A Working Class Hero is something to be.
John Lennon, Working Class Hero.
Durante un año, todos los días, acudía a su trabajo, con su uniforme de faena, y registraba sus horarios. Las horas de entrada y salida coincidían. Es decir: su jornada laboral duraba las 24 horas del día. Quien lo hacía no era un minero boliviano, o una costurera china. Sino Tehching Hsieh, artista contemporáneo, quien, durante 1980, realizó esa “One Year Performance”.
La situación laboral del profesional del arte en Chile es uno de los muchos temas tabú del país. A nadie le agrada admitir la precariedad de la escena local. Y es un error. Urge encarar el que es el mayor problema del gremio, conocer sus múltiples causas y sus previsibles consecuencias -el que la cultura sea un lujo hecho por y para la clase acomodada-. Un pueblo sin cultura es un explorador sin brújula.
Un estudio realizado por la London School of Economics y la Universidad de Goldsmith sobre la situación del cine británico, arrojó varios datos significativos. El 73% de los actores y actrices provenían de una clase social favorecida. Ese análisis ha sido extrapolado al mundo cultural, arrojando una realidad dura de asimilar. El acceso a la cultura es cada vez más elitista, y no sólo el acceso. También, inevitablemente, el discurso. Estamos volviendo al Rococó. Un grupo de aristócratas alrededor de una mesa de porcelana deleitándose frente al retrato de Madame de Pompadour de François Boucher. Que debe de ser una delicia, no digo lo contrario. ¿Pero puede haber lugar para otro tipo de experiencia cultural?
Una de las causas. El escritor Owen Jones, en su influyente ensayo “Chavs: la demonización de la clase obrera” (Ed. Capitan Swing, 2012), argumenta cómo y para qué, la élite política y los medios de comunicación del Reino Unido acabaron con la clase obrera. Primero, en la época de Margaret Thatcher, inoculando la idea de que la pobreza y la desigualdad no son problemas sociales que atañen a todos, sino fracasos individuales. Los pobres son pobres porque se lo merecen. Por vagos. Después, manipulado a la población por otra vía; englobando a todas aquellos que no son el sector acomodado bajo la abstracción “clase media”. Consiguieron que nadie se sintiera identificado con la clase obrera. Alguien que pasa apuros para llegar a fin de mes, es clase media, al igual que el que tiene dos autos y una casa en propiedad. ¿Qué conseguimos así? Fulminar con retórica la desigualdad social. Y atacar a la seguridad social y el sistema de becas de forma más sencilla. Hasta tal punto ha sido un éxito esta campaña, que ya no hace falta continuar con ese cometido. La propia gente ha interiorizado el mensaje. Hoy, un joven que trabaja en una cadena de comida rápida para poder hacer frente a su deuda universitaria es capaz no sólo de sentirse de “clase media”, sino de insultar a un “chav” (un “flaite” británico), por su ropa, su educación (o falta de ella) y sus costumbres. Se le ha olvidado que él, también es, como el “chav”, clase obrera.
Volvamos a Chile. En el año 2012 La Unión Nacional de Artistas y la USACH publicaron una encuesta sobre la situación laboral del artista chileno. Determinaron que el 42,8 de ellos trabaja sin contrato, y el 36,9%, a honorarios. Sólo el 5,3% tiene contrato. Acerca de si están acogidos o no a un sistema de salud, registraron que el 42% de los artistas de Chile no posee ningún tipo de previsión. Otro dato tan interesante como terrible, aunque este sea un tema distinto, es que el 73,7% de los artistas habita en la Región Metropolitana. La encuesta no reflejaba ingresos medios. Es fundamental conocerlos. Sin ellos, la afirmación de que la gran mayoría de artistas ingresa una media de 100.000 pesos al mes es incontrastable. Una media cruel, fusión entre la gran mayoría, la que persiste ganando poco o nada, y una minoría que vende.
Todos los artistas actuales chilenos tienen una licenciatura en artes visuales. Muchos de ellos, en universidades privadas. Luego, o están endeudados, o se lo han podido costear porque provienen de una familia de clase acomodada. Cuando egresan, se encuentran con un eriazo sin horizonte. Normalmente, tienen que trabajar gratis durante meses, o convertirse en asistentes de otros artistas de trayectoria. ¿Quién puede permitirse trabajar gratis? Alguien que proviene de una familia de clase acomodada. La cosa se sigue complicando. Tanto el débil coleccionismo de este país, como el sistema de galeriado, habitan en el barrio alto. Frecuentemente con una mentalidad conservadora. Y como decía el filósofo Georg Lukács, en la preferencia de la descripción por sobre la narración la posibilidad de acción disminuye. ¿Se entiende?
Que si la mayor parte de los artistas son de clase acomodada, venden a coleccionistas de clase acomodada, exponen en galerías del barrio alto… ¿A qué tipo de espectador se están dirigiendo? ¿Qué tipo de discurso mantienen en sus trabajos? ¿Es ético el uso de la estética kitsch o de clase obrera en dichos círculos?
No estoy afirmando que haya que provocar una epidemia de tarantismo a la comunidad artística, y que de la epilepsia brote una generación de artistas comprometidos que trabajen conforme a un discurso de clase obrera. Sí, que no está de más reflexionar sobre el devenir de la cultura, que se fomente un empoderamiento del quehacer artístico, y una asunción de estatus.
Casi todos los que trabajamos en el sector artístico en Chile, por ingresos, somos clase obrera. Por lo menos, no lo neguemos. Dejar de ridiculizar, marginar, obviar a los denominados (por la clase media y alta) “flaites”, tampoco estaría de más. Serían unos primeros pasos. Eso, o esperar a que los aristócratas nos guarden una silla frente a la mesa de porcelana.
Por Juan José Santos Crítico y Curador