«Pasa dos lucas y entrai». Eso le acaban de decir a un muchacho que pasa un poco antes que yo. Me anteceden tres mujeres que con sus entradas en las manos no tienen problema en pasar. Mi paso por la puerta amerita un diálogo, que comparto y al que nunca me he negado. Ir a escribir en tocatas de casa ocupadas siempre amerita un respeto, un saber que la imagen de caras y rostros siempre es un espacio para que aquellos malditos que se sienten dueños del poder o protegidos por el, lo usen para perseguir, denunciar o allanar. Por eso no tengo problemas en abordar eso y dejar tranquila esa preocupación.
Una vez adentro, ya se escuchan los primeros temas de Matahero, la banda que abre la noche, y que permite ir viendo como se armará la jornada, como se llenará y se vaciará la sala de Caja Fuerte, y como ese espacio entre aquellos que se apegan a la pared y se toman sus tragos, y es espacio para los músicos, se despliegan, saltan, se hacen fuertes en el empujarse, en el darse ánimo para hacer del otro ese rival de segundos que debe ser capaz de soportar tus ganas de moverte y expresar. En un cruce que une todo aquello que era parte de la convocatoria, en todo aquello que une y cruza la noche, ya madrugada, según se quiera ver. Matahero entrega la velocidad y distorsión, aceleramiento y propagan el desorden, todo aquello que nutre al punk, al hardcore y al metal. Una fuerza que no tiene puntos bajos, y donde ellos son los que rompen con la inercia inicial.
Luego, es el turno de Anarkía, de aquellos mismos, o parte de aquellos, que hace algunos lustros desplegaron parte de esa primeras camadas de bandas punk, que en poco elaborados -como tenía que ser- registros en cintas de cassettes desplegaron sus rabias contra un sistema que ya los oprimía y los enjuiciaba, y que hoy con varios años encima, lo vuelven a poner en la línea de frente, lo vuelven a gritar desde una tarima, un pelo más alto que aquellos que se embaten al ritmo de «Odio las modas», «Bototos de milico» y de «Desorden», que fue con la que abrieron la noche. Y así siguen, dando duro a la idea, dando duro a los instrumentos, y permitiendo que la sala se mueva a un sólo ritmo, a un sólo golpe de bajo y de guitarras, y donde la espesura de los asistentes lo agradece, desde cada propia expresión, como los que mueven la cabeza y se saben la letra de «Asesinos» o «Ya no quiero nada».
La noche estira sus horas, y tal como le dijeron a una «señorita sin lentes ópticos» a la entrada, Fiskales tocarían al final, más cerca de las tres de la mañana. Ya son cerca de las dos y Squad asume el protagonismo, y con ese discurso de la vieja escuela, alude a todos esos que superada la barrera de los cuarenta pasean sus calvas o poncheras, enfundados en la estética que siempre los ha nutrido. Repasan su repertorio, logran la misma euforia, engendran la misma sed y encienden la misma expresión, esa que no quiere de límites y que tanto despierta el interés del muchachos más joven, de la seguidora más ebria que arrastra y patea su chaqueta por la sala, y de aquel punk, sentado en el suelo, que se besa con su acompañante, mientras otros saltan entre sus largas extremidades para no pisarlo, y que entre beso y beso, masculla una canción.
Lo de Fiskales es la confirmación de la jornada, es el plus ultra de la noche, es lo mismo elevado por el alcohol, las ganas y el quemar las últimas energías. Salvo algunos problemas con el sonido de la voz de España, un golpe recibido por el mismo al saltar al público, y la vieja historia de hablar de la unidad y que no nos hagamos esto entre nosotros, la jornada sigue por el camino que entrega su música, esa que me hace recordar en un momento que «siento mucho odio, odio, sentimiento de verdad». Al salir, la madrugada no tiene idea de lo que ha ocurrido, de los contrastes que uno ha vivido, y sólo te entrega frío, distancia, suciedad y malos gestos, y en otros casos los elementos para una gripe, o en mi caso hacer de lo que viene un regresar cansado y meditabundo al colchón ese que me espera cada noche.
¿Dónde y cuándo fue?
Caja Fuerte, República con Salvador Sanfuentes
7 de agosto
23 horas
3.000 pesos
Por Jordi Berenguer
Onda Corta
El Ciudadano