Poética del grito: Dulcificado sea tu nombre

Carolina Cárdenas es una poeta colombiana que estuvo visitando Valparaíso el semestre pasado. Como parte de las varias actividades que realizó, también publicó dos libros: Después de la nada (2023) y Caen cenizas sobre la ciudad (2021), ambos textos editados por Conunhueno.

Poética del grito: Dulcificado sea tu nombre

Autor: El Ciudadano

Por Juan Manuel Mancilla

Carolina Cárdenas es una poeta colombiana que estuvo visitando Valparaíso el semestre pasado. Como parte de las varias actividades que realizó (lanzamientos, presentaciones, recitales) también publicó dos libros: Después de la nada (2023) y Caen cenizas sobre la ciudad (2021), ambos textos editados por Conunhueno, sello porteño a cargo del poeta y gestor César Hidalgo Vera.

En esta ocasión, comento algunas entradas a la que pareciera ser la obra precedente de una secuencia en desarrollo, por cierto, relevante tanto en su propuesta estética, como así mismo por los problemas que enuncia, principalmente conectados con los dolores humanos cuyo origen, indudable, está en la práctica eficaz de necropolíticas que definen las vidas que importan frente a otras que son expulsadas y condenadas a transitar vejatoriamente por este presente denso, injusto, complejo y politraumatizado.

Precisamente, sobre estos últimos escenarios es donde se inscribe la poesía de Cárdenas y es lo que paso a detallar.

Ya el título de la obra abre una conexión con dos aspectos inmediatos: la imagen apocalíptica y, la otra, la ciudad devastada por este acontecimiento de carácter destructivo.

Por supuesto, tanto la ciudad como la imagen evocada son metafóricas del mundo presente.

Nuevo siglo, con una otra década inaugurada por catástrofes varias, entre pandemias y emergencias médico-sanitarias. O devastaciones a nivel climatológico-geográfico, que incluyen incendios multitudinarios e inundaciones que no dan tregua al cuerpo-mundo, y todo lo que en ello habita o existe.

Pues, así, la obra de Cárdenas aborda tal régimen de acontecimientos que no solo afectan el diario vivir humano y animal, sino también la manera en que se las tienen que arreglar para enfrentar estos modos de vida terroríficos que impactan de miedo y rellenan de ansiedad el espacio psíquico y sus proyecciones imaginarias.

La obra tiene una organización textual bien definida, la cual se estructura en seis capítulos, de los cuales los tres últimos (4-5-6) corresponden a un Diario del dolor.

Tanto los primeros como los últimos capítulos se organizan en torno a dos elementos simbólicos permanentes: el grito y la locura, en cuyo centro se sitúa un yo que en las primeras partes oscila entre la representación y relación con los “otros”, hasta llegar a lo más íntimo y cerrado de esa propia subjetividad, tanto así que queda expresada en un registro-bitácora del diario vívido de la muerte acechante.

Otro elemento importante del texto es que todos los poemas tienen una suerte de dedicatoria, que es una especie de discurso o línea paralela a través de la cual se va también vertebrando la textualidad, pues los destinatarios de tales dedicatorias serían todas aquellas personas que el sistema (capitalista neoliberal) expulsa, somete, controla y castiga.

De tal manera, indigentes, prostitutas, obreros, oficinistas, travestis, ambulantes, proletarios, trans, desplazados, olvidados, miserables, exiliados, hambrientos, bipolares, etc., conforman la geografía humana desposeída, la cual se transforma en el trasfondo de esta ciudad-escenario por la cual transita la hablante contemplando la devastación acaecida.

Ciudad distópica que bien puede ser cualquiera del tercer mundo, como así del primero, pues son también los espacios por los cuales estos mismos tipos humano-fantasmales (almas en pena) deambulan y transitan intentando sobrevivir bajo condiciones nefastas que el sistema (económico, político y social) les predetermina.

La obra tiene un componente apocalíptico ya desde el título. Esta visión escatológico-religiosa se afirma también en las invocaciones o enrostramientos a Dios que la hablante despliega a través de una expresión o gesto que se transforma en tropo constante: el grito.

Se trata, pues, de una voz que grita los pesares. En este punto, dos aspectos llaman la atención.

No queda claro el destinatario de aquel desesperado gesto corpóreo discursivo. Presumiblemente sea Dios, pero pensamos que se trata del Dios del Capital, que efectivamente, no tiene rostro. Aun así, esta ausencia de destinatario agrega un grado de “desesperación”, pues pareciera que nadie (o la nada con la cual finaliza la obra) se hace cargo o nadie se compadece por estos aullidos y múltiples llamados que realiza la hablante.

No son infructuosos, pensamos, porque ya el hecho de hacerlo es una resistencia, aunque por el momento no entregue “frutos” o respuestas “positivas” paliativas de la destrucción y la desgracia.

Por otro lado, estos gritos son sumamente particulares, pues estilísticamente se trata de versos y formas muy melódicas, incluso dulces, los que contrastan con aquello que enuncian. Tampoco vemos en ello un “error” o una incoherencia entre el plano de la expresión y el del significado, sino, precisamente, observamos en ello aquella cualidad de la poesía: un arma, la única quizás, que puede matar sin asesinar.

Un arma cargada de buenas intenciones, que además brinda bálsamo y otorga cura precisamente en el incendiado escenario de dolor, sacrificio y mortandad a través del cual se desplaza la hablante en su contemplación dantesca.

Decíamos que en la obra hay una repercusión de carácter religioso, tanto así que efectivamente resuena la Divina Comedia de Dante y su peregrinación por cada uno de los círculos infernales. Solo que aquí, y como signo de los tiempos, la hablante no va acompañada de ningún Virgilio o de una entidad mayor que le sirva de apoyo, contención y guía para no morir en el recorrido.

En la obra de Cárdenas, la hablante transita sola, rasgo o cualidad que la hace todavía más “valerosa”, pues se enfrenta a todo el signo maléfico sin más protección que su decir, amparado en lo justo y lo bueno.

Finalmente, podríamos agregar que se trata de una obra plena: de autoridad, tanto en el oficio escritural y poético, como en el estatuto que aquí alcanza la poesía en tanto potencia que tiene la capacidad de transformarse a la vez en corpus y habeas corpus de los y las oprimidos que resisten admirablemente la caída del mundo y las cenizas incandescentes posteriores a la destrucción. Ojalá la destrucción de un mundo atroz por otro veraz.

Como muestra y dedicado a los olvidados, “Universo sin palabras”, para invitar a la lectura, tan necesaria como vagidamente conmovedora:

Hay tanta vida incierta.
Tantos que somos invisibles,
tantos sumergidos en universo sin palabras,
en días en que a nadie
le importa si morimos o gritamos.
Si cerramos los ojos
nos hacemos a un lado.
Aprendemos a ser perros con sarna,
moscas de las que todos huyen,
cucarachas que se revientan contra el pavimento.
Entendemos: somos un instante que nadie recordará.

Poeta Carolina Cárdenas

Carolina Cárdenas es narradora, poeta, columnista, docente y editora colombiana. Su obra Caen cenizas sobre la ciudad fue publicada por la editorial chilena por Conhueno (2021). Finalista en el Concurso de poesía Nueve editores con la obra Después de la nada (2021). Premio Internacional de Poesía, Rostros para autores con un rostro. Accésit, con las obras Ninguna tierra me habita y Sin embargo soy (2018). Ganó el concurso de cuento Estímulos a la Creación Artística (2006) con el libro Parajes inesperados. Ganó el segundo puesto en el II Concurso Nacional de cuento El Túnel (2011) con el texto A la deriva. Finalista en el Concurso Nacional de Cuento La Cueva con el texto Mañana será otro día (2012).

Escucha un reel realizado por la autora, en el que lee uno de los poemas del libro Caen cenizas sobre la ciudad AQUÍ

Más información en el Instagram de Carolina Cárdenas

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