Isabella, por John Everett Millais
John Everett Millais (1829, Londres – 1896) fue uno de los artistas de la Hermandad Prerrafaelista más celebrados. Realizó ilustraciones de libros de manera periódica entre 1852 y 1883, además de pintar algunas de las obras de arte más famosas de su tiempo y de la historia del arte, tales como Ofelia (1852), misma que actualmente resguarda la Tate Gallery en Londres. Fue un niño prodigio, pues desde la joven edad de cuatro años ya era reconocido por su talento. Fue así que cuando cumplió siete años su familia decidió trasladarse a Londres para poder ofrecerle una buena educación. Obras como Ofelia son muestra del virtuosismo y maestría del pintor, quien elaboró a esta joven ahogada inspirada en la literatura de Shakespeare. La obra es sumamente realista en el tratamiento de las flores, del color del agua encharcada, y en el naturalismo con el que retrata a la muerte.
Una obra menos poética, pero que ha levantado controversia es Isabella. Realizada en el año 1849, la obra retrata un episodio de el Decamerón de Giovanni Bocaccio. En primera instancia la composición no parece nada más que un grupo de personas reunidas alrededor de una mesa, en lo que parece una celebración. Si miramos más atentamente, del lado izquierdo de la obra, nos topamos con un personaje extendiendo una pierna con un cascanueces en la mano. Podemos apreciar que bajo sus codos se forma la sombra perfecta de una erección.
Se podrá decir que nuestra mente se está dejando llevar por la imaginación, pero se cree que este detalle fue, seguramente, intencional. “La sombra es claramente fálica, y también hace referencia al acto sexual. Pero, ¿por qué está así?”, dice el Dr. Jacobi, curador del Tate. No sólo la sombra hace referencia al falo, también el cascanueces y la pierna extendida.
Que la obra presente o sugiera símbolos fálicos, llama la atención por ser una imagen tradicional y supuestamente conservadora. Hace replantearse por completo la realidad de la sociedad victoriana y a siempre buscar más allá de lo aparente, pues las obras de arte están llenas de detalles y elementos que suelen pasar desapercibidos [1].
La lección de música, Johannes Vermeer
Probablemente conoces a Vermeer por su famoso y aclamado retrato de “La joven de la perla” 1665. Es una obra sublime mundialmente reconocida por la naturalidad de la ejecución de la joven, por su mirada, y por la aplicación del color, logrando con maestría el claroscuro característico también de Caravaggio. Famosa por tener el punto focal en el pendiente que es en realidad de plata y no una perla.
Entre su cuerpo de trabajo predominan la representación de mujeres que están siendo observadas; las trata como objeto de atención del hombre. Las presenta realizando diversas actividades dentro del hogar; ya sea cocinando, limpiando, leyendo o bordando, ellas suelen estar ensimismadas, se muestran como seres autosuficientes. Dentro de esta serie de mujeres, aparece una obra que se ha dicho rompe el esquema para ser un escaparate de lujuria y pasión entre un maestro de música y su alumna. La obra se llama “La lección de música”, y es considerada como uno de los mejores retratos del siglo XVII. Aparentemente no tiene nada de malo: una joven está aprendiendo a tocar la espineta, mientras su apuesto profesor la observa; una representación típica de la vida de la clase alta de la época.
Otra mirada a la obra ha sugerido que la escena no es tan inocente como se presenta. Sobre la joven, se puede ver en un espejo su reflejo, que demuestra que ella no está atenta al teclado, sino que está observando al profesor. En inglés, el instrumento se llama “virginals” (virginal), un instrumento asociado con la pureza. Esto hace pensar que existe un doble mensaje en esta representación y en la relación entre ambos. La jarra de vino en la mesa es un afrodisíaco, y el gran instrumento extendido se entiende como un símbolo fálico. Además, la postura en la que nos pone como espectadores es de voyeur, pues parece que estemos espiando la “lección” de música [2].
La Primavera, Sandro Botticelli
Una de las obras maestras del renacentista italiano Sandro Botticelli es La Primavera (1480–1481). Realizada al temple de huevo sobre tabla, esta pieza de gran tamaño tiene una altura de 203 cm, y 314 cm de ancho. Ubicada actualmente en la galería de los Uffizi en Florencia, la gran pieza no tiene desperdicio. De forma clasicista, y con la representación de dioses casi desnudos a escala natural, vemos una escena en el bosque que está conformada por naranjos y otros frutos, en la que participan nueve personajes. Se ha debatido por siglos que el tema relata la celebración de la primavera y del amor, mientras Venus, la diosa del amor, con su túnica roja se encuentra presidiendo la escena y cupido, su hijo, lanza las flechas.
A la izquierda de las tres gracias (las tres mujeres cubiertas por una transparente túnica que están de la mano) aparece Mercurio, el mensajero de los dioses, quien parece no estar muy convencido de la fiesta, y mucho menos entretenido. Aunque pueda llegar a pasar desapercibido, en esta representación el artista hace una compilación de más de 500 flores de 200 especies diferentes de plantas; algunas de ellas reales, encontradas en los paisajes de Florencia, y otras inventadas por el mismo Botticelli. De esta manera, mientras la flora pierde protagonismo por los personajes, la importancia de la obra radica no tanto en los dioses, sino en los detalles que pisan los pies de éstos. La pintura no representaría tanto a la alta cultura, sino a la horticultura, como se ha especulado, y Boticelli realizó esta pieza con la intención de pintar hermosas flores [3].
Terraza de café por la noche, Van Gogh
Una de las obras más importantes de Van Gogh es “Terraza de café por la noche”. El pintor que realizó más de 900 cuadros a lo largo de su difícil existencia que terminó en suicidio, se inspiró en el paisaje de Arlés, en septiembre de 1888, para imprimir el ambiente de esta terraza. Se trata de la primera pintura en la que Van Gogh utilizó fondos estrellados dándole alegría y color al paisaje nocturno. Esta escena aparentemente ordinaria y cotidiana, refugia lo que podría ser en realidad una representación de la última cena. Se sabe que Van Gogh era sumamente religioso, que le entusiasmaba leer la Biblia, y que incluso se hizo misionero y se trasladó a una comunidad minera en la que predicó a los trabajadores por un tiempo. A pesar de que en 1880 decidió dejar la labor de misionero y la vida religiosa para dedicarse a su verdadera vocación, el arte, la religión siempre fue parte de su vida y esencia.
Terraza de café por la noche, 1888
En este caso, la pieza está impregnada de la imaginería cristiana, o así se ha interpretado. En la terraza se pueden contar 12 personas sentadas, quienes podrían ser los 12 discípulos, mientras sólo uno, vestido de blanco y con cabello largo, está de pie; personaje que nos remitiría a Jesús quien se prepara para recibir su última cena con ellos. También en la obra se pueden contar varias cruces ocultas, como la que está encima de este personaje. Además de las interpretaciones que se han buscado alrededor de la pieza, cuando Van Gogh terminó la pintura le escribió a su hermano que el mundo se encontraba en una “gran necesidad por la religión”, por lo que se justifica todavía más la teoría [4].
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Referencias:
[1] Independent
[2] Telegraph
[3] PlantCurator
[4] Artnet