Arrancó en Barcelona el Primavera Sound, una de las citas más importantes a nivel musical en todo el mundo y que este año de nuevo contará con la asistencia de más de doscientas mil personas y unos cinco mil medios acreditados. Entre ellos, por su puesto, está El Ciudadano y desde aquí te narraremos lo que suceda durante estos días.
Aunque la primera jornada del festival contaba con Bon Iver como cabeza de cartel, las emociones fuertes comenzaron cuando se pudo observar a una turba importante de grupis extranjeros correr hacia un escenario improvisado que se había construido en un costado del recinto.
Durante varios días se había especulado con la posibilidad de que se produjese una actuación sorpresa y los rumores se habían disparado en las redes sociales. Pues bien, misterio resuelto.
Los canadienses Arcade Fire, aprovechando la salida de su nuevo single “Everything now” esa misma mañana, se presentaron ante algunos centenares de fans avispados que pudieron acceder al recinto y ante otros tantos que observaban detrás de las verjas de control el espectáculo de una banda que, precisamente, se distingue por la elegancia de su directo.
Los que se lo perdieron no tienen de qué preocuparse, repetirán en el escenario Mango el sábado a partir de las 00.
La espiritualidad electrónica de Bon Iver
Posteriormente, llegaría el turno de Bon Iver. Convenía acceder al escenario Mango con cierta antelación teniendo en cuenta que los asistentes se agolparían casi con total seguridad ante uno de los platos fuertes de la noche. Una vez situado al lado de la torre de sonido, tuve tiempo de escuchar a lo lejos los melifluos lamentos de la presunta nueva voz del soul Solange.
A las 22.30 apareció Bon Iver, o lo que es lo mismo, Justin Vernon y su profusa banda de músicos. Uno por uno, fueron sonando todos los temas de su último disco, una obra maestra que rompe con los géneros aunque por acotarlo de alguna manera podría enmarcarse dentro del folk electrónico.
El espectáculo, íntimo, espiritual, casi religioso, terminó cuando Vernon despachó a su banda, tomo asiento a solas con su guitarra acústica e interpretó Skinny Love con una voz tan desgarradora como delicada, fiera a veces y otras aterciopelada.
La nueva psicodelia australiana
Tras lograr escapar del embudo formado por las hordas de asistentes, escuchando de fondo los alaridos de Slayer, era el momento de cambiar de tercio y embarcarse en sonidos más animales, más propios quizá de las horas que acontecen tras la caída del sol.
Así, los ritmos machacones de Death Grips, un rapero poseído por voces guturales que podrían pertenecer a otros estilos de música y acompañado por un brillante batería y un teclado, dieron paso a una de las bandas que serán clave para comprender en un futuro la música actual.
Los australianos King Gizzard and The Lizzard Wizzard aparecieron bien entrada la noche en el escenario Primavera para presentar su nuevo disco Flying Microtonal Banana, o lo que es lo mismo, una arriesgada exploración de los sonidos microtonales a la que han llegado tras la modificación de sus equipos de música.
El resultado final supone un acercamiento a ciertos sonidos orientales que, junto a la psicodelia propia de su estilo, han convertido sus canciones en una suerte de mantras agresivos si es que pudiera existir tal cosa.
Como no podía ser de otra manera, el directo de los australianos imbuyó a los espectadores de algo así como una energía histérica que sirvió como contrapunto a la poética de Bon Iver y puso fin a la primera jornada del Primavera Sound.
Por Diego Montes
El Ciudadano / Fotografías: Garbine Irizar y Nuria Rius
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