante el miedo, sobre todo si uno sale y los pacos están obligados a emanar desconfianza de la mirada –estúpida, por lo demás-. Aquí somos todos sospechosos, partiendo por…

“Noli me tangere” es pura proxémica. Y, en realidad, este es el tema que he querido tratar, más allá de todos los otros alcances sociológicos o lo que sea. La distancia humana –y este no es un concepto que se use en sociología- entre nosotros y las instituciones de seguridad social es inhumana. Y eso que sólo hablamos de un hecho relativamente menor dentro de la Historia Social de la Humanidad; ni hablar de lo que está pasando en el Líbano, verbigracia.

En definitiva, hace ya mucho que el discurso estatal es que se vive una inseguridad social, que hay un miedo por vivir en el gran Santiago. Es un discurso de desconfianza civil, de disuasión entre supuestos pares. Pero, ¿cómo no desconfiar primero de ellos que para protegernos les pegan a las señoras comerciantes ambulantes de Temuco? Ni hablar de lo que viene pasando hace años con el “conflicto” mapuche. Los pacos no dialogan: proceden. Y se sienten orgullosos de su maquinalidad; los deseducaron para la violencia. Hay una relación totalmente asimétrica entre un ciudadano común y un rati, entre la Sra. de la Feria y la primera dama. La distancia humana ha sido clave en este asesinato mediante armas de fuego; la falta de sensibilidad y criterio en las aulas de la Escuela de Carabineros; la mentira que les insertan en su cabecita engorrada para ocultar lo hueras que son.

Yo me pregunto, así como hay tantas estadísticas del femicidio, por ejemplo, ¿por qué no hay de todas y todos los que ingresan a hospitales heridos o muertos a causa de la protección que brindan –¡salud!- estas instituciones?

Un traficante no merece morir ni secarse en la cárcel; un adolescente de trece o catorce años no merece estar enganchado en la pasta; un tal Sebastián Piñera no merece ser Presidente, más allá de una cuestión de votos, es algo cultural; los ratis no merecían morir, tampoco Nolli.

Lo que la ciudadanía merece es educación cívica, cercanía entre pares, derribar las asimetrías comunicacionales, menos intrusión en la vida privada, menos privatización de la Naturaleza, menos armas, más amor. Quizás, ahora me doy cuenta, esto era lo único que debí haber dicho: en este país hay una carencia tremenda de amor.

Para concluir, un verso de Enrique Lihn, ya que a esta hora del amanecer las conclusiones no están al dente, echo mano a mis lecturas: “Su seguridad personal es mi falta de decisión”.

Por Sebastián Gómez Matus


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