Hace muchos años leí, por primera vez, la célebre novela de J. D. Salinger titulada El cazador oculto. Yo sacaba libros de la biblioteca de mi escuela. Sabía que si no lo devolvía y la bibliotecaria octogenaria no me iba a buscar al aula, era porque ya podía darlo por mío. Este es uno de esos casos.
El título inglés es The Catcher in the Rye, y su traductor, Manuel Méndez de Andés. El libro, que conservo, fue publicado en Buenos Aires, en 1968, en la colección Los Libros del Mirasol de la ahora extinta Compañía General Fabril Editora. Y hay edición anterior (1961), en la colección Anaquel, de la misma editorial.
Desde luego, The Catcher in the Rye no significa El cazador oculto, sino algo tan endemoniadamente difícil y ridículo en español como «El agarrador en el centeno». De manera que, sin presentar ninguna objeción, podríamos aceptar el título que propuso el traductor y, más aún, considerarlo un hallazgo.
En el capítulo XXII el protagonista-narrador, Holden Caulfield, suministra a su hermana Phoebe una explicación que echa luz sobre el porqué del título:
(…) me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser. Reconozco que es una locura.
La idea es clara. El problema reside en que no hay manera aceptable de traducir al español la palabra catcher.
Sabemos que existe otra traducción, de Carmen Criado (1978), con el título de El guardián entre el centeno (altualmente es la que publica Edhasa y Alianza, con un registro verbal súmamente peninsular). En un artículo («El traductor traicionado») aparecido en La Nación, de Buenos Aires, el 30 de agosto de 2001, Rodolfo Rabanal prefiere —como yo— el antiguo título, y da sus argumentos:
El guardián en[tre] el centeno es estrictamente literal porque responde a las cinco palabras del título en inglés, pero esa literalidad no beneficia el sentido, más bien lo oscurece. Veamos por qué. El guardián es el arquero —como lo llamamos nosotros en el fútbol— o, para ser más claro, el jugador que en el béisbol corre para atrapar la pelota; si ese jugador se encuentra, de manera figurada, en un campo casi idéntico a un trigal, estará evidentemente oculto y fuera del alcance del bateador. En suma, «cazaría» la pelota desde una guarida y se comportaría como un cazador oculto.
Ésa es la idea que inspiró el título de Salinger, sólo que en inglés, y en los Estados Unidos, bastaba con la literalidad para establecer la metáfora. Pero en la versión en español era preciso imaginar el propósito de Salinger y dar exactamente la idea que el autor buscaba. En efecto, eso se hizo, y de manera brillante en la traducción argentina. Luego se impuso esta nueva versión y el guardián en el centeno ya no suena a nada.
Es muy posible que Rabanal tenga razón.