Por Cristian Aravena
Fuimos al estreno de Yeguas sueltas, una obra necesaria sobre la mítica manifestación llevada a cabo el 22 de abril de 1973 en la Plaza de Armas de Santiago. Sus protagonistas son las primeras travestis proletarias (de las que tenemos archivo) que alzaron la voz contra la represión de los aparatos del Estado a las disidencias sexo-genéricas.
A través de una aguda investigación realizada a través de testimonios de sobrevivientes, archivos de prensa, imaginarios visuales, musicales y audiovisuales, la obra nos lleva a los convulsos tiempos que se vivieron en el último periodo de la Unidad Popular, pero centrada en un grupo de travestis trabajadoras sexuales.
Una de las palabras que más se nos cruzó frente a la obra fue “reparación” a la comunidad trans y travesti que en una primera instancia pasa por saber qué ha sucedido con nuestras compañeras perseguidas, muertas, con sus cuerpos y con sus historias; esto último me interesa de sobre manera.
La dictadura cívico militar de Pinochet torturó, encarceló, asesinó y despareció a varias de nuestras compas. Pero ya sabíamos de aquello, Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931) nos metió en campos de concentración y luego, adormiladas nos tiró al mar con tacos de cemento, pa que la mariconería no saliera a flote. Y una loca fuerte lo llevó a las tablas: La Huida, última obra de Andrés Pérez, daba cuenta de aquello.
Yeguas sueltas se nos presenta como un flujo de imágenes que palpitan entre pasado y presente, entre las voces de quienes sobrevivieron y sobreviven a varias tragedias de nuestra historia reciente.
En la obra hay una acción represiva que condensa varios tiempos en uno. Uno de los mecanismos de aleccionamiento y tortura que se ejerció sobre las “Yeguas sueltas” (El Clarín, 1973) era cortarles el cabello a machetazos. Distintos aparatos de represión (Familia, policía, militares, etc.) marcaban a la loca que erraba el camino del mandato patriarcal.
Este gesto atraviesa los tiempos y podemos, dolorosamente, seguir reconociéndolo hace 50 o 10 años, hace un mes o ayer, en la violencia ejercida hacia los cuerpos de las disidencias sexuales.
Como contrapelo a esta acción represiva aparece La Mamita, personaje femenino omnipresente que se muestra como esa figura sorora que ha acompañado la historia del taconear errante de las disidencias. Por una parte, representa esa capacidad de cobijar a quienes huyeron de sus hogares o espacios de vivienda; y por otra, muestra esa fiera defensa que es una toma de posición hacia quienes vuelan con una alita rota.
Con esta figura y con la hermandad que se construye entre quienes protagonizan la obra, nos confrontamos con esa capacidad de construir otro tipo de lazos afectivos, nidos que no guardan relación con la sangre, sí con la violencia. Frente al derrumbe de la casa, a la caída del “hogar”, aparece una Mamita, una compa-hermana, fonola y cartón, que es la construcción de un techo de relaciones autónomas de otro tipo de parentela, digamos una not familia.
Las audiovisuales también operan en la obra como un relato que potencia y amplifica momentos históricos, tanto así que en ciertas escenas pareciera que estamos dentro de una persecución, de esas que mujeres y cuerpos feminizables sufren constantemente.
Los diversos aparatos sensibles puestos en juego en Yeguas Sueltas hacen que sea un ejercicio complejo y sensible, ya que el relato opera “una mecánica de fluidos, un derrame y un desborde”(*) entre las actuaciones, la música, el diseño, la sonoridad y las visuales.
El elenco es también un gesto de militancia. Las historias son interpretadas por personas que desde varias trincheras encarnan el accionar político de diversas formas de acuerpar las disputas por las sexualidades y los deseos en esta sociedad cada vez más estrecha.
Y como si no fuera suficiente el emotivo recorrido por la historia de los perseguidos, al salir de la sala nos encontramos con una exposición de referentes bibliográficos, gráficos y de huellas de protestas de las disidencias sexuales contemporáneas.
Es un ejercicio profundamente necesario para saber desde donde estamos viendo este presente tan cercano al fascismo. Es como si en el imaginario de una proto primera internacional se hubiera bordado una mariposa encandilante al medio de una bandera rojinegra. Es la imagen palpitante de una de las escenas que me revolotea en múltiples sentidos.
Toda la puesta en escena opera como crítica e inflexión frente a este junio “pride” de marcas multinacionales que coquetea tanto con el neoliberalismo. La invitación es a “volver a descontrolar este orden vertical, patriarcal, heterosexual y macho… pero con ciña histórica, con el olor del humo que heredamos como nietas de las brujas que no pudieron quemar con la pestaña chamuscada de las maricas que no ardieron del todo”(**).
YEGUAS SUELTAS es una puesta en escena de la compañía Teatro Sur, escrita y dirigida por Ernes Orellana G, protagonizada por por Lorenza Quezada, Sebastián Ayala, Ymar Fuentes, Mala Reyes y Bruna Ramírez.
La escenografía y vestuario están a cargo de Jorge Zambrano; iluminación es de Catalina Devia; audiovisual de Wincy Oyarce. El universo sonoro es de Marcello Martínez. La producción general y asistencia de dirección es de Macarena Guzmán R. y la prensa de Francisca Palma.
Funciones en Matucana 100, Teatro Principal
Hasta el domingo 9 de julio de 2023
Jueves a sábado – 20:30 hrs.
Domingo – 19:30 hrs.
Entrada General: $5.000
Jueves popular: $3.000
Estudiantes y 3ra edad: $3.000
Duración: 90 minutos
Entradas y más información en www.m100.cl/programacion/teatro/yeguas-sueltas/
NOTAS
(*) Patrimonio sexual. Cristeva Cabello, 2017.
(**) Brujería y contracultura gay. Arthur Evans, 2017.
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