Llegaron a Paris en septiembre del 2011 a formar parte de la prestigiosa tropa francesa de teatro ecuestre Zíngaro, creada en 1985 por el célebre director de escena Bartabas , para la presentación de la obra Calacas, un espectáculo inspirado en entorno al tema de la muerte. Una especie de danza macabra ambientada estéticamente en un estereotipo barroco y festivo de la cultura popular mexicana.
Una puesta en escena fascinante de un poco más de hora y media dirigida a un público a partir de cinco años, es la protagonizada por diversos artistas entre los cuales encontramos músicos, bailarines y avezados jinetes/acróbatas quienes realizan todo tipo de cabriolas sobre espléndidos caballos, en un decorado onírico y cautivador.
Patricio Toledo –el Pepa- y su hijo Luis Toledo -el Chipilín- viajaron desde Santiago dejando a su familia y entorno para unirse a esta tropa que actualmente realiza una gira que se extenderá por dos años en Francia y en Japón.
Llevan su oficio en el corazón. Basta verlos en escena tocando el chinchín y bailando al son de las melodías que ellos mismos interpretan, con un despliegue escenográfico que deja al público atónito. Hay que ver su expresión, cuando el Pepa y el Luis, dan rienda suelta a su arte “y eso que es difícil bailar y girar en la arena” – como dicen ambos.
“CALACAS”
Se apagan las luces y entre el expectante silencio, irrumpe intempestivamente el sonido prolongado y quejumbroso de un cuerno que servirá de apertura para la majestuosa entrada de una hilera de fabulosos caballos que marchan lentamente al son de un canto susurrado, por una de las pistas situada detrás del público, para luego desaparecer por uno de los bordes.
Luego, bajo un sutil halo de luz roja, se vuelve a escuchar el cuerno seguido de un enérgico redoble de tambores proveniente de los cuatro puntos de la pista superior. Se levantan los respectivos telones y descubrimos la fuente de la música con la aparición de los chinchineros y dos percusionistas. Con esta introducción, se anticipa la entrada de un enigmático verdugo en la pista central que dirige a un imponente caballo negro montado por el esqueleto de un buitre.
En la arena, se observa la presencia de varias calaveras sentadas en la pista y de unas cuantas aves que se desplazan por el escenario mientras el verdugo se pasea junto a su caballo, que baila cuidadosamente al ritmo de una flauta y unos tambores al tiempo que las calaveras se van elevando hasta desaparecer.
Enseguida el verdugo se retira del escenario y los reflectores se dirigen inmediatamente hacia el Pepa y el Luis, que pese a ubicarse en extremos opuestos, comienzan de inmediato a tocar el chinchín de manera increíblemente sincronizada y a bajar con meridiana precisión las escaleras que los conducen a la pista central en donde evidencian un dominio magistral de su arte, interpretando ritmos de cueca, valse y folk trot ante los ojos maravillados de una audiencia visiblemente seducida por este singular y novedoso espectáculo que alcanza su máximo esplendor en el momento de sus sensacionales giros.
Este contraste producido -a pocos minutos transcurrido el espectáculo- entre la sublime, y a la vez, intimidante presencia de la hueste de caballos junto al verdugo dentro de este decorado mortuorio y el espectáculo vivo, lleno de música y tinte propuesto por los chinchineros, es inmensamente conmovedor.
Una dicotomía existencial de vida /muerte, ejecutada de forma lúdica y sensual aparece a lo largo de toda la obra. El público no se queda indiferente e irrumpe en espontáneos aplausos cuando los chinchineros abandonan la escena.
Entre tanta calavera y muertos vivientes, ellos – junto a los psicopompos caballos- representan la energía vital durante todo el espectáculo. De hecho, son los únicos personajes que no son reemplazados por esqueletos ni caracterizados durante su intervención principal. Su música y baile, bañan de color y alegría este ambiente satírico y macabro.
ENCUENTRO CON EL PÚBLICO
Cuando la obra termina, la gente se reúne alrededor de una fogata encendida para acoger un momento al público y al Pepa y al Chipilín , que terminan siendo el plato fuerte del espectáculo.
El Pepa sabe lo que hace, es uno de los mejores chinchineros de Chile, hijo de organillero familiarizado desde pequeño con el ambiente. Comenzó a temprana edad con el bombo, ha tocado con Joe Vasconcellos, Juana Fe e Illapu y fue profesor de chinchín en la Escuela Carnavalera Chinchín Tirapié hasta antes de viajar. El Luis, su hijo mayor es también un profesional, chinchinero de tradición, comenzó al año y medio con el bombo, y su hermano Felipe de trece años lo domina a la perfección.
En Zíngaro son muy queridos y visitados constantemente por la gente que trabaja ahí “somos los reyes” dice riendo el Pepa, y así es.
Los chinchineros son un patrimonio vivo del folklore nacional. Pese al gran revuelo que suscitan en el extranjero, no han obtenido el reconocimiento que merecen por parte de la sociedad y el Estado chileno que los obliga a ejecutar su profesión con dificultad. Para la mayoría de estos artistas es imposible dedicarse tiempo completo a su oficio puesto que no ganan lo básico, y para mantenerse vigentes como personajes populares tradicionales deben salir a tocar y a bailar a la calle, lugar en donde han desarrollado históricamente su arte, sabiendo que en este espacio no cuentan con la libertad necesaria para desempeñarse ya que son generalmente fiscalizados por las fuerzas del orden. Por este motivo, urge una revalorización y una reivindicación de este tesoro único del patrimonio cultural inmaterial chileno.
Fabiola Peña von Appen.
VEA EL VIDEO DE LOS CHINCHINEROS AQUÍ
INFO CALACAS