Un apronte: Reseña de The Wall en Moscú

Es muy probable que el concierto brindado a fines de abril de 2011 por Roger Waters en el estadio Olimpiski de Moscú haya sido uno de los mejores del año en Rusia

Un apronte: Reseña de The Wall en Moscú

Autor: Cristobal Cornejo

Es muy probable que el concierto brindado a fines de abril de 2011 por Roger Waters en el estadio Olimpiski de Moscú haya sido uno de los mejores del año en Rusia. Ello, por la sencilla razón de que debe ser uno de los mejores que se están presentando en el mundo en estos días. Sin ser crítico musical, me atrevo a afirmarlo así de categóricamente.

Intenso, conmovedor, alucinante: Tales son los adjetivos que vienen a la mente al recordar este espectáculo por parte de quienes han tenido la fortuna de verlo.

A estas alturas parece casi innecesario señalar el reconocimiento crítico generalizado a la calidad y aporte de Waters a la música popular de la segunda mitad del siglo XX.

Como solista y fundamentalmente en su paso como líder de los míticos Pink Floyd, Waters ha entregado una propuesta maciza y contundente caracterizada por pasajes arriesgados y a menudo de gran profundidad y espesor intelectual.

Al presente, Roger Waters ha vuelto por lo suyo y busca su justa parte de la torta del reconocimiento de la actual generación por una obra musical que hizo historia. Es por eso que en nuestros días rueda con un The Wall “recargado”, el que despliega de manera asombrosa un amplio abanico de recursos tecnológicos que no existían al momento de aparecer esta obra clave del rock en 1979.

2 Y 3 DE MARZO

Fue a mediados del año pasado cuando se oficializó que Waters, realizaría dos mega conciertos en Chile en marzo de 2012 como parte de su tour The Wall, el que también le llevaría a Argentina –donde rompió todos los records habidos y por haber en cuanto al número de conciertos a realizar- y Brasil.

De esta manera, se concretaba la visita –no contemplada originalmente en un tour que comenzó en septiembre de 2010 en Toronto, Canadá– de uno de los compositores claves de la historia del rock a tierras sudamericanas. Probablemente se trate de uno de los shows más contundentes e irrebatibles de los últimos años. Y una novedad adicional: Las grandes arenas latinoamericanas serán un escenario inédito para una realización que no estaba diseñada para espacios y audiencias tan amplios.

Este nuevo The Wall -por muy “tecnologizado” que pueda creerse el espectador- conmueve de principio a fin. No se trata de una muestra veleidosa de fuegos de artificio. Por el contrario, aquí todo, hasta el más mínimo detalle, tiene una razón de ser, una lógica dentro de la fabulosa arquitectura del espectáculo.

A lo que asistimos es a una poética de la imagen ultra condensada, pero que se dispara en infinitas direcciones. El juego resulta a momentos muy entrañable; en otros, de una dureza radical.

Se requiere de una concentración completa para apreciar en su total magnitud lo que propone Waters. Es entonces cuando este nuevo show de The Wall se vislumbra casi como listo para “tocar” con las manos…

Esto va más allá del clásico ‘guitarra, bajo, batería’. Se trata de una suerte de ‘experimento científico’: Sin quererlo, usted se convierte en un ‘ratón de laboratorio’ sometido a un constante bombardeo auditivo-visual que no cesa durante dos horas. Mientras tanto, desde las alturas, la gigantesca marioneta del cruel profesor de The Wall  observa todo con interés.

LA REVANCHA

Para los fanáticos de Pink Floyd este tour es un sueño cumplido.

En esta oportunidad, Waters toca exclusivamente el disco The Wall. De principio a fin, yendo así más allá de los clásicos Another Brick on The Wall, Run Like Hell y Confortable Numb que constituyeron parte estable de la planilla en vivo de los Floyd. Y este no es un dato irrelevante: The Wall no es un disco de singles o ‘grandes éxitos’: Se trata de un todo armónico, un universo que bien podría pasar por novela existencialista. El orden aquí sí que altera el producto.

Hay un atractivo añadido. Hace tres décadas el disco fue presentado en vivo con un montaje grandioso para la época. Su registro sonoro es “Is There Anybody Out There? The Wall Live 1980-1981”. Igualmente, cualquier fanático de Pink Floyd conoce el video de las presentaciones realizadas entonces en el centro de exhibiciones Earls Court de Londres. A comienzos de los 80, toda aquella propuesta resultaba casi demencial. Pero el proyecto era de tal magnitud que sólo se puso en escena 31 veces… en cuatro ciudades del mundo: Los Angeles, Nueva York, Dortmund y Londres. Es decir, muchos se lo perdieron. Incluido, claro está, el público latinoamericano.

Aquellas antiguas imágenes –hoy un tanto “oscuras”, dada la tecnología actual- nos muestran a unos Pink Floyd orgullosos de su creación, pero también inmersos en la tensión que disolvería al grupo sólo tres años después. La puesta en escena lograba reproducir el ambiente claustrofóbico y alienado de la placa e incluso contenía fragmentos que después aparecerían en la película The Wall de Alan Parker. El concierto concluía con la estrepitosa caída de un gigantesco muro blanco construido en el escenario siguiendo la idea de Waters de establecer una “separación” concreta entre el grupo y sus fans.

Los años no han pasado en vano y el mundo cambió. El desarrollo tecnológico alcanzado en los últimos 30 años ha sido abismal. Impensado. Vertiginoso. De todas formas, The Wall –como buena obra clásica que es- ha soportado bien el paso del tiempo gracias a su apuesta por un ingrediente que es estéticamente eterno: La emoción humana. Aunque, claro, no sólo de emociones vive el hombre. Y eso bien lo sabe Waters.

LA MURALLA DEL TIEMPO

El espectáculo de la actual gira The Wall es tremendamente moderno y actual.

Roger Waters y su equipo la pensaron y bien. Advirtieron que usufructuar de la gloria del pasado –algo que muchos ‘grandes’ de antaño hacen hoy con un descaro impresentable- no era suficiente. No se podía presentar exactamente el The Wall como fue en los 80. Por eso, idearon un montaje distinto, con más similitud a un sueño 3D que a la ópera enloquecida original.

El nuevo The Wall no es tan sólo una escenificación actual de aquella obra. Aquella crítica ochentera se hace cargo hoy de los fantasmas de la vida post Torres Gemelas, luego de que el orden internacional y los mismos conceptos de bien y mal adquirieran nuevas connotaciones.

En todo caso y aunque a muchos moleste, aún Waters tiene pólvora para gastar. Y gritos en la garganta. “You better stay home and do as you’re told /get out of the road if you want to grow old”, escribió en Animals, placa previa a The Wall. Rebelde empecinado, hoy no se hace caso ni a él mismo.

MARTILLOS 2012

Los cuestionamientos actuales del músico pueden parecer poco evidentes, pero tienen gran contundencia cuando se les advierte. Su posición parece ser presentar una serie de asociaciones sobre variadas facetas –muchas de ellas, ‘lacras’- de la sociedad de nuestros días mediante imágenes muy directas, aunque también  poéticas por momentos. ¿El resultado? Duro, preciso, acerado… Los martillos siguen arrasando todo a su paso. Y Waters los muestra en toda su crueldad. Hoy como ayer, hay cosas que no cambian. “¿Oíste, oíste, oíste las bombas cayendo?/ Las llamas se apagaron hace mucho tiempo/ pero el dolor se ha prolongado./ Adiós, cielo azul./ Adiós, cielo azul.” (Goodbye Blue Sky).

Cabe recordar que antes de esta gira, Waters sólo había interpretado The Wall con motivo de la caída del Muro de Berlín el 21 de julio de 1990 en la Puerta de Brandenburgo, evento en el que estuvo acompañado por variadas estrellas del pop internacional. Se calcula que asistieron al concierto más de 250.000 personas, sin contar a los auditores de los más de 50 países en que se transmitió en directo por televisión.

ENTRAMOS…

Ahora un breve repaso a lo que fue el concierto de The Wall en Moscú. A grandes rasgos, la presentación habría de ser muy similar a la que pronto tendrá lugar en Latinoamérica.

El debut con “In The Flesh”: apoteósico. La emoción de la audiencia es palpable (y va in crescendo): los rusos, a menudo comedidos en estas cosas, se ven sorprendidos: es como si fueran una gigantesca escultura humana de rostros consternados. El desenlace, sorprendente, más aun tratándose de un estadio reducido en comparación a las grandes instalaciones que le esperan en las próximas semanas: en medio del estruendo que pone fin a la canción, casi desde la nada aparece un avión volando. 1, 2, 3, 4, 5 segundos… y se estrella estruendosamente contra la parte superior del muro frente al que se desarrolla la acción. La audiencia se levanta de sus asientos. Aplausos. Más aplausos. El entusiasmo se va difundiendo como una ola por el estadio.

Las canciones se suceden con precisión cronométrica, tal y como en el disco. Resulta de agradecer que Waters reproduzca con fidelidad los tiempos de la placa.

¿El sonido? Impecable. De una nitidez asombrosa. Una auténtica delicia para los oídos.

Los asistentes caen en una especie de embeleso: se va generando un silencio respetuoso que deja algo en claro: el público está ahí para escuchar y ver el The Wall, no con el fin de pasar el rato con una secuencia de canciones de pop desechable.

“Goodbye cruel world” y el muro queda completamente construido.

Waters se toma un receso y el público también. 15 minutos para sándwiches y cigarrillos.

La segunda parte comienza introspectiva. Así lo reflejan las imágenes y la iluminación: todo genera un ambiente íntimo y muy reflexivo, meláncolico. Pero se trata sólo de un intervalo. Pronto llega nuevamente “In The Flesh” y la furia se adueña del escenario, sobre todo al resonar aquellas líneas de “Run, run, run/ Run, run run….”. Poco después, el vaivén de “Confortably numb” y se acerca el fin.

El climax llega con “The Trial”: luego de una vertiginosa sucesión de imágenes a alta velocidad e incluso superpuestas, parece que el latido de todos se detiene. Y entonces, sucede: el mundo se viene abajo, el estruendo del vértigo, el fin de todo, la apoteosis… mezclándose con el sonido –uno que, virtualmente, demuele los oídos- comienzan a caer uno a uno y de manera aleatoria los ladrillos del muro: en pocos segundos ya está: frente al público, los despojos de la destrucción absoluta. Al parecer, ahí quería llegar Waters…

Y eso es todo: poco después, con el melancólico bálsamo de Outside The Wall, nuestro hombre se despide y abandona el escenario junto a sus músicos.

¿Qué más se puede pedir después de semejante desenlace?

La gente comienza a salir del estadio con esa tranquilidad de la satisfacción: el espectáculo había sido tan impresionante como para -al menos- cumplir con una expectativa promedio.

Pero otra sensación también rondaba: la certeza de que,  más allá de lo sucedido en Olimpiski, nadie ignoraba que ‘el Muro’ seguiría construyéndose y cayendo… y volviendo a levantarse tal como la vida misma.

Dice el tango que 20 años no es nada y que febril la mirada. Lo mismo vale para The Wall y su actual gira, pronto a llegar a tierras latinoamericanas: que 30 años no son nada y que febril sigue siendo hoy la mirada.

Por Francisco Ramírez

(Periodista chileno. Texto originalmente publicado en el blog del autor “Una odisea en Rusia” de la página web de RT en español (www.actualidad.rt.com), primer canal ruso de televisión destinado al mundo hispanoparlante).


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