Nueva España fue una sociedad hecha para durar, no para cambiar. Su ideal era la estabilidad y la permanencia. Fue construida a imagen del orden divino, por tanto, estaba cerrada al cambio y al futuro
Octavio Paz
Durante la etapa barroca en la Nueva España, la ciudad de México, ante los ojos de sus visitantes, pudo considerarse como una plataforma de tierra apisonada sobre la cual se erigían más palacios que en cualquier otra provincia hispánica. «La belleza de sus edificios, con sus fastuosos interiores en cuyas paredes florecían jardines dorados y una infinidad de ángeles, ostentaban la riqueza material que cubría el vacío espiritual de la sociedad de aquellos días» (1).
La expresión pictórica y artística en general constituye una mirada a la diversidad de la cultura mexicana, basada en el arte español e indígena, el trabajo (estratificado) de españoles, criollos, indios y mestizos transformó la madera, la piedra y el lienzo durante 300 años.
El Barroco representó la realidad de la época, incluyendo las costumbres e incluso las actividades más sencillas. En México, como en cada país donde se desarrolló esta tendencia, el arte tuvo una serie de variantes artísticas basadas en el entorno ideológico, histórico y sociopolítico.
Existen dos vertientes teóricas acerca de esta corriente estética. Unos afirman que el comportamiento de los pintores se vio regido por las recomendaciones hechas en el Concilio de Trento, de acuerdo con el cual se utilizaría la plástica como un medio para «ilustrar a los fieles y mover el espíritu hacia el sentimiento católico». Las imágenes deberían tener una interpretación realista para que sirviesen «perfectamente como estímulo a los creyentes» (2). Lo anterior sustentado por autores como Dejob, Reymond, Weisbach y Mâle, quienes consideran al Concilio de Trento como elemento capital en la pintura de la época (3).
Para otros, más o menos cercanos a Wölfflin, fue prácticamente inexistente, por lo cual se considera al Barroco como resultado de la evolución de las ideas estéticas, las cuales influencian al artista, pero no le coartan la libertad de expresión de ningún modo (4).
Sea como fuera, lo cierto es que los pintores barrocos buscan efectos plásticos impresionantes, los contrastes del claroscuro se acentúan, las salientes se alargan, los huecos se rehunden para crear una ilusión óptica que rompe con la planicie del lienzo. La línea curva domina, evitando las formas geométricas y definidas del Renacimiento, es decir, se adopta una clara tendencia hacia lo emocional, lo sensual de las curvas, dejando un poco de lado lo racional. El movimiento lo invade todo, y en lo que se refiere a pintura religiosa, se quiere hacer de cada iglesia un trozo de paraíso (5).
En México, que para la época barroca todavía era la Nueva España, los rasgos sociopolíticos que influyeron en el arte pictórico eran muy peculiares, porque existía una dura división de las clases dominantes blancas, es decir, entre los españoles nacidos en la península Ibérica y sus descendientes americanos.
Los españoles europeos recibieron el apodo despectivo de «gachupines». Y estos deliberadamente excluían a los criollos de los puestos más altos y mejor remunerados del gobierno virreinal y de la iglesia. Lo interesante es que la mayoría de los pintores barrocos destacados en la Nueva España fueron criollos, tal vez porque este era un oficio permitido para su clase y categorizado como de «segunda». En ellos es evidente la pasión, el dinamismo y la grandeza, quizás en aras de mostrar que su capacidad podría igualarse a la de los maestros europeos.
Cada artista tuvo una forma de expresión característica. Hubo tantos estilos como pintores y tantos motivos como órdenes religiosas, quienes fueron también las principales impulsoras del arte en el nuevo continente.
No hay mejor museo o galería de arte virreinal en México que los propios conventos e iglesias que conservan las pinturas, las biografías de sus santos fundadores o de los personajes divinos de la historia sagrada. El óleo sobre lienzo fue la técnica preponderante en la época barroca que satisfizo el gusto novohispano. No solo los conventos, también los colegios y los hospitales albergaban obras extraordinarias, desafortunadamente muchas de ellas, con el tiempo, se han ido deteriorando o dispersando (6).
La pintura barroca en la Nueva España fue una mezcla de influencias e ideas estéticas. Sin embargo, a pesar de esa ambigüedad de estilo, el Barroco mexicano logra su grandeza precisamente en esa singularidad dada por el sentimiento y pensamiento no solo de quien sostenía el pincel, sino de toda una sociedad nueva y cambiante luchando por una identidad propia.
1. Irving A.Leonard, La época barroca en el México colonial, Fondo de Cultura Económica, México, 1974, pp. 110- 121.
2. José Luis Morales y Marín, Historia Universal del Arte, tomo 7, La pintura barroca, Editorial Espasa Calpe, Madrid, 2000, p.3.
3. Pierre Francastel, La realidad figurativa, el objeto figurativo y su testimonio en la historia, Barcelona, 1988, p. 476.
4. Ibídem.
5. Rafael Carrillo Azpeitia, Op. Cit. p. 47.
6. Elisa, Vargas Lugo, Historia, Leyenda y Tradición de una serie franciscana, UNAM, México, s.f., p. 59.