Sí, como todo el mundo
Pero, me refiero… con mi diagnóstico ¿Cuánto tiempo me queda?
Nadie lo sabe, sólo puedo decir que pacientes en su misma situación han sobrevivido un tiempo que va entre semanas y algunos meses.
Un silencio que contenía infinidad de palabras se prolongó por un tiempo hasta que logró condensarse en una emoción y esta a su vez se materializó en una lágrima que asomó por el ojo izquierdo del primer paciente de mi larga lista de ese día. Nos conocíamos desde el comienzo, desde cuando le dije lo que tenía y conversamos de las posibilidades y límites que la medicina que yo ejerzo, podía ofrecerle. Tenía una enfermedad agresiva y lo que sospechaba en el transcurso de sus ciclos con diferentes drogas, se convertía en realidad, las terapias no habían funcionado como esperaba, mierda, para que evitar las palabras, estábamos definitivamente frente a un fracaso del tratamiento con quimioterapia.
Me siento raro cuando escucho las palabras “semanas o meses”, me parecen vacías de sentido. El tiempo, maldito tiempo, encerrado en un reloj que se transforma en calendario por nuestras costumbres sociales, no tiene nada que ver con lo que siento por dentro. Cada vez que pasa el tiempo por mi ser y me ha ido transformando en lo que soy, siento que he perdido algo de mi, es como que cada día muero un poco, no sé si logro expresarme Dr. ¿o aun estoy desvariando por los efectos de la quimio en mi cerebro? Es como si se me abriera una puerta, se que me voy a morir, en realidad lo sé desde que estoy vivo, son inseparables esas palabras vida-muerte, deberían ser una sola, algo así como viduerte.
Mientras lo escucho, siento que la academia me abandona, la frase repetida en mis, cada vez más lejanos, años estudiantiles de “tratar pacientes y no enfermedades” suena superficial e insuficiente para abordar ese mundo tras la puerta que ha abierto mi paciente. Pienso en Elizabeth Kubler Ross una médica psiquiatra suiza que en el siglo veinte se dedicó a trabajar con niños y adultos en ese período cercano a la muerte, siendo una pionera en la medicina occidental en estudiar y acompañar a las personas y su entorno en el proceso de morir. Y resuenan en mis neuronas algunos conceptos entregados por ella: “no se salva a nadie sólo con el conocimiento, se requiere cabeza, alma y corazón”, que es lo que me está pidiendo el ser sentado enfrente de mí. También mencionaba “los moribundos ansían sinceridad” y esto sirve para la pronta muerte de mi paciente como para la incierta propia ¿Como enfrentar tu muerte en forma serena si vives engañando al resto? Así que invocando a Elizabeth me animé a comentar: los fármacos recibidos no tienen nada que ver, es visualizar su muerte cercana lo que lo hace profundizar en su vida.
¿En mi viduerte querrá decir Dr.?
Si, Don Juan y una sonrisa alivió la tensión de momento.
Todos tenemos un plazo determinado, la mayoría no sabe con exactitud su fecha de vencimiento, en cambio yo si, esto puede ser mirado como una ventaja, surgió desde mi interior optimista formado en mi tierna infancia en que podía lograrlo todo usando la imaginación pero que luego, todos lo sabemos, va escondiéndose o refugiándose detrás de los árboles del bosque llamado adultez. Mis pensamientos se orientaban hacia una muerte digna o más bien tranquila, pero para lograrlo requería mirar mi vida. No existe el buen morir si no esta asociado al buen vivir, concluí, aunque sólo me faltaba llenar de contenido y de vivencia esos términos, casi nada, me dije desde mi humor irónico formado en la adolescencia, herramienta que me ha sido muy útil para desenmascarar los falsos ídolos revestidos de superioridad. Y ¿Qué me recomienda Dr.? ¿Qué hago en este tiempo? Ud. sabe, la vida puede ser eterna en cinco minutos.
La derivación a la unidad de oncología paliativa estaba lista, pero claramente esa no era la respuesta a su pregunta, tenía que ir a bucear en la profundidad, no era una pregunta fácil ni habitual para la casi permanente superficialidad de nuestra existencia, acostumbrados a vivir en la orilla del mar, nos dan miedo las olas y navegar mar adentro. De alguna poza submarina vino en mi socorro nuevamente la Dra. Kubler Ross y dije o ¿se lo dijo ella? : tiene un tiempo precioso, ojalá todos pudiéramos tener la capacidad de vivir plenamente cada minuto, aprovéchelo y busque en su interior si se arrepiente de algo e intente repararlo. La culpa es el peor compañero en estos momentos. Aunque sin quererlo sonaba como predicador, las palabras salieron de mi boca, pero no lograban condensar lo que había sido mi experiencia como matasanos y traté nuevamente de zambullirme en el agua. Es un tiempo para cerrar sus círculos abiertos, si tiene algún tema afectivo pendiente no lo deje para mañana, busque una coherencia con lo que ha sido su vida hasta el momento y finalmente empiece un desapego con lo material si es que ya no lo ha iniciado por sus creencias filosóficas o religiosas. Y quedé en silencio sin saber si era yo el que había dicho esas palabras.
Aunque actualmente me considero un ateo, no puedo negar que la culpa jugó un rol en mi niñez y adolescencia católica, afortunadamente me pude liberar de esa carga y he podido disfrutar de la vida sin sentir que era un pecado. Pero me queda una culpa existencial que tiene que ver con el ser social, con ser parte de esta inmunda maquina depredadora del medio, incluyendo al ser humano ¿cómo no hemos sido capaces de crear un sistema más justo? ¿Tal vez yo no he aportado lo suficiente para cambiarlo? Dudas y culpa que estoy seguro me acompañarán hasta el último suspiro.
Y el desapego de lo material es un bonito camino, a todos nos visitará el ser de la capucha y la guadaña, aunque tengamos cientos de seguros de vida y sufrir por la falta de lo material no tiene sentido, sin embargo vivir desapegado de los seres queridos es algo que no quiero hacer ¿Cómo lo hará un maestro Zen?
Difíciles preguntas Don Juan, me imagino que intentará buscar las respuestas y comentarlas en la próxima visita.
Las dejo abiertas, como un regalo para Ud. y para quienes tengan el tiempo suficiente para contestarlas.
Nos vemos, dije automáticamente. Aunque ambos sabíamos que sólo era un decir.
Álvaro Pizarro Quevedo
Desde mis vacaciones en la tierra del cacique Peñalolén