Estamos acostumbrados a que cuando aparece un homosexual en escena es motivo de risa. Nuestra lógica hétero nos ha enseñado que ser cola es ser perverso y para ello los medios de comunicación han contribuido con esa postura cada vez que permiten que existan personajes detestables y estúpidos como Tony Esbelt que hacen de la homosexualidad un ridículo y una ofensa.
En la obra Smiley están todos los elementos que configuran el inicio de una relación de pareja. Casualidad, celos, expectativas no cumplidas, esperanza y, por supuesto, la clásica y conocida búsqueda del amor. Todos estos componentes son abordados por dos personajes tan disimiles entre sí que en un principio podríamos asumir que no podrían juntarse, pero durante el curso de la historia van encontrando puntos en común a pesar de sus diferencias y nosotros vamos viendo que cuando dos personas se juntan puede ocurrir hasta la menos previsible de las parejas. Por un lado tenemos a Alex (interpretado por Sergio Ulloa) que representa el bonito, musculoso y medio frívolo. El eros de cualquier pareja.
Por otro lado está Bruno (interpretado por Andrés Olea) que es el opuesto de Alex. Bajo, recatado e intelectual. A estos personajes los junta la casualidad para dar paso a dos historias de vida que se mezclan desde puntos distintos pero que tienen convergencia en ese cliché eterno del romance más sencillo del mundo. Ambas actuaciones son excelentes porque los actores desarrollan con ligereza y elocuencia una pieza teatral que está urdida con diálogos muy entretenidos y además con guiños al público que la vuelven tremendamente dinámica y entretenida.
El guión fue escrito por el español Guillem Clua y está preciosamente adaptado para un Chile del 2014. La dirección es brillante porque logra sintonizar una obra cómica con un tema que, para Chile, aún es complejo ya que, como decía más arriba, en nuestro país el amor homosexual es algo que tendemos a clasificar dentro de cualquier cosa excepto dentro de lo que realmente es. Por ello no deja de sorprenderme el hecho de que Miriam Gonález haya logrado construir tan bien esta obra, dándole todos los elementos que reconocemos en nuestro país y echando mano a una cotidianidad que a los espectadores no se nos vuelve ajena.
Tuve la oportunidad o la casualidad de ver la obra en dos oportunidades. En la segunda la vi con mis dos hijos (6 y 8 años) y lo pasaron bien. Cuando salimos del teatro hablamos de la historia que habíamos presenciado y yo me daba cuenta que en ellos el prejuicio no está por sobre la situación. Les parecían graciosos algunos diálogos, recordaban y repetían algunos de ellos. Hablamos del amor, de lo difícil que es encontrar a alguien para compartir la vida. Hablamos de todas las cosas que uno habla con sus hijos y no hicimos reparos en la condición sexual de los personajes porque, como decía, una historia de amor entre dos personas no es más que eso y ya basta de pensar que hay una regla para definir la forma en que nos vinculamos.
Smiley es una obra que es bueno tener en cartelera precisamente porque no hace una apología a la homosexualidad ni se viste de plumas para tratar de instalar un discurso. Por el contrario, aborda con tremenda naturalidad aquello que todos deberíamos abordar con la misma naturalidad. Además tiene actuaciones impecables y diálogos ágiles, inteligentes, frescos que perfectamente podrían ser interpretadas por dos mujeres o por una pareja hétero, sin que eso cambiara el orden del resultado.
Felicito al teatro El Ladrón de Bicicletas por apostar por obras que tengas contenido y entretención al mismo tiempo y, de paso, me saco el sombrero por la excelente elección que hizo la directora al traernos a Chile esta producción tan necesaria, sobre todo y considerando que hace unos días falleció Wladimir Sepúlveda luego de agonizar tres meses por culpa de que un grupo de imbéciles lo golpearan por ser homosexual, entonces cuando uno vive en una sociedad como la nuestra en la que ni con ejemplos aterradores como el de Wladimir o como el de Daniel Zamudio podemos avanzar en respetarnos y entendernos es que yo me doy cuenta que a través del arte podemos dar un vistazo adentro de una realidad que no tiene nada de distinta; que no tiene nada de rara, porque la vida y la sexualidad es mucho más que la fotografía de la familia que aparece en los libros infantiles o en el folleto del consultorio. Hay diversidad hace rato y eso si que no es nada nuevo.
Últimas funciones: viernes y sábados 22.00 horas
Teatro El Ladrón de Bicicletas / Dardignac 0163 – Providencia / Reservas: 02 777 0536.
General 5.000 Estudiantes y 3 edad: 3.000 pesos