Este martes 22 de diciembre, a las 19,30 horas, se realizará el lanzamiento del libro «Pumas en la Alamenda», del escritor Germán Carrasco, y publicado por la editorial Libros Tadeys.
La actividad será transmitida online por la cuenta de Instagram @Nadardenoche y contará con la participación del autor, acompañado por Ricardo Vivallo de Libros Tadeys, y Carlos Cuevas de la librería online Nadar de Noche.
A continuación, compartimos una reseña del libro.
SOBRE PUMAS EN LA ALAMEDA DE GERMAN CARRASCO
Por Claudia Pizarro, profesora y poeta
Hace más de 30 años que conozco a este hombre. Lo recuerdo en los años 90, llegando temprano en la mañana, delgadez elegante, guapo, los dos más pobres que la chucha, él con su dulce de membrillo, yo aportaba las marraquetas.
Me mostró el jazz, a Coleman, John Coltrane y, sobre todo, la poesía: a Eliot, Pound, Baudelaire, Rilke, Lihn, Mistral. Todo eso era como estar en el cielo por un momento, a pesar del infierno invernal permanente que era esa Facultad de Filosofía… Humanidades… Educación… Revolución… Fornicación… en el Verde Bosque.
A lo largo de los años nos hemos cuidado mutuamente, no nos hemos permitido envejecer, hemos tratado de evitar todo tipo de viejoculeadismos. A veces la pura presencia o algunos mensajes bastan.
Desde mi ventana, que es la puerta de un refrigerador en los inviernos del cerro, se ven las cumbres del San Ramón, Provincia, La Cruz, el abanico de la quebrada de Macul, donde el señor Atria, que toca el saxo muy bien, es el Mister Burns de las acciones de agua de la Comunidad Ecológica… las universidades privadas se chuparon el agua de la quebrada donde vivía el monito del monte. Aquí me visita Germán de vez en cuando. Boxeamos, hacemos yoga, leemos poesía y por alguna razón, Germán está convencido de que la hija de mi vecina Carolina es, en realidad, un puma disfrazado de niña.
En “Pumas en la Alameda” hay una sospecha que hace mucho tiempo venía rondando entre los más lúcidos y que lleva a desconfiar y desdeñar toda forma de taxonomía propuesta por la academia. ¿En qué terminaron. al final, todas esas aspiraciones de entender cómo funciona el mundo sino en una purga horrenda –el lado B del estallido– una forma particular de referirse a las cosas desde una distancia segura? ¿Qué ha salido de las universidades chilenas en los últimos años más que cierto discursillo paternalista sobre las “minorías”, estudios culturales, poscoloniales, cuyos réditos se socializan en ciertos congresos, como en ese encuentro académico, el JALLA, donde “los académicos, con un aspecto claramente ajeno al lugar, se bajaban rápido y con cara de asustados de autos impecables en medio de la Estación Mapocho –epicentro de todos los temas de los que hablaban y de las ponencias– y pasaban rápido, no fuera que el olor a fritura les impregnara la ropa o que alguien les arrebatara el Mac o el celular”.
Los pumas, el gran gato perseguido y arrinconado en las alturas andinas ¿Son minoría también? O el famoso huemul de Mistral, que se creyó extinto debido a que se fondeó en los rincones más inaccesibles de las selvas australes. Más que minorías, representan el underground (la cripsis) que se esconde de la mirada paternalista de la academia, que, a todo esto, está ojo al charqui con cada nuevo libro que aparezca sobre minorías étnicas, sexuales o lo que sea.
Este paternalismo consiste, básicamente, en no leer lo que escribe la denominada “minoría”, sino celebrar el puro acto: indio X que escribe poesía con rabia, insulta al auditorio y desata las risitas de los académicos de “la cato”, por ejemplo. De allí la ironía que se enuncia en el segundo poema del libro: “hablarán de mí como minoría de clase alta?”, bajo la piel de un puma, ¿Qué es lo que despierta el interés antropológico y literario de la academia? Sin duda algo que se pueda reducir a unos cuantos indicadores, visibilizar, taxonomizar:
“Y aun así buscarían un pretexto / para justificar su letra muerta, / y la belleza y misterio del animal / pasarían a un plano secundario”
Todo este lastre académico borra de un paraguazo la fascinación natural por el mundo circundante que nos sorprende a nuestro pesar: la naturaleza recobrando espacios perdidos, el suelo sacudiéndose a las ciudades de encima con los terremotos, KAI KAI y TREN TREN, en la versión que escuché de esta historia en la voz de un atractivo hombre mapuche que hoy vive en la Patagonia, el Wilki. Él cuenta que, según la cosmovisión mapuche, cuando el ser humano se vuelve insensible –por usar un eufemismo– Kai Kai y TrenTren, señores del cielo y de la tierra se encargan de reestablecer el equilibrio precario, a través de inundaciones, terremotos, tsunamis, estallidos y todo tipo de calamidades, que nos hacen volver a rezar, a escribir, a reconocer lo sensato de la austeridad. Algo parecido al poema “Learning by Trees” de Howard Nemerov, en la que se nos muestra la mirada científica goetheanística de la ciencia, o en los versos de Germán:
“¿Nadie hablará del recorrido o la fascinación / de la mirada extraterrestre y animal?”
Pero no, en este país –nos propone el libro– “se rinde culto a la autoridad y al poder”, la autoridad sobre un tema, la autoridad de la palabra, del título universitario, el típico “Éste sabe de lo que habla”, “Cállense, que hable el experto”. Otros, más grosos, prefieren pasar piola, no hacer aspavientos de lo que saben ni alardear –eso se llama ser vivo, o choro, o zen: cripsis. Hablemos, por ejemplo, sobre la capacidad de cripsis de Matisse, que vestía como una persona normal, tenía familia y cuidaba de su jardín –cosa que le reprochaban ciertos artistas y cierta prensa de la época: su falta de extravagancia. El mismo Matisse decía:
“Sueño con un arte equilibrado, puro, tranquilizador, sin temas inquietantes ni turbadores, que sirva para cualquier trabajador, intelectual, hombre de negocios o artista, como lenitivo, como calmante cerebral, como una especie de un buen sillón que le relaje de sus fatigas físicas”.
Esto quizá nos recuerde el poema “Lean a Couve y no a Donoso”: “No hay razón para afear más el mundo / Lean a Couve, y a Donoso: un no rotundo”. Claro que, para la academia, Couve y Donoso son metidos en el mismo saco, parte del mismo fenómeno, especímenes simbióticos. Es cosa de imaginar el nombre de la ponencia «del closet a la escritura: el caso de Couve y Donoso» o algo por el estilo.
Más allá de la crítica hacia la academia y hacia ciertos sectores policiales de la sociedad chilena –que se encuentran en absolutamente todas las esquinas– “Pumas en la Alameda” es un libro que también celebra el amor y la amistad, no 100% hater. En tiempos en que la seducción es difícil o derechamente imposible, en que los amigos se dan la espalda y en que todo tipo de policías merodean la ciudad, es preciso “leer con espíritu femenino y receptivo / los poemas de los camaradas / y amantes anónimos”. Es preciso volverse puma o phasmatodea, bicho adorado por Germán y por mí.
Yo, al menos, me rehúso a resignarme a la muerte de la atracción o de la seducción o renunciar al culto de la amistad. Me quedo con este verso:
“Quien conoce las fobias de su amadx y no lo lx expone al peligro recibirá lo mejor de esa persona…”
Mientras termino de escribir esto, escucho que Andru, personaje de algunos poemas, afila un cuchillo de campo en la cocina –quizá el mismo que usaba para marcarse los brazos– porque subirá al Cajón del Maipo. Me dice que lo hace siempre antes de subir a cualquier cerro, por si aparece un puma, cosa absurda, pienso yo, medio de película ochentera, un joven y una pequeña navaja contra un gato salvaje con garras y reflejos perfeccionados por siglos de selección natural. Andru fantasea con la idea de enfrentarse a uno de ellos algún día y salir victorioso. Entonces, cuenta, dormirá esa noche cubierto con su piel y comerá algo de su carne, porque según él, un viejo peñi del Alto Biobío le dijo alguna vez que quien come carne de puma no morirá nunca.