La nostalgia, la «tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida» definida por la Real Academia Española, domina la música. En general, nos domina a todos los niveles. Cualquier tiempo pasado fue mejor torna en verdad universal cuando se habla de determinados grupos o cuando a un nivel personal optamos por escoger las mejores piezas de nuestra juventud para elaborar un relato impecable. Los festivales optan por acudir a las viejas glorias que aún tienen un amplio recorrido y base de seguidores. Los medios hablan largo y tendido de discos del pasado. Las conversaciones en el día a día se centran en cuestiones lejanas y no en el presente. La nostalgia, el anhelo del ayer, melancolía del pasado, nos controla. ¿Por qué?
La música Pop, en un viaje definido por la constante búsqueda de sus propias raíces y la efervescencia juvenil, siempre se ha buscado a sí misma en el ayer. Desde la irrupción del Blues a mediados del siglo XX hasta las constantes imitaciones de géneros pasados del siglo XXI, pasando por el Punk, el Glam Rock o el Grunge, hablar de música implica hablar de emociones que siempre encuentran referentes anclados en la memoria. Bajo dicha tendencia, presente a nivel artístico, subyace un impulso irrefrenable personal y emocional: nuestra tendencia natural a edulcorar la música (pero también el cine, la literatura, los programas infantiles, los deportes, la ropa) que disfrutamos en la juventud de cada uno, en la adolescencia. Allí nos formamos, y esa es nuestra cárcel.
No es nostalgia, es química en tu cerebro
¿Cómo se construye? En nuestro cerebro. Diversos estudios científicos han demostrado que escuchar música libera diversas reacciones químicas en nuestro cerebro. Dopamina, serotonina,oxitocina, sustancias que también se liberan cuando probamos un alimento que nos agrada en especial, cuando vemos una película que nos toca la fibra sensible, cuando volvemos a hablar con una vieja amiga de la que hace mucho tiempo que no sabemos nada, etcétera. El proceso es común a todos nosotros y no hay nada que podamos hacer para escapar de él. Es inútil resistirse: la música está específicamente creada para que le añadamos memorias, recuerdos, sentimientos del pasado y emociones por venir. Si le arrancáramos todo eso probablemente sería inútil.
La parte divertida, la que enlaza nostalgia y música, viene ahora: la adolescencia es el momento en el que la liberación de estas sustancias químicas, ante reacciones o estímulos externos, es mayor. Nuestro crecimiento hormonal entre los 12 y 21 años es extraordinariamente rápido en proporción a los otros años de nuestra vida. Además, nuestra identidad se forja a partir de entonces.
La adolescencia uno de los momentos más importantes de nuestras vidas porque nuestra identidad se forja a partir de entonces. Y la música casi siempre está ahí, directa o indirectamente.
Como explican en Slate, crecer durante la adolescencia implica muchas decisiones, conscientes o no, que nos moldearán cuando seamos jóvenes y adultos. Filiaciones políticas, gustos, modelos de pensamiento. Es cierto que muchas de estas cuestiones se evaporan más tarde en el tiempo, pero también lo es que muchas otras perviven. Se trata de uno de los momentos más importantes de nuestras vidas. Y la música casi siempre está ahí, directa o indirectamente.
¿Y cuál es el resultado? Según David Levine, autor de This Is Your Brain on Music: The Science of a Human Obsession, que nuestras canciones adolescentes son Nuestras Canciones. La nostalgia, por tanto no es una mera imposición cultural o una tendencia de la industria, se asienta de forma indiscutible en lo más profundo de nuestro cerebro, y a partir de ahí es imposible resistirse a ella. Aquella canción escuchada por primera vez cuando estabas conociendo al que posteriormente sería tu novio, o aquella primera chica a la que conociste en una playa del mediterráneo, con apenas quince años, mientras hablabais de ese grupo que tanto os gustaba de jóvenes, son los primeros pasos en una vida autónoma. Son momentos muy importantes.
Volver a escuchar esas canciones, grupos o discos se transforma, por tanto, en un poderoso ejercicio de visión retrospectiva. Para algunos puede llegar a ser, literalmente, volver allí. Al igual que el olor del plato favorito que siempre cocinaba tu madre los domingos, el disco de Estopa que marcó los primeros años de tu adolescencia lo guardas ahora en un especial rincón de tu memoria. Ya no es lo que era, cierto, pero siempre lo defenderás a muerte. Oh, aquel verano en el que mis padres me llevaron por todo el norte peninsular, en coche, con un recopilatorio de las mejores canciones de The Beatles. ¿Qué tiempos aquellos, eh? Es igual que ya sean pasto de las cenizas de un tiempo que no volverá, quedó congelado en ‘Ticket to Ride’.
Viajes en el tiempo a través de las canciones
El fenómeno es universal. Tanto, que hay quien se ha aventurado a crear The Nostalgia Machine, la máquina de la nostalgia que de forma rápida y certera te acerca a los mejores éxitos del año que a ti te apetezca. ¿Tu primer gol con el equipo del instituto lo marcaste, digamos, en 1993? Pues aquí tienes un puñado de canciones que quizá te lleven de nuevo hasta esa pista de hormigón con baches por todas partes: ‘I Will Always Love You’, ‘Can’t Help Falling in Love’, ‘Nuthin’ but a ‘G’ Thang’ o ‘Ordinary World’, de Duran Duran, que, paradójicamente, cantaba sobre no llorar el ayer. Quizá viendo las canciones que eran populares en 1993 sí entren ganas de llorar.
Sin embargo, caben peros a esta teoría, que antepone la adolescencia a toda experiencia vital posterior. Seguro que más de uno sois capaces de identificar un montón de canciones posteriores a vuestros años teen que os marcaron a fuego hasta el presente. En mi caso, por ejemplo, pesan más las canciones de los late teen years que de la adolescencia propiamente dicha.
¿La diferencia? Reside únicamente en el impacto emocional que cada uno haya podido sufrir, más joven o más viejo. Parece claro, no obstante, que existe un patrón entre todos nosotros: las canciones de nuestra juventud, sea ésta cuando quiera ser, impulsan cierta pulsión nostálgica, que camina entre la melancolía deslavazada y la apología de lo pasado, que ninguna canción posterior, presente o futura es capaz de crear.
Desde un punto de vista psicológico también se puede explicar. Lo que realmente echamos de menos, como algunos estudios han puesto de manifiesto, no sería un hecho concreto, un día, un acto, como los que hemos enumerado más arriba, y sí una época, un sentimiento
Desde un punto de vista psicológico también se puede explicar. Lo que realmente echamos de menos, como algunos estudios han puesto de manifiesto, no sería un hecho concreto, un día, un acto, como los que hemos enumerado más arriba, y sí una época, un sentimiento. Puede que al escuchar cierta canción no estemos pensando en los examenes de febrero, o en los examenes de segunda convocatoria de septiembre, y sí en los cuatro o cinco años en los que nos movimos entre las bambalinas de la Universidad.
O que tampoco echemos de menos aquella estúpida forma de beber con los amigos, y sí aquellos días de aparente libertad absoluta en los que aún bebíamos en parques. La sensación frente al hecho, de lo concreto a lo general. «El milagro de la memoria», o cómo podemos recordar una canción que no hemos escuchado en años y no somos capaces de pensar qué cenamos hace dos noches.
Quizá por aquí podamos explicar la tendencia aburridísima del fan de Rock medio a denostar toda música del presente y edulcorar el pasado de forma exagerada, poniendo en contraposición cualquier grupo de este mismo año a Led Zeppelin, The Rolling Stones o The Police. ¿Deberíamos culparles por ser esclavos de su propias emociones? Puede que no, pero desde luego hay quien está sacando rédito de todo ello. Cómo entender si no que The Kinks en los ochenta, con unas dos décadas de producción a sus espaldas, parecieran dinosaurios, y que U2 aún hoy continúen publicando discos y llenando estadios, con gran expectación de crítica mainstream y público, más de treinta años después de haberse formado como grupo. La industria ha sabido sacar partido de la nostalgia de la generación que hoy se puede permitir pagar entradas por encima de sesenta euros.
A los artistas también les pasa
Nostalgia y música son términos que van de la mano. Desde lo psicológico, lo neurológico, hasta lo puramente compositivo. Hay muchos géneros que hoy en día viven en un permanente estado de melancolía por el ayer, transmitiendo sus visiones del pasado a sus jóvenes seguidores. Los gruposShoegaze, aquel género que sublimó en los noventa el feedback, el delay y los muros de ruido, no hacen mucho más que repetir lo que ya se creó en su momento.
Lo mismo se puede decir del Indie Rock, en un bucle del que no parece saber salir. Antes de que los géneros, por pura nostalgia, se repitieran a sí mismo hasta el infinito habían surgido muchos otros que parecían en un permanente estado de lamento por la edad juvenil perdida. De entre todos ellos cabe mencionar el Indie Pop, y aquel laconismo por la adolescencia, triste, adolescencia perdida por veinteañeros y treintañeros que se deleitaban en la ingenuidad de lo inocente y puro.
Al final, de poco podemos culparles cuando nosotros mismos caemos, por tiranía del cerebro, en los mismos defectos. La música es resultado de lo que somos y lo que somos, al parecer, es un montón de sustancias químicas afectando a los diferentes espacios de nuestra cabeza. En esa nostalgia se ha movido siempre la música Pop y nos movemos nosotros. Quizá, aún siendo conscientes de todo esto, no podamos evitar, en unos cuantos años, hablar mal de la música del ahora y ensalzar todos aquellos grupos que nos acompañaron en los difíciles años que fueron desde la infancia hasta la juventud. Realmente no podremos evitarlo: estaremos, biológicamente, destinados a ello.