En los muros de la cárcel de El Dueso, en Cantabria, el artista desarrolla su más reciente proyecto “Mina de Oro”
Sus grafitis se pueden ver en las calles de Nueva York, París, Moscú, Tokio o Londres. “Lo que más recuerdo de mis viajes es la gente. Las obras son importantes, pero siempre son un pretexto para tener vivencias profundas con personas que no conoces”.
Pejac ha encontrado su sitio en el arte. Desde hace ocho años puede vivir de su trabajo y con el dinero que obtiene de su obra, se dedica a viajar para pintar a pincel muros en las calles de medio mundo.
“El arte es la manera que tengo de sentirme parte de esta gran locura que es la sociedad actual”, expresó en entrevista para El País Semanal.
Cuenta que, en una ocasión, viajó a Estambul para dibujar tres ventanas ciegas en tres paredes diferentes. “Quería pintarlas para reflejar la opresión de la mujer en países musulmanes”. Resolvió la obra rápido, pero sentía que le faltaba algo y decidió volver al día siguiente a retocar unas sombras. Y entonces aparecieron los dueños de la casa.
“Padre, madre e hija. La familia completa. Y me pillaron con las manos en la mesa. Estaban indignados porque un desconocido había manchado su propiedad. No paraban de repetir: ‘Yes, yes. But this is my house (Sí, sí. Pero es mi casa)”.
Quiso explicarles por qué estaba pintando su muro y qué significaba aquel dibujo. Consiguió que apreciaran su obra y acabó tomando té con pastas en el salón de la casa de aquella familia.
Nació en Santander con la inquietud de la pintura. En el colegio dibujaba en la parte de atrás de sus cuadernos para disimular ante los profesores.
Para él, estudiar Bellas Artes no fue una elección, era la única opción posible. En su paso por Milán se le despertó la inquietud por dibujar en la calle. Se inició con salidas nocturnas y dibujando sombras en los muros. “Empecé a entender la complejidad de pintar de manera ilegal. Verlo de día y trabajarlo de noche”.
Terminó su formación y le llegó un momento de cierto desencanto. Crear ya no le provocaba ilusión ni adrenalina.
Y se pasó al otro lado: se dedicó a consumir arte. “Me sirvió para que me entraran ganas de volver a ese nivel de auto exigencia –reconoce- Al final de esa época me volví a meter de lleno en el arte urbano, que era una manera de añadir cosas nuevas. Tatuar el muro, meter algo diferente, pero sobre algo que ya existía”.
Cuenta Pejac que antes de poder ganarse la vida con el arte trabajaba de todo menos de astronauta. Encargos que a veces tenían que ver con el arte y otras veces no.
Pero superada la fase no creativa, empezó a obtener poco a poco beneficio económico de su obra de estudio. Ahora, gracias a la venta de cuadros, puede financiarse viajes para pintar los muros del mundo.
Es un grafitero de pincel y pintura acrílica, pero si el trabajo requiere rapidez, echa mano del pote de spray.
“Cuando es una obra ilegal y tengo que trabajar rápido, voy con plantillas y spray, que es la mejor forma de resolverlo. No se puede comparar lo que contamina un grupo de chavales haciendo un grafiti con los gases que emite un coche, un avión o una fábrica de papel. A veces nos fijamos en lo pequeño. No me parece que el problema del cambio climático lo estén generando los grafiteros”.
Mina de oro
Su último proyecto: “Mina de oro”, se hizo con dos semanas de trabajo y tres grafitis en los muros de la cárcel de El Dueso, en Cantabria. La obra más grande de las tres es un árbol hecho a base de cinco palotes (el símbolo con el que los reclusos cuentan sus días de condena), le resultó al artista más complicada de lo que pensaba.
Por más rayas que añadía, no cogía volumen. Era un mural insaciable y acabó necesitando la ayuda de los reclusos, que, entre palote y palote, compartieron con él sus historias.
“No me han hecho sentir invasivo y han agradecido que yo trabajara en su espacio. Y, además, se han ido implicando. Al final lo que he hecho es convivir con ellos y me parecía hasta injusto que ellos me dieran las gracias a mí”.
Los tres trabajos, ya terminados, permanecen también presos en la cárcel para que solo sus inquilinos puedan disfrutarlos.
“Estas obras son las únicas que solo ve la gente que está dentro. Por mucha influencia que tengas económica o políticamente, no puedes verlas. Solo las ven los presos. Hay gente que puede llegar a viajar para ver mis murales o los de cualquier otro artista urbano que admire. Y estos son sólo para ellos”.