El cineasta Wes Anderson (Houston, Texas, 1969) pinta de luz y color todas sus historias y te atrapa en un mundo donde todos los días son distintos y lo imposible es lo más real que puede sucederte. Todos querríamos vivir dentro de una película de Wes Anderson. Sus escenarios hiper estilizados, su puesta en escena artificiosa, sus personajes encantadores, sus bandas sonoras rebosantes de buen gusto… todo esto forma un ecosistema que enamora. De hecho, un director que reconoce como influencias a Truffaut, Louis Malle, Satyajit Ray, Polanski o Jean Renoir se merece todo nuestro amor. Aunque no son siempre obvias, sí que hay en su cine la alegría de vivir de Truffaut, la ligereza de Renoir o la obsesión por la forma, casi enfermiza, de Kubrick.
Cuando nos sumergimos en el universo Anderson, algo nos empuja a querer quedarnos a vivir allí para siempre. Nos sentimos cómodos en un lugar en el que Bill Murray podría ser tu padre, Anjelica Huston tu madre, y amigos del fantástico señor Fox. Un mundo idealizado, a medio camino entre el teatro y los recuerdos, la melancolía y los sueños, que nos fascina. Porque, al final, su mundo siempre será mejor que el nuestro.
¿Por qué sucede esto? Aquí va una abstracción cromática que demuestra cómo el cineasta trabaja el color, de manera tal de hacernos sentir a gusto visualmente. Paletas muy retro, con muchos tierras y desaturados, que hacen que toda su filmografía tenga ese estilo propio.