Siempre ha habido personas que viven libres siguiendo sus propias normas y deseos, dedicándose en cuerpo y alma a lo que disfrutan, sin preocuparse excesivamente por convencionalismos sociales. Gente inclasificable que sublima sus obsesiones en arte, que valora su libertad creativa, que logra subrayar la belleza de maneras nuevas y originales. Piénsese en músicos como Nick Cave o Tom Waits, cineastas como Terrence Malick, escritores como Roberto Bolaño, artistas plásticos como Duchamp… O fotógrafos como Nobuyoshi Araki.
En artículos y reportajes sobre Araki es frecuente encontrar su nombre escoltado por el adjetivo guardaespaldas «polémico» o «controvertido» o «enigmático»… Rebosante de energía y vitalidad, lujurioso, imprevisible, fundamentalmente alegre, pero propenso a ataques de melancolía, admirador de la belleza femenina en todas sus formas… ¿por qué no decir simplemente «libre»?
Para entender a Araki solo hay que considerar que de haber nacido en la Grecia mitológica hubiera sido un sátiro de pies de cabra: habría que cambiarle la flauta por una cámara.
Los trabajos de Araki siempre le han aportado una gran notoriedad entre el público japonés e internacional. Sus fotografías, siempre acompañadas de textos en forma de diario íntimo, fueron precursoras e innovadoras dentro de las tendencias artísticas del momento. En los años 80 era ya una celebridad dentro de Japón, tanto por su talento para hacer fotos como por su manera de escribir. Así, terminó mezclando la fotografía con las anotaciones a pie de foto, generando un género que posteriormente han imitado muchos artistas occidentales. Más tarde, bien conocido por las fotografías que documentaban la industria sexual japonesa y enfocando el barrio de Kabukichō de Shinjuku en Tokio en 1980, Arakipublica Tokyo Lucky Hole.
Nobuyoshi Araki se haya presente en casi todas sus instantáneas, siendo coprotagonista de muchas de ellas. Jamás establece una distancia entre el fotógrafo y la foto. Se involucra, se expone, se exhibe y termina siendo parte esencial de la composición o la narración visual.
Araki no insinúa, no juega con la sexualidad; sencillamente muestra lo más evidente sin filtros ni censuras. Lo explícito, lo puramente pornográfico, se transforma en el hilo argumental de su fotografía. Investiga perversiones, fugas conductuales de orden sexual y se involucra en sus escenas remarcando su libertad creativa y moral. Se disfraza de demonio, se disfraza de cura, sonríe con ironía y termina conquistando a los críticos occidentales más concienzudos.
Ahora sí, quienes estén dispuestos a dejarse seducir plenamente por las melodías de la cámara de este fauno, que busquen en la web sus fotos. Está repleta. Desde aquí, nos limitamos a dejarles este video como cierre de nota: