Acoso callejero contra mujeres: Crónica de un abuso naturalizado

Constantemente las mujeres deben soportar el hostigamiento de algunos hombres. Este es un relato sobre cómo nuestra sociedad calla ante estos actos violentos y se hace cómplice del sufrimiento de muchas.

Acoso callejero contra mujeres: Crónica de un abuso naturalizado

Autor: Vasti Abarca

Hace una semana esperaba micro en un paradero. Estaba sentada, sola. A mi espalda sentía los pasos de algunas personas en el estacionamiento de un supermercado. Sin darme cuenta, apareció un hombre por detrás y me dijo con mucha tranquilidad: «Entrégame tu cartera, weona». Él no tenía miedo, y estaba seguro de que yo le iba a entregar mis cosas.

Pero no lo hice y me comenzó a golpear.

Foto: El Periódico

Foto: El Periódico

Las personas del estacionamiento se quedaron expectantes. Me miraban mientras era agredida. Cuando escucharon mis gritos pidiendo ayuda, y el ladrón escapó, se acercaron y me dijeron algo que fue como un nuevo golpe.

–No quisimos intervenir porque pensamos que era tu pololo.

Quedé tristemente sorprendida. La violencia física y psicológica no se puede justificar en ninguna circunstancia. ¿Era menos grave que me agrediera mi pareja? El silencio de quienes presencian agresiones hacia la mujer en la vía pública provoca que esos hombres consideren la violencia como un recurso válido.

«Con estos actos esos hombres tratan de demostrarle a las mujeres que ese espacio no les pertenece y que es de ellos, lo que provoca un temor tremendo. Porque te hace sentir que tú eres culpable y la que provocó la situación», explica Silvana del Valle, abogada de la Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres.

Tomarse la justicia

En los últimos meses, y desde un tiempo considerable a esta parte, se han conocido varios casos en que la justicia ha sido ejecutada por los mismos ciudadanos. Estos, al ver un hecho injusto, no se toman el tiempo siquiera de preguntarle a la víctima qué pasó y actúan rápidamente.

Pensé en eso cuando me encontraba contra una reja, recibiendo los golpes de un acosador impune. ¿Por qué nadie reaccionó y me defendió?

La respuesta parece ser que este tipo de violencia está naturalizada en nuestras vidas. No llama la atención ni produce rechazo. No provoca que los testigos quieran hacer algo al respecto, porque en una cultura machista es normal que la mujer sea violentada.

Con frecuencia la mayoría de las mujeres sienten miedo en la calle. Son muy pocas las que saben defenderse a sí mismas, pues desde niñas las han acostumbrado a ser las princesas que necesitan ser rescatadas.

Pero nadie las rescata.

«La cultura machista en la que nos encontramos naturaliza este tipo de abusos, le otorga a los hombres el derecho de acosar a mujeres en la calle y de sentir que la realidad es así y que si reclamas eres una exagerada», sostiene la abogada.

Foto: Revista Ideele

Foto: Revista Ideele

El miedo crecía en mí, mientras que el ladrón, encima de mi cuerpo, no dejaba de lanzarme combos y manotazos. La empatía nunca apareció. 

«Cuando uno reclama por el acoso y la indiferencia, lo más suave que te dicen es feminazi. Piensan erróneamente que es un halago el que una persona desconocida y sin tu consentimiento opine públicamente sobre tu cuerpo y sobre tu ropa», dice Del Valle.

Vivir el miedo

No exagero cuando digo que tengo miedo. Es lo que me hacen sentir los hombres con su silencio violento. El acoso no solo se vive en la calle, también ocurre en la universidad, en el trabajo, en la casa y en muchas otras partes.

Hace unos días caminaba por Recoleta, alerta y callada, cuando pasé por enfrente de una calle en la que había más de 10 trabajadores sentados en la cuneta. Con la mirada siempre hacia delante, me banqué gritos de todo tipo, que eran acompañados por carcajadas: «Puta que estai rica», «te haría de todo»,  «¿por qué anda sola una cosita tan linda?», soltaron los sujetos, entre otros piropos que no quiero recordar.

A eso se sumó un tipo que iba en su bicicleta lentamente detrás mío, al que le gritaban: «Puta que estai triste, tenís la media vista weón». Y como si eso no fuera suficiente, dos hombres que caminaban delante mío, al ver que los otros me acosaban, se dieron vuelta para continuar con más opiniones sobre mi pinta.

970427_1459441054267940_1528976674_nMe sentí absoluta y totalmente un objeto. Tuve muchas ganas de responderles, de gritarles ofensas peores de las que ellos me decían sintiéndose en todo su derecho. Pero temí; me podrían haber violado o matado. Al final seguí mi camino con vergüenza e inseguridad.

«Se meten en tu identidad como persona, como si fuera un derecho que ellos tienen, y lamentablemente la sociedad lo naturaliza porque vivimos en una cultura machista, donde se supone que es normal, y muchas mujeres lo consideran casi que bonito y parte del folclor», afirma Del Valle.

Aceptar, solo aceptar

La sociedad ha establecido los límites en los que se debe mover una mujer. Muchas de ellas han asumido la imposición de aceptar todo tipo de comentarios en las calles. Simple: ser parte del paisaje.

Luego del ataque pasé varios días encerrada en mi casa. Sentí miedo y cuestioné mi forma de reaccionar. No sabía en realidad cómo defenderme, y pensaba que había tenido suerte de que el ladrón no estuviera armado.

Busqué ayuda, no quise quedarme solo en cuestionamientos. Había escuchado que hay organizaciones que imparten talleres de defensa personal para las mujeres.

Carlos Iturra es parte del porcentaje de hombres que logran empatizar con el miedo que sienten las mujeres. Es tercer Dan y maestro de Tang Soo Do, un arte marcial de origen coreano. Este martes realizó un taller de defensa personal para las mujeres que quieren aprender a protegerse, en la comuna de Pedro Aguirre Cerda.

«Cuesta un poco cambiarle la mentalidad a las mujeres que vienen con la intención de aprender, porque llegan con la idea de que son débiles, de que ellas no van a poder. Pero nosotros adaptamos la defensa personal para que la pueda practicar cualquier persona», explica Iturra.

Y agrega: «La mujer tiene mucho más miedo que el hombre. Ellas tienden a pensar en todo lo malo les pueda ocurrir, pero no ven la opción de que pueden salir bien de la situación, tienden a pensar que les van a pegar y se paralizan con el miedo que les da».

«Este miedo responde a la sociedad machista en la que estamos, se tiende a ver a la mujer como más débil que el hombre, se les inculca eso desde que son pequeñas. Pero la mujer tiene la misma capacidad para defenderse que el hombre, porque no es un tema de fuerza sino de astucia», concluye el instructor.

Una problemática silenciada

Hace unos años estaba con una amiga  cuando un borracho en bicicleta nos empezó a tirar besos y a gritarnos piropos. No me aguanté y le respondí que se callara. El tipo inmediatamente subió su bicicleta a la vereda y trató de agredirnos a las dos. Tuvimos que correr.

Foto: Cavila

Foto: Cavila

No se me pasó por la mente denunciarlo a Carabineros. Tenía claro que el acoso sexual no estaba tipificado como un delito. Tampoco ahora.

A pesar de los años que han pasado, la legislación al respecto continúa donde mismo.

En Chile aún no hay una ley que condene el acoso sexual callejero. Existen dos proyectos pero están estancados. De todas formas, y en caso de aprobarse, el problema seguiría siendo catalogado como un hecho aislado en la vida de las mujeres, cuando en realidad es un fenómeno que las violenta todos los días.

El acoso verbal se agrava en el momento en que pasa a ser un ataque físico, y la violencia puede seguir escalando hasta llegar a un femicidio. En nuestro país, además de faltar una ley que establezca el acoso como delito, tampoco hay una regulación específica y rotunda para el femicidio, por lo que los agresores que cometen crímenes de violencia de género son juzgados por la Ley de Violencia Intrafamiliar, siempre que haya un vínculo sentimental con la víctima. Cuando no se cumple este requisito solo se juzgan como un delito común.

La discusión acerca de la violencia de género aún está silenciada. Una gran mayoría no logra salir un minuto de su individualismo y empatizar con otras personas. Las mujeres son llamadas histéricas cuando reclaman por sus derechos reproductivos, por poder caminar tranquilas en la calle, estudiar lo que quieran sin ser discriminadas, poder vestirse como les acomode o recibir salarios justos. Denunciar, marchar, accionar, decir, conversar, escuchar, exigir y solidarizar son por ahora pasos para comenzar a caminar más seguras.


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