Nació con el siglo XX, el 21 de agosto de 1900 en la Ciudad de México. Y fue desde niña, participante y también protagonista de grandes acontecimientos en México. Su padre, un arquitecto graduado en París, fue el realizador de una de las figuras emblemáticas de nuestro país, el Ángel de la Independencia. Y ella, Antonieta Rivas Mercado, participó, siendo una niña en los preparativos para que el ángel engalanara la avenida Paseo de la Reforma, ya que cuando tenía 9 años, viajaba con su padre y su hermana a Francia para recoger el material del que estaría hecho el ángel. Pasan las dos hermanas un año en Francia, aprendiendo el idioma y por supuesto, comienza a conocer a grandes artistas e intelectuales con los que su padre convive en México y en el extranjero cuando viajaba. Su hermana Alicia en su diario, recuerda: “en casa también tratábamos a personas muy interesantes pues papá por muchos años fue el director de la Academia de San Carlos, donde estudiaban arquitectos, pintores y escultores. Todos los arquitectos, pintores y escultores extranjeros que venían a México iban a ver a papá y este los invitaba a casa”.
De niña no asistía a la escuela, ella y sus hermanos, recibieron la educación en su casa a través de institutrices. Cuando Antonieta cumplió 13 años, sus padres se separaron y esta situación la obliga a encargarse de muchas de las actividades que hacía su madre. Tan pequeña, tiene muchas responsabilidades, además del estudio y las clases de danza.
Se casa Antonieta muy joven, a los 18 años con un ingeniero estadounidense, Albert Blair, era su nombre. De esa unión nace Donald Antonio, su único hijo. Pocos años después se separa de su esposo y comienza una pelea legal por la patria potestad del niño y que desgastará emocionalmente a Antonieta. Ella viaja con su hijo de 5 años y su padre a Europa. Viaje que dura 2 años, viviendo en Francia e Italia. Cuando regresa de su viaje, tiene que entregar a su exesposo a su hijo y seguir con la batalla legal. El golpe más fuerte para ella es la muerte de su padre, que siempre fue su mayor apoyo en los momentos más aciagos. Ese mismo año, 1927, comienza una relación con dos grandes escritores, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, quienes fueron parte del grupo Contemporáneos y que dirigían la revista Ulises, en la que Antonieta comienza a escribir.
Su postura es claramente feminista y en sus colaboraciones, lo hace patente. Su colaboración para un suplemento sobre la mujer mexicana contiene su postura.
“Las mujeres mexicanas, en su relación con los hombres, son esclavas. Casi siempre consideradas como cosa y, lo que es peor, aceptando ellas serlo. Sin vida propia, dependiendo del hombre, le siguen en la vida, no como compañeras, sino sujetas a su voluntad y vendidas a su capricho”.
Antonieta Rivas Mercado
El conocer a los contemporáneos, algunas de las mentes más brillantes del siglo XX, llena a Rivas Mercado de una gran energía. Se convierte en mecenas y de esta manera es inaugurado el teatro de Ulises, cuyo objetivo principal es dar a conocer el teatro moderno que, en su viaje a Europa, conoce ella.
La actividad es febril en los tres meses que dura el proyecto, en 1928. Todos hacen todo y en la calle mesones número 42, comienza la función. Salvador Novo, habló sobre esa iniciación, así: “Fundamos el teatro de Ulises en que traducíamos y actuábamos las obras más desconocidas, nuevas y audaces de la época: O´Neill, Cocteau, Lenormand. Yeats” Y Antonieta, que, como un remolino, arrasaba con muchas de las tareas para hacer realidad el proyecto. Traducía, cosía, actuaba y, además, financiaba el teatro. Y es que para ella era una tarea primordial llevar a cabo su objetivo. Pero no solo fue el teatro, Antonieta financia tres libros que se llamaron las ediciones de Ulises: Dama de corazones, escrito por Xavier Villaurrutia, Los hombres que dispersó la danza de Andrés Henestrosa y de Gilberto Owen, novela como nube. Es también en este año, que conoce a quien, dicen sus biógrafos es el amor más importante Rivas Mercado, el pintor Manuel Rodríguez Lozano, un hombre que fue el ideal de algunas mujeres como Nahuí Ollin, con quien se casó. Antonieta se enamora locamente del pintor que corresponde con una amistad más bien fría. Ella le escribe apasionadas cartas de amor y sufre indeciblemente por el rechazo de Rodríguez Lozano, que, según la historia, era homosexual y tuvo un gran amor de nombre Ángel.
Para el siguiente año, 1929, conoce a otro hombre con quien la uniría la política y el amor. Conoce a José Vasconcelos, gran intelectual y quien aspiraba a ocupar la presidencia de la república. Su vida fue así de gran pasión y entrega por todo en lo que creía. Así, se une a la campaña de Vasconcelos y participa en actos políticos, organiza reuniones, en fin, se convierte en el centro de la campaña de Vasconcelos, pero en plena campaña se va a Estados Unidos, con un plan de trabajo intenso. Allá comienza a escribir, se reúne con intelectuales mexicanos, y sigue con grandes ideas para dar a conocer la cultura mexicana y regresar para llevar a cabo sus planes.
Su salud no fue estable y tanta pasión que ponía en sus ideales, y sus amores frustrados, hacen que la depresión y la tristeza invadan su cuerpo y su corazón. Y su corazón es el que la lleva a decidir actos que le causarán grandes problemas. Antonieta sale del país con su hijo y llega a París, con la ayuda de amigos. Sus bienes son confiscados por lo que se considera un secuestro. Atormentada y enferma, sigue viendo a Vasconcelos, quien viaja a París. Su ánimo no mejora, aun con la presencia de él. Y el 11 de febrero de 1931, después de escribir una carta al cónsul de México en París, para que mande a su hijo de regreso a México, entra al templo de Notre Dame y se suicida, disparándose directamente al corazón.
José Vasconcelos al enterarse, murmura: “Hay almas que ponen condiciones al destino”.
La escritora, mecenas, feminista e intelectual, termina con una vida de pasión y amor que rompió su corazón.