Sonidos chilenos del subterrano IV: Supersordo

Esta es una serie de comentarios sobre discos y grupos, en actividad o disueltos, olvidados o poco comentados, por los escritores nacionales de música

Sonidos chilenos del subterrano IV: Supersordo

Autor: Wari

Esta es una serie de comentarios sobre discos y grupos, en actividad o disueltos, olvidados o poco comentados, por los escritores nacionales de música. Esto, además de los intereses y gustos personales, es el criterio de la serie, que se sabe incompleta y en movimiento.

SUPERSORDO: “RECUERDOS BUENOS BUENOS, RECUERDOS MALOS MALOS”

Esta es una ocasión especial. A casi dos décadas de la aparición de Supersordo, este escrito se construye, principalmente, de las experiencias de uno más de los protagonistas de esos años. Por eso, está atravesado por anécdotas, recuerdos cristalinos y recuerdos borrosos, siempre distintos al dato duro que puede aportar la enciclopedia de la música popular.

“21”. Tzzzzzzt

Eran los primeros lustros de la década de los noventa. Extraños años: Se podía hacer todo, pero no pasaba mucho. De a poco el arcoiris de la Concertación se mimetizaba con el gris de la Junta Militar y se mostraba tal como lo que es: La misma bosta.

En esos días, un amigo un par de años mayor, y que conocía mi inclinación por el punk rock, me contó de unos tipos que recién habían formado una banda, llamada en un principio Matt Monro cantó en español y habría que analizarlo. El hilarante nombre lo sacaron de un disco del mentado cantante. El análisis, gentileza del típico humor de curado.

Advertencia. No contaré la historia como fue, sino como la recuerdo.

Y una de las cosas que pasaron en los noventa fue esa banda, que por suerte, luego se cambiaría el nombre a Supersordo.

Me entusiasmaron los datos procurados por mi amigo: Que era un trío “pelacable”, que el baterista venía de Italia y que había vivido en okupas, que escribió para la revista Maximun Rock and Roll, que el guitarrista era una especie de nihilista y otras yerbas.

Como todo adolescente es impresionable, intrigado fui a uno de los primeros (o primer) show de Supersordo: Teloneros de  Políticos Muertos y Fiskales Ad–Hok. Lugar: El mítico Serrano 444.

Pero no pude verlos. A la entrada, tres skinheads golpearon con un bate en la cabeza a un punky y se abalanzaron con cadenas sobre un grupo que esperaba entrar. Luego, un tiro al aire. Recordé que el soldado que arranca sirve para otra guerra.

Hubo otras guerras y quedé asombrado. La Picá de ‘on Chito, el mismo Serrano, uno que otro local en el Bellavista. Jamás había visto una banda así en vivo. Densos, rápidos y con humor negro. No habían inventado nada nuevo. Lo espeso era prestado de los primeros Melvins, Swans, Saint Vitus (viejos amores de Miguel “Comegato” Montenegro, bajista); la intensidad, aprendida de Jesus Lizard o Black Flag; el humor torcido y referencias al “pata ‘e cabra” gentileza de Butthole Surfers, Venom y el metal ochentero.

Los vi como trío una o dos veces y luego como cuarteto, con el baterista ahora como frontman (Claudio Fernández) y Giorgio (Jorge Cortés) en las percusiones, un tipo flemático y taciturno, pero una bestia en los tarros. Con ese cambio de formación Supersordo cimentó las bases de la “leyenda” que es ahora.

A finales de 1992 fue lanzado “Supersórdido”, primera referencia de la banda bajo la distribución del sello Toxic, etiqueta inclinada al Thrash. El disco dio que hablar, más allá de la calidad, por la originalidad. Ninguna banda en este feudo había o estaba haciendo lo que quedó plasmado en esa cinta.

Luego, en mi primer año de universidad, conocí a un par de muchachos, afines al punk. Les hablé de la banda y se hicieron una copia del cassette. Sacamos un fanzine, al segundo o tercer número realizamos una pequeña entrevista al grupo, después que tocaran en Taller Sol. Recuerdo que les preguntamos por las letras: Katafú (Rodrigo Rozas, guitarrista) nos dijo que les era más interesante escribir de cosas personales, que en contra de la policía, curas y políticos; Claudio nos aclaró que se inspiraban en cosas que veían, escuchaban en la calle y que les pasaban. Pero no se cerraban a escribir de contingencia.

Posteriormente, me enteré de que la letra de “Las herbosas praderas del Tíbet septentrional” nació de un hallazgo de libros en la calle en donde uno de ellos, al parecer con ese título, contenía un papel con el encargo de comprar un balón de gas.

“Creí que la estaba haciendo flor. Ahora no puedo parar las lágrimas” Gallina. Demo 1997.

La banda siguió tocando y en compañía de mis dos yuntas íbamos a cada recital con las fotocopias de nuestro fanzine; repartiéndolo así como lo hacen lo canutos. Luego, nos conseguimos espacio en una radio pirata, después en una comunal y pusimos al aire música de Supersordo. Hablé con Claudio para una entrevista con ellos en la radio. Nunca se concretó.

Por ese tiempo una crisis: Jorge Córtes fue cesado en sus funciones de baterista. La gota que rebasó el vaso: Una performance en La Picá de ‘on Chito en la que se presentó con unas copas de más… ¡Qué lance la primera piedra el que esté libre de caña!

En su reemplazo entró el experimentado Sebastián Levine, que parchó por un par de meses, los que coincidieron con el período de grabación de un split (disco compartido) con Fiskales… que no se editó. La batería de “21” y “El niño azul”, que se apreciarían en su siguiente larga duración, son gentileza del susodicho.

Luego volvió Giorgo. Le consulté a Claudio por el enroque de batero. Con la soltura de siempre me respondió: “Es como las peleas con las pololas, se hablan las cosas y uno siempre vuelve”.

Los shows de la banda eran catárticos, y pese a que su música era algo más difícil de digerir y no invitaba de forma tan obvia al “pogo” (o “mosh” o “slam”: Círculo tribal de baile punk, algunos bailaban y/o se tiraban del escenario.

Recuerdo un concierto en un local en Bellavista en el que, haciendo gala de su ironía, el combo regaló unas copias de discos con temas nuevos y portadas dibujadas por ellos mismos. Fernández no alcanzó a terminar la frase y ya estábamos algunos fanáticos arriba del escenario sacando nuestra joyita en vinilo. Finalmente, sólo eran discos de 45 pulgadas, de boleros. Mi copia se rotulaba “Vacilón a todo ritmo mix verano 95”.

El cuarteto ya había sacado su segunda producción, “Tzzzzzzt”, una obra superior a la anterior y uno de los mejores discos o el mejor que ha hecho el punk por estos lados.

Canciones más elaboradas, letras crípticas con metáforas tan absurdas que bordeaban en lo genial. Y una pequeña joyita de punk gutural “Historia de Chile”, canción que perfectamente serviría como protesta en contra de toda la farsa del Bicentenario; con una letra sin doble lectura: “Historia de Chile y hueá. Bernardo O`Higgins y hueá. Arturo Prat y hueá. ¡Chúpalo rico ya!”.

Un día, cerca de nuestros respectivos trabajos (disquería Fusión y Rolo Records) nos topamos. Claudio me contó que habían sacado un demo con cinco temas, con pocas copias, y quería darme una para que le hiciera una reseña en el fanzine. Pasé a buscar el exclusivo material con el mismo entusiasmo con el que un quinceañero asiste a su primera cita. Le pregunté por qué habían editado el demo, respondió que era para unos compilados de fanzines y sellos extranjeros… Vaya a saber uno si era verdad.

“Qué miedo es ese de despertarse y recordar el pasado” El peso del pasado. Tzzzzzzt.

Escribí una reseña, a la rápida. A la distancia no creo que le haya hecho justicia, ya que mi círculo más cercano me restregaba el ser tan fanático de la banda, pero, sin duda, era un material impresionante.

Tengo en la retina un demoledor show en un local llamado “Sueño Latino”. Abrieron con ese temón que era “21” y se armó un “mosh” en el que uno de los participantes, algo más débil de estómago, acusó los efectos del alcohol y vomitó. No faltó quienes lo molestaron, pero con mis yuntas empezamos a hacerle alabanzas y gritar que estaba demostrando su “odio al sistema”. Se sumó gente al “hueveo” y ya había una ronda de alabanzas.

El recital siguió hasta que, extrañamente, alguien tiró una bolsa de shampoo al escenario. Claudio la abrió y se la echó en el pelo, yo me subí para tirarme del escenario. Mis yuntas, Walter y César, me gritaron “¡hazle un mohicano, hazle un mohicano!”, lo que hice y luego me arrojé. Después se armó una pelea de proporciones, gentileza de los “pelmazos” que se autodenominaban “del 25”.

Tiempo después vino el ciclo de tocatas de la C.F.A (Corporación Fonográfica Autónoma), en Serrano 444, que sirvió para financiar el sello y el respectivo compilatorio “Uno”, en el que Supersordo participó con los temas “Mi Madre” y “Parado para ese día”. En ese tiempo también telonearon a los estadounidenses Fugazi, especie de pináculo de su carrera.

Uno de los últimos shows que presencié de estos “cuatro jinetes del Apocalipsis” fue en un bar cerca de mi casa, por aquel entonces en el barrio Brasil. Tocaron un par de temas nuevos que por única vez escuché. Me reí sobre todo en uno en el que el guitarrista cantaba algo como “A veces veo amapolas, a veces veo pajaritos”.

Luego vino el lanzamiento oficial del compilatorio “Uno”, en la desparecida Planet. El final de la actuación de Supersordo tuvo a Giorgio azotando los tarros y Claudio cagándose las cuerdas vocales por última vez. De ahí, el final de la banda.

En ese alcohólico verano del ‘99 el sol tocó como nunca más lo ha hecho.

DISCOGRAFÍA COMENTADA

Supersórdido (1992)

Un compendio del abanico que manejaban los integrantes de la banda. Híbrido de irregulares resultados que nos legó clásicos como “Terrorismo Terrestre” (himno ecológico), “Mi Padre”, “Avión a Cuba” o “Las Herbosas…”. Ninguna banda de rock o punk había antes ingresado en los recovecos que inauguraba este disco. En adelante muchos se atreverían por esos senderos con dispar éxito.

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Tzzzzzzt (1995)

Con el tiempo como aliado y cambio de formación, la amalgama encuentra su personalidad en ocho pasajes. Un disco sin nada de ripio. Desde la introducción con rezos de “21”, el material no para de golpear, ya sea por los quiebres en el ritmo o las frases de antología que contenían los temas: “Y una señora en posición de defecar está, entre el muro y los arbustos…”

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Demo (1997)

Con cinco temas, grabados a cuatro pistas, Supersordo ratificaba que seguía mejorando en sus laberintos estilísticos y líricos. Material valioso, por lo escaso y por las cinco gemas que posee: Desde la rapidez de “Autogol”, pasando por una de las mejores composiciones del cuarteto, “Enciclopedia de la magia” (con otro verso de antología: “El pone de cabeza su botella de cerveza y el líquido no sale. Después saca una carta del bolsillo, se la come y te dice puedes seguir contando tu rollo”), hasta la experimentación de “Gallina”… Quizás la canción más densa que se haya hecho por acá. La portada “El niño llorón”, obra de Giovanni Bragolin (seudónimo de Bruno Amadio) no hace más que cerrar la maléfica aura del demo (y la suerte desgraciada que correría la banda).

Uno (varios artistas, 1997)

Compilatorio inaugural de la Corporación Fonográfica Autónoma (CFA). Siete bandas con dos temas cada una. Una radiografía de lo que se estilaba por ese entonces en la mayoría del punk: Hardcore melódico onda Bad Religion, Pennywise y algo de 2 Minutos. Por el dominio de estilo destaca Fiscales, por originalidad, Políticos Muertos y Supersordo. Los temas, dos potentes ladrillazos: “Mi Madre” y “Parado para ese día”.

Un ruido inmenso de Rock (2000)

Disco póstumo registrado en vivo en La Batuta. Captura de correcta forma la intensidad del combo en sus actuaciones. Uno hubiera deseado un set list más largo y no el mezquino repertorio de aquella noche. Lo destacable: Único disco disponible en CD – reeditado este año – y contiene dos inéditos: “Sopa en sobre” y “Bazooka”. Al escucharlos, uno maldice que la disolución del grupo nos privará de ese tercer larga-duración.

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Historia y Geografía de un Ruido (Documental 67 min, 2009)

Iniciada su producción en 2006, este documental dirigido por Susana Díaz Berríos, se pasea por el contexto, la historia y las motivaciones del grupo, contadas a través de los supersordos y cercanos, así como en los proyectos posteriores de sus integrantes. Se da prioridad a los registros en vivo, desperdigados por viejas cintas, montados y retocados con maestría por Efraín Robles. Buen audio, a pesar de lo precario, se deja a la banda tocar y se intenta trasmitir su furia. Se hecha en falta ahondar más en el quiebre e inexplicable disolución del grupo, a un documental para fans uno le pide información desconocida. De todas maneras, un trabajo necesario para viejos y nuevo seguidores.

Más info en Corte Irracional

Por Ricardo Vargas y Cristóbal Cornejo

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