Una escultura manchada con semen

No apto para mojigatos. Por lo demás, ya lo dijo Picasso: «El arte nunca es casto».

Una escultura manchada con semen

Autor: Lucio V. Pinedo

El arte nunca es casto
(Pablo Picasso)

Cuenta Plinio el Viejo que Praxíteles esculpió dos figuras de Afrodita, una vestida y otra desnuda… como Goya con las Majas. Los habitantes de Cos eligieron la diosa con ropa pensando en el qué dirán, pero los de Cnido fueron más avispados y compraron la estatua rechazada. Esa Afrodita en pelotas sorprendida al salir del baño fue la escultura más famosa del mundo antiguo, y convirtió el pequeño templo de Cnido en lugar de peregrinación. Algunos visitantes lloraban de emoción o besaban a la estatua, y al menos uno fue más allá.

Escribe Luciano en Amores: «Cuando estábamos ya cansados de admirar la estatua, advertimos una señal en un muslo, como una mancha en el vestido (…). La diaconesa nos contó una historia extraña. Un joven de familia distinguida, que visitaba con frecuencia el templo, se enamoró de la estatua por funesto azar y todo lo que tenía de valor en su casa se lo entregó como ofrenda a la diosa. Las tensiones violentas de su pasión se convirtieron en desesperación, hasta que una noche se ocultó en el templo… Las huellas de sus abrazos amorosos se advirtieron cuando llegó el día, y la diosa tiene esa mancha como prueba de lo que sufrió».

¿Qué le debió pasar por la cabeza a ese joven arruinado mientras eyaculaba sobre un bloque de mármol? ¿Se sintió ridículo con la tristeza postcoito? ¿Continuó en su nube de alucinado éxtasis lujurioso-místico? Un estado mental entre lo ridículo y lo sublime… ¿Esperaba tal vez que la piedra se convirtiera en carne, como en el mito de Pigmalión y Galatea?

Pigmalion, de Jean-Baptiste Regnault (1786) (DP)

Pigmalión (Regnault)

Todo esto nos ha llevado a pensar que sería interesante hacer un pequeño recorrido por el mundo de la escultura erótica, tenga o no por intención inflamar los sentidos. Pero el mundo es muy basto, así que nos circunscribiremos a un breve recorrido de escultura barroca.  Acompáñennos, pero procuren controlar la emisión de sus fluidos corporales.

Por relativo que sea el erotismo, todo escultor es consciente del efecto que pueden producir sus figuras. Durante el barroco, Bernini buscó la carnalidad mórbida y provocadora, tratando a cualquier precio de despertar sensaciones. ¿Ven cómo los dedos de Hades se clavan en la carne marmórea de Proserpina? ¿Reconocen como un símbolo fálico la flecha que amenaza a santa Teresa en su Éxtasis?

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Hades y Proserpina (detalle), Bernini

 

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Éxtasis de Santa Teresa

 

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La flechita fálica (detalle)

Tradicionalmente las iluminaciones místicas se han identificado con los orgasmos (véase también el Éxtasis de la beata Ludovica), mientras que las representaciones de martirios, especialmente de santas jóvenes y bellas, se hicieron extrañamente populares… Por lo demás, es sabido que en el Barroco la carnalidad y la sensualidad cobraron una presencia inusitada.

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Éxtasis de la beata Ludovica (Bernini)

Si avanzamos hasta el siglo XVIII, la referencia en cuanto a esculturas para lubricar es sin duda el neoclásico Antonio Canova. Más de un espectador de su época fue sorprendido acariciando la pulida y brillante superficie de Psique reanimada por el beso del Amor.

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Amor y Psique (Canova)

Y en esta línea fue recibida su Venus itálica ligera de ropa, una maravilla fresca y natural que, igual que la pobre Afrodita de Cnido, a punto estuvo de recibir fluidos corporales en más de una ocasión. El propio escultor fue visto abrazando la figura mientras murmuraba que el mármol era «verdadera carne», y su amigo el poeta Ugo Foscolo dijo sobre esta Venus itálica: «me he apasionado y la he besado, pero que nadie lo sepa. (…) La Venus de Médici es una diosa bellísima, pero esta que miro y remiro es una mujer bellísima».

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Venus itálica (Canova)

Y de bonus track, nos permitimos esta trangresión temporal. Nos volvemos al Renacimiento, para rescatar la cola del David:

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