Somos gregarios. Más allá de cualquier necesidad íntima por abrazar la soledad o el aislamiento, así mismo portamos una energía que nos seduce cuando nos topamos con alguien que disfruta nuestras mismas rarezas o esas canciones que nos vuelven locas y locos. No hay que ser muy despierto para entender al Festival Woodstaco como un evento que consigue reunir a miles de personas en tres días y que están hermanados por el amor a eso parecido a la libertad, a la convivencia respetuosa con muchos otros y por sobre todo, a la devoción por la música.
Hablar o escribir sobre este Festival -que va en su 11ª edición- resulta un desafío. Son tantas las cosas que suceden en tres días de música y camping, que lograr decidir qué se dice y no es un ejercicio exigente, incluso ingrato. Pero la experiencia Woodstaco se enquista en el espíritu tan honesto que vale la pena urdir un relato con algunas de esas escenas rendidas un fin de semana de verano.
Carpeta #1: La casa
Los últimos seis o siete años de Festival se desarrollaron en un punto profundo del campo del Maule. Cercano a Teno, entre cerros, tierra y un río encantador, Woodstaco se sostuvo por mucho tiempo como un encuentro de música chilena y extranjera capaz de promover la loca idea de que en tiempos de retail, es posible disfrutar del trabajo de creadoras y creadores mirándote a la cara mientras tú te pareces a lo que de verdad eres. Porque si la música te suena mejor con mota, te vuelas; si te gusta más en la lisergia, te tripeas; si te gusta más junto a tu hija chiquita, te ubicas en un espacio cómodo para cabecear feliz; si tienes ganas de conversar una pilsen con tu amigo mientras suena de fondo una banda que quieres, te sientas y bates la lengua tranquilo. Así es Woodstaco, pero esta vez el enclave se corrió más al sur, disponiendo del Camping Trapiche de Parral como espacio y siendo sincero, creo que este nuevo lugar terminó siendo más amable que el anterior. Aquí las razones:
– Río Perquilauquén: Generoso, con más orillas y más caudal para refrescarnos y capear el sol, este río se lució como parte fundamental de la casa nueva.
– Planicie: Quienes conocimos el rincón de La Montaña de Teno, sabemos que Blesstaco y Rock eran escenarios a los que había que bajar y caminar caleta, pero que al regreso resultaban agotadores. En esta edición, el paño dispuesto para todos los escenarios carecía de pendientes por lo que felices nos ahorrábamos una dificultad.
– Nuevas audiencias: Desplazarse trae costos y ganancias. Mover el Festival un par de regiones más al sur desarmó la costumbre y quizá resintió la ausencia de algun@s asistentes. Sin embargo, abrió la puerta a que personas de ciudades del Centro-Sur y más pa allá, accedieran a esta experiencia -me pillé el sábado en la tarde con el Franco, un amigo puertomontino que por primera vez asistía a Woodstaco y su melón con vino más su cara llena de risa, fueron la defensa de esta decisión-.
– Eso de la conectividad: Aun cuando Trapiche está más lejos de la capital y resulta más dificultoso en su acceso, este enclave permitía agarrar señal pa los teléfonos, hecho que cuando andas mitad disfrute-mitad pega, se agradece muchísimo.
– Bendita sombra: En Woodstaco 2018 instalé mi carpa cerca del Escenario Enjambre y como llegué bien oscuro ese primer día, mi decisión por quedar en esa explanada sin ningún árbol cercano me hizo presa perfecta para el carajo sol mañanero.
Este 2019 igual llegué de noche, pero ahora sin mucho esfuerzo conseguí un espacio con árboles, cercano al río y a los escenarios Nexo y Laguna Mental. Fabuloso.
Sé que hay voces que pueden no creer suficientes estas razones y declararse viud@s de la casa maulina de los años anteriores, pero insisto en que a la hora de estimar los pros y contras de esta mudanza, creo que el Festival termina ganando y abriendo instancias a nuevas experiencias.
Carpeta #2: La música
Esta variable es la más incómoda de abordar, porque decidir el periplo de bandas que quieres ver -o pena de perderte otras tantas que también quieres ver- es una hueá que deja un sabor ingrato y sobre todo, una secreta sensación de culpa por perdértela.
Dicho lo anterior, esta parte la propongo como un relato sujeto a tantas variables como la sorpresa, el fanatismo, el respeto y sobre todo, la experiencia vital e íntima de pasearse entre noches y días llenos de pares y estímulos.
Carpa armada, lata en mano, lo primero fue Desintoxicados. Estos clásicos trasandinos corrían blindados con una fanaticada local provista de banderas, una bengala y coros a todo pulmón. Menciones a Piti y frecuentes mensajes de agradecimiento por la posibilidad de tocar en ese punto a la chucha, fueron postal indiscutible de que este año sería tan bacán como los otros. Un cover de AC/DC, solos filúos y la defensa por el rock de viejo cuño, confirmaban todas las horas de viaje.
Knei, trío argentino que había visitado el Festival en más de una ocasión pero que los veía por primera vez. ¡Tremendos! Encanta ver el arrojo de tres cabros sólidos -y hasta arrogantes, quizás- con un sonido que defiende la cantera del rock puro. Telecaster, fuzz, chaqueta pelúa, Knei sacaba y sacaba canciones de factura increíble en donde parecían recordarnos a los postcuarenta que el rock goza de buena salud y a los más cabros, proponerles un sonido clásico encantador y capaz de lucir entre tanta oferta de corto aliento.
De regreso del cónclave Rock, en el Escenario Nexo los maestros de ceremonia eran Alásido. Hacía frío de campo y río y el luminoso escenario era un buen correlato para los trazos sicodélicos en la música de estos cabros. Creo que era ‘El corredor’ la que sonaba sólida entre quiebres rítmicos, una trompeta vistosa en ese formato, teclados de vieja guardia y galopes de batería que terminaban rendidos en bellos letargos. Alásido es dato fijo para que suene en una de esas noches de weed y abrazos.
Soy lotino, educado entre los pastos de la Facultad de Lenguas y los de Educación de la U de Conce, así que ver a orillas del Perquilauquén a La Julia Smith fue un roce con la cuna. Son muchos los movimientos de esta banda los que consiguen desarmar cualquier intención de confinarlos a una pura lógica estilística: enroques de instrumentos, secuencias pegadas mientras el sol pica fuerte y los coliguachos nos recuerdan que somos visitas, solos-dance-melodías sucediendo sin miramientos porque así es la hueá y porque es rico cuando la música delira y deriva nomás. Estoy seguro que lo presentado por los muchachos la tarde del sábado fue una de las mejores performance de este Festival.
Nos quedamos con la Cata en Laguna Mental mientras se preparaban Parresía. Una vez iniciada su presentación pensaba en la siguiente obviedad pero que igual la comparto: no hay sensación más placentera que escuchar a un grupo en un espacio la raja, instalado cómodamente -con sombra, una ubicación perfecta para ver a quienes tocan, sentado sobre una mantita, fumado con lo preciso más una lata de cerveza helada- y consciente de tu fortuna por estar justo ahí. Llegué a Santiago a googlearlos y pasó que Parresia según la retórica clásica significa una manera de hablar francamente, sin dobleces, igualito a como suena su trabajo: música en clave jazzy + otras lenguas, virtuosa en su ejecución y sobre todo, desprejuiciada en sus intenciones de desplazarse por otros lugares con el claro objetivo de que la audiencia se sienta fabulosa, feliz. ‘Entre planetas y cunetas’, su disco del año pasado, imperdible.
Hay un recuerdo de mis tiempos universitarios que no logro definir bien en qué año sucedió, (quizás ‘98 o ‘99). Estadio Collao, a mi lado el Zalo -de linaje metalero- más un piño de amigas y amigos mientras Sol y Lluvia era pura fiesta. El Zalo era un ultrón a la hora de discursear sobre la grandeza del metal y la prescindencia de muchos otros sonidos, sin embargo, en esas mismas peroratas siempre se permitía hacer un pequeño paréntesis para hablar del grupo de los hermanos Labra: “La única banda jipi que puede amar un metalero es Sol y Lluvia”. Ahora mi amigo escucha Depeche Mode, Chorizo Salvaje, Matanza y Entombed, pero me encanta recordarlo hace veinte años cabeceando y bailando ‘El Emperador’ con su polera del Mad Butcher de Destruction. Después de veinte años, Sol y Lluvia en un punto perdido de Parral seguía dejando la mansa cagá en el Escenario Rock con todas y todos los presentes, con todas nuestras edades, con toda esa polvareda, con nuestros vasos servidos y nuestros humos. Ver a Sol y Lluvia esa tarde era confirmar un poco que todas esas canciones de carnaval y resistencia al dictador con su oscuridad milica, envejecen perfectas resistiendo a la desigualdad, a la prepotencia de los poderosos y a pensar la vida como una carrera de éxitos.
La Cata nunca había visto a La Floripondio en vivo. Cachaba poco de ellos salvo algunas historias que los orbitan más un par de singles que sonaron en la radio. Lo que es yo, son muchos años que los sigo y quiero. Conseguí en cd ‘La manda del ladrón de Melipilla’ el ‘97 y desde ahí que los he visto muchas muchas veces. Esta tarde de Woodstaco mientras sonaba ‘El ska del Lolo Mario’ y hacía algunas fotos en el foso, caché clarito en el pogo a un par de cabras coléricas hueveando entre codazos y carcajadas: eran la Cata y su amiga Javi levantando polvo felices. Volví a la mantita huacha que teníamos instalada a metros de la masa vacilona y disfruté tranquilo lo que restaba de show. No recuerdo bien con qué canción cerraron su presentación pero sí tengo patente las caras de felicidad con que volvieron las chicas. Empolvada la Catalina gritó “¡Conchatumadre! Estos locos son la mejor hueá que he disfrutado en caleta de tiempo”. Así suenan siempre los de Villa Alemana.
Corrimos a La Macha Permua Trío y llegamos bastante bien. Hace algunos meses comenté su disco Choclo y desde ese entonces que encantado sigo sus movimientos. Aplaudo sus videos, comento sus live stream de Facebook mientras queman algo o ensayan o ambas, busqué afanoso en mis cajas diógenes un viejo cd pirateado marca kodak del The Ascension de Glenn Branca, puse su disco en algún disipado malón con mis amigos. La Macha en vivo cumple perfecto con tus expectativas después de oír su registros en estudio. Agrios, críticos, con la encantadora tecla de lo mordaz que incomoda y seduce, este grupo mostró en Nexo su sacudón ruidístico y profundamente lúcido.
La triada Insultanes – Newen Afrobeat – Francisco El Hombre estuvo fabulosa. Cada parte de este conjunto aportó con su propia particularidad a un eje común: el carnaval vibrante y vistoso. Cada lado en este triángulo propone una fuerza que resume una muestra perfecta de cómo Latinoamérica es una plaza de creadores/as inquietos, lúcidos, capaces de cruzar con performáticas impecables una interpelación a esa parte del mundo castigada por el poder recordándoles que ellos son la resistencia, que son los responsables de construir su propia realidad. El cartel de Enjambre iluminaba perfecto a todo ese público rendido a la fiesta que estas tres bandas nos regalaban esa noche.
Qué bandaza que es Crisálida, pensé mientras me instalaba adelante en el escenario Nexo para hacerle algunas fotos. Recuerdo la vez que tocaron en la última Cumbre en el Club Hípico. Sin sombras, sin chelas, a pleno sol y ataviados de poleras negras, los que decidimos estar ahí fuimos testigos de una presentación descollante – estaba Arlette Jecquier cantando Atacama-. Esta vez con la noche boscosa como escenario y la cercanía con Cynthia -confirmándola como una de las frontwoman más sólidas de nuestra escena musical-, Crisálida ofreció un show potente, sentido, con un lleno absoluto y dando cuenta de porqué son parte de las bandas protagonistas del alabado documental “Songs of Injustice: Heavy Metal Music in Latin America”. De las presentaciones más entrañables del fin de semana.
Junio de 2006 y el Teatro Teletón fue el lugar escogido para un concierto de antología. Hace casi 13 años Divididos tocaba en el teatro de -por ese entonces- Rosas. Y pasó que un power trío local vestido de escolares abrió aquella jornada -bien vale recordar que ese año la revolución estudiantil nos daba cátedra al resto de la ciudadanía-. Triciclo empezaba la fiesta, los sucedía el reencuentro de Mandrácula con una formación increíble -Rojas-Rojas-Pérez-Silva- y la aplanadora absoluta estrenando al joven batero de golpe demoledor. Enero de 2019 y el Escenario Nexo coronaba su tres días de música con esos no tan cabros que prepararon la cancha para Mollo, Arnedo y Ciavarella hace 13 años atrás. Triciclo es una banda gigante, de esas que enamoran sin faramallas, a la vieja usanza. Nexo era puro calor, los espacios con sombra eran solo 3 y aún así la gente que volvía de otros escenarios y se topaba con esta performance, terminaba arrimándose a cualquier pedacito de sombra convencida de que el esfuerzo valía la pena. Claudio, Marcelo y Erick -en reemplazo de Ricardo-, nos recuerdan con sus años de oficio y sus buenas canciones, toda nuestra falta de querer para con nuestros trabajadores de la cultura. ‘Disco’ era el último encore de ese show y para quienes estuvimos ahí, ni el sudor ni el calor nos quitaron las ganas de bailar.
Carpeta #3: El Síndrome
Creo que no conozco a nadie que una vez conocido este Festival no haya regresado posteriormente. Lo que se comenta acerca de él, los registros fotográficos, los recuerdos de las bandas y asistentes, la idea de combinar naturaleza y música, son parte de las razones que acompañan la decisión de seguir asistiendo a estos tres días llenos de mística convivencia.
Hay quienes hablan del síndrome post Woodstaco: una especie de duelo tras estos tres días y que se expresa en una sensación de vacío, una especie de resaca emocional después un fin de semana de tantas canciones. Y estoy seguro que ahora también padecí la saudade de este nuevo hogar cerquita de Parral.