«Sin la música la vida sería un error» (Crepúsculo de los ídolos, § 33). Esta magnífica declaración de amor a la música, que Nietzsche ha repetido en sus cartas a Peter Gast y a Georg Brandes, no se limita a una pasión personal. Nietzsche no es dado a los elogios. La música es un hechizo, ella embruja, pero también pervierte y absorbe completamente a sus auditores. «¡Cave musicam! [¡Cuidado con la música!]» (Humano, demasiado humano).
De una forma bastante ambigua, Nietzsche ha escrito también que «es un prejuicio corriente en los filósofos creer que toda música viene de las Sirenas» (La Gaya Ciencia, § 372). Lo que es seguro, es que a la declaración citada arriba («Sin la música, la vida sería un error»), Nietzsche le confiere un alcance metafísico. Esa frasecita se coloca a nivel de las intenciones del Creador: la vida deseada por Dios para los hombres no tendría sentido si faltara la música, la Creación estaría perdida si el mundo no incluyera la música. He aquí, pues, una suerte de alabanza divina bajo la pluma del ateo Nietzsche, dirigida no a Dios, sino al mundo y a la vida.
Dios ha muerto. La vida actual es la única realidad. En este sentido, se podría decir que, para Nietzsche, la música es la justificación del mundo y de la vida, el «principio de razón suficiente», incluso, para hablar como Leibnitz, el «principio de lo mejor».
Pero cuál música, y en qué sentido la música define la vida, ¿expresa, según Nietzsche, el fondo y la perfección de la vida? Un buen número de parágrafos de la segunda parte de Humano, demasiado humano tratan de la música y de los músicos (alemanes, en particular: Bach, Händel, Beethoven, Mozart, Schubert, Schumann). Pero, evidentemente es sobre Wagner que Nietzsche concentra sus análisis, luego sus críticas cada vez más virulentas y, finalmente, sus embestidas panfletarias.
Este «privilegio» lo es porque los dos hombres han sido bastante cercanos durante gran parte de los años setenta (el período en Basilea de Nietzsche), cuando se adhirió profundamente al hombre y, sobre todo, cuando amó su música. Y es este conocimiento íntimo del hombre y de la obra que Nietzsche vio en Wagner, el símbolo por excelencia de lo que aborrecía y temía como decadente, demagógico, anti-artístico y moralizador en la cultura alemana y —es necesario decirlo— en él mismo.
¿Qué música escuchaba Nietzsche?
Ahora bien, Nietzsche trastoca las cartas por el ejercicio despiadado del espíritu crítico moral y filosófico contra sus propios afectos, filosóficos, literarios o musicales. Una indicación está dada en Ecce Homo:
La música debe ser serena y profunda como una tarde de octubre. Que sea desenvuelta, tierna, una mujercita llena de abyección y de gracia. No admitiría jamás que un alemán sea capaz de saber lo que es la música… Yo mismo soy bastante polaco para dar por Chopin lo que queda de la música.
Lo que el pensador quiere decir aquí debe comprenderse por una doble reacción a la concepción de la música y del arte, que Nietzsche ha encontrado en su maestro venerado y deshonrado Schopenhauer. Primero, como se puede constatar desde el Nacimiento de la tragedia (§16) hasta Ecce homo, Nietzsche estima, como Schopenhauer, que la música expresa la esencia de toda vida.
Aquí esta el punto importante para Nietzsche. La música habla, más que cualquier otro arte, sobre la realidad de la voluntad de poder, el fondo de toda vida, pero también un «estimulante de la vida» (Stimulanz zum Leben), incitación seductora a la vida (Verfuhrerin zum Leben). Se comprende porqué El nacimiento de la tragedia está subtitulada «A partir del espíritu de la música».
Sin embargo, la música puede ser igualmente la traducción de la negación de la vida, conforme a la tesis de Schopenhauer, según la cual, el arte es por excelencia el medio de escapar a los sufrimientos de la voluntad, el medio para la voluntad de negarse y refugiarse en las ideas platónicas, paradigmas del arte. Es lo que explica el combate contra Wagner.
Sin más vueltas, la postura de Nietzsche sobre la música se sintetiza en esta cita:
¿Qué quiere pues, de la música, mi cuerpo entero? Creo que su aligeramiento; como si todas las funciones animales debieran ser aceleradas mediante ritmos ligeros, audaces, turbulentos; como si el bronce y el plomo de la vida debieran olvidar su pesantez gracias al oro, la ternura y la untuosidad de las melodías. Mi melancolía quiere descansar en los escondites y los abismos de la perfección: he aquí por qué necesito de la música.