Sebastián Orellana: Banda sonora para la perra vida

Dios Perro (2020) - Sociedad Fonográfica Subterránea de Granada

Sebastián Orellana: Banda sonora para la perra vida

Autor: Carlos Montes

Mientras la lógica de lo fastuoso se nos cuela en mucho de lo que hacemos, también hace buen rato que muchas voces rebaten esa medida de las cosas. Violeta, Roberto, Teillier, Waits, Cave, son tantas las evidencias de cómo la belleza se expresa perfecta en su modestia que toda esa herencia parece un refugio en medio de post producciones y filtros de Instagram.

El músico chileno, Sebastián Orellana, se erige esta vez como Dios Perro. Ya coqueteando con la libertad solista en su proyecto one man band, Puñete y los Pies Frenéticos, este músico edita desde su nuevo hogar -Sevilla- un disco parido a partir de todas sus intenciones estéticas y compositivas con la compañía de Marcelo Wilson y Martín Benavides en la producción.

Revisando la historia musical de Orellana, su nombre aparece en proyectos como Philipina Bitch, La Big Rabia y Sonora de Llegar. Y aunque este último trabajo discográfico se hermane a lo que ya venía haciendo junto a Iván Molina en La Big Rabia, pasa que todas las piezas de sus andadas creativas convergen en la necesidad de avanzar a contrapelo, lejos de efectismos y cercano al riesgo que nace de la víscera y la lealtad por las canciones que nos criaron. Como perro fiel.

La instrumental “Jesús de las Penas” arranca el disco solo con la guitarra apañadita de Sebastián y que a los pocos segundos y sin anuncios, se abre como una canción que asombra en su elegancia. Exquisita en arreglos e instrumentación, Orellana decide empezar sujeto a la tradición de nombres de la música para cine como Piccioni, Mancini y Morricone.

Provocadora, juguetona, “Entierro del malo” combina con gracia su lírica y su dimensión musical. “Grita humano, aleluya, grita amén / Dale a Cristo que le gusta que le den / Sopla, humano imperfecto / rezos pa sentirte bien / Grita hermano, aleluya, grita amén”, sostiene fuerte Orellana como si en ese instante estuviese compartiendo la calle con un piquete canuto insistiendo en evangelizarnos. Y todo este relato parece más maldito gracias al sonido vodevil que lo acompaña.

En sus casi 40 minutos de duración, Dios Perro es un álbum contundente porque su concepto de origen nunca se traiciona. Mientras hay quienes se rinden a la tentación de lanzar discos pensándolos solo como una suma de canciones, Orellana tributa a las viejas factorías que los trazaban con un eje -simbólico, estilístico, discursivo- y por eso acá todos los caminos terminan cruzándose: el espíritu lastimero y aguardentoso -entre blues (“Luna, despierta”), bolero (“Cómo no quererte”) o vals (“Palomita blanca”)- junto a relatos de desdicha, fragilidad y pellejerías, echados a su suerte por un dios con alma de quiltro.

Dios Perro es una banda sonora acerca de la vida humana hermanada con los símbolos de un perro callejero. Hermosa en sus contradicciones, a veces tibia como noche borracha en un tugurio, otras terrible como el desamor, siempre sencilla y fiel como perro esperándote en el mismo lugar.

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