EL ESCENARIO
Valdivia es pura calma y pura inquietud. Hace menos de una semana un incendio destruyó una manzana entera del centro de la ciudad. Varios locales comerciales ahora son palos quemados que humean todavía. La avenida esta sitiada por Carabineros que buscan el origen del fuego. Los valdivianos observan en silencio desde la vereda de al frente, junto a los dueños del comercio y locales que ya negocian nuevos puestos y critican a los funcionarios públicos.
Mientras tanto, los santiaguinos vienen al Festival de Cine y sacan fotos como si éste fuere el primer guión que se proyecta. La historia es así: Una ciudad se destruye y se levanta constantemente a lo largo de un par de siglos, los motivos se intercalan entre terremotos, el río que se desborda y lluvias feroces. Valdivia es un escenario más para vivir, con su frío, la cuna de sus talentos, sus obreros haciendo fila en las puertas de las construcciones, su 7,6 de desempleo regional, su silencio, sus esquinas frutales, sus mujeres de piernas hermosas. También, es éste el escenario del Festival de Cine más importante de Chile, en su décima novena versión.
En la conferencia de prensa que inaugura el certamen, Bruno Betatti, director del festival, asegura que este año entre las cientos de películas que llegaron, la temática principal de la selección son las reivindicaciones sociales y el cine como voz de las demandas.
Para eso debuta la sección: Disidentes, donde los directores tratan de meter el dedo en la llaga o simplemente presentarnos miradas nuevas de temas viejos.
También el festival cuenta con las retrospectivas a la obra de Silvio Caiozzi, el director uruguayo Pablo Stoll y el cortometrajista francés Jean Gabriel Périot. Tres directores muy distintos en la forma, pero que comparten la mirada más bien cruda de la sociedad, sus historias y sus búsqueda de cierto sentido existencial. Así mismo se puede ya deducir en la lista de la las películas de la competencia nacional y extranjera, que el tono social del Festival apunta directamente a los ojos. Con esa edificante promesa a punto de cumplirse, llegamos a la noche del estreno mundial de Miguel San Miguel, la película que inicia todo.
LA ACCIÓN
Son las 8 de la tarde y hace algo de frío, el Aula Magna de la Universidad Austral nos recibe lleno de luces, viene el jurado y muchos focos para el Ministro de Cultura, gobernadores, alcaldes, concejales y muchos personajes del mundo del cine. La elite del cine nacional, todos dispuestos a ser parte de una nueva historia de chilenos que están exactamente fuera de aquella elite,
Mientras tantos los cineastas llenan sus espaldas de palmaditas amigables y agradecimientos por contar tan bien la miseria de Chile. Somos un retrato de vociferantes que estudiaron cine en las universidades que encabezan el lucro y despiertan cada mañana en Providencia dispuestos a meterse en nuestras vidas tan injustas, dueños de una cámara ciega que escucha solo lo que le conviene. Pero la historia del arte está llena de cosas así, dicen que no hay nada que hacer. O nos quedan dos opciones: creer en eso o hacer una banda de rock, aunque la batería sea una maleta vieja que reciba golpes rabiosos.
SAN MIGUEL
Las conductoras del evento inaugural son Ingrid Isensee y Catalina Saavedra, la que al final de la ceremonia y para que las cosas cambien, llama a votar en contra del Gobierno en octubre.
Luego comienza la película de Matías Cruz, su debut como director en el cine. Antes, en el escenario, el mismo Cruz se emociona diciendo que nadie nos debe decir lo que podemos o no hacer, que de eso se trata esta película y luego en persona, Miguel Tapia, el ex Prisionero, dice que es emocionante ver una historia tan personal, en el cine.
La película nos cuenta una historia que sabemos de memoria, la de tres amigos de San Miguel que estudian en esos liceos donde nuestras madres depositaban los únicos sueños que les permitía el nuevo Chile. Esos liceos comerciales o industriales en lo que íbamos a estudiar carreras cortas que algo de plata nos daría.
La historia es real, tanto que emociona, el rock es un sueño que algunos tuvieron las agallas de cumplir. Desde la mirada de Miguel Tapia, seguramente el más honesto de los tres Prisioneros, podemos ver no sólo cómo se fundó la banda más importante de la historia del rock chileno, sino que también para qué a los 15 años uno quiere hacer canciones: porque no teníamos nada, porque nuestra rabiosa luminosidad quería hipnotizar y lo más importante, porque queríamos que tantas mujeres nos amen al mismo tiempo.
Acá podemos ver a los héroes del rock en su adolescencia, despuntando sus personalidades aún inocentes sin saber el destino que les esperaba, aunque a ratos parecen sí darse cuenta. Es una película pequeña sobre una historia pequeña, que no solo habla de una banda, también nos muestra el Chile de clase media baja, que sin duda, aunque sea en los años 80, sigue siendo exactamente la misma.
Se nota que es la mirada de Miguel Tapia por lo sincero en el tono de la historia, donde lo único que los unía era la amistad a prueba de balas, literalmente. Miguel San Miguel también reivindica la figura del baterista de la banda, quizás el que tiene menos fama, porque siempre caballerosamente ha conservado el silencio. Hasta hoy, que teniendo la posibilidad de hacer una película no escarba en ningún conflicto sobre la banda, que sería una ambiciosa tentación, sino que, por el contrario, sólo se dedica a contarnos un montón de anécdotas vividas con sus antiguos amigos, con los que iban caminando desde su población hasta Providencia, que enchufaban mil cables para grabar en pistas o que compraban una batería vieja y la llevaban en micro de vuelta a San Miguel.
La película nos muestra a un Miguel Tapia fundamental, el pendejo que inició el sueño original sin esos acordes que luego desafinarían la amistad, el que no le debe ninguna explicación a nadie y supongamos, el más dolido con la separación de esta pandilla que cambió para siempre la historia de la música chilena.
Felipe Oviedo
El Ciudadano