Por Edgar Romero G. / El pasado 27 de noviembre, la comunidad transgénero y transexual de Ecuador tuvo una victoria. Amada, de 9 años, acompañada por sus padres, se convirtió en la primera niña trans en cambiar su nombre y género en su documento de identidad ante el Registro Civil del país.
Fue un camino legal que se inició en enero pasado. El día 15 de ese mes, junto a jóvenes abogados de la Fundación Pakta, Lorena Bonilla, madre de la pequeña, y su esposo, solicitaron el cambio de identidad de la niña ante las autoridades competentes, pero no les fue concedido debido a que el artículo 78 de la Ley Orgánica de Gestión de la Identidad y Datos Civiles de Ecuador establece que se puede hacer este trámite sólo a partir de los 18 años.
Su caso, pese a haber sido negado en el primer intento, sentó un precedente. En las elecciones presidenciales de febrero de 2017 -cuenta Bonilla- había 250 personas trans que habían cambiado su nombre en los registros civiles, según la base de datos del Consejo Nacional Electoral (CNE), y para los comicios de febrero de este año, ya la cifra había subido a 659; aunque, según dice, la cifra se ha elevado a 957 personas.
A 10 meses de hacer de ese primer intento, Amada ya tiene el nombre con el que se identifica en su cédula de identidad. El hecho ocurrió justamente dos días después de haberse conmemorado 21 años de la despenalización de la homosexualidad en el país.
La historia de Amada
Bonilla dio a luz a su segundo hijo varón en enero de 2009, en Quito (Ecuador), luego de planificar muy bien su embarazo. Cuando el pequeño tenía tres años, sus padres comenzaron a ver un comportamiento distinto al de su hermano mayor: “Repetía constantemente que es una niña” y “pedía vestidos”.
Esa actitud encendió sus alarmas y a los 5 años decidieron llevar al pequeño al primer psicólogo. Buscaron uno joven, porque pensaron que un profesional mayor tendría algunos prejuicios, pero luego de cuatro sesiones el chico le entregó un informe y, “con una cara de espanto terrible”, le dijo: “Esto es una etapa”.
Bonilla comenta que el especialista “se quedó en ‘shock’” al ver a un niño tan pequeño con algunos rasgos que, según había visto en la academia, “indicaban que esto era una enfermedad”.
Acudieron a un segundo psicólogo y el resultado no fue mejor que el anterior. El especialista “colocó a mi hija dentro de los psicópatas, pedófilos, dentro de los que iban a terminar en una institución psiquiátrica”.
Hicieron un tercer intento y fueron a un centro integral mucho más grande, donde la consulta valía 200 dólares -bastante costoso dentro de la economía ecuatoriana-, le hicieron unas evaluaciones y le remitieron a una psicóloga. “Nos entrega un informe en el que dice que mi hija es obsesiva compulsiva y que necesita medicación”.
“No podía creer lo que me decían los psicólogos y menos al compararlo con la realidad en casa: mi hija es una líder innata, excelente estudiante, tiene una muy buena oratoria”, dice Bonilla.
“Tienes una hija”
En diciembre de 2015, en su afán por conocer lo que le sucedía a su hijo, Bonilla habla con un amigo homosexual a quien le pidió que le contara la experiencia de su niñez, pero “no tenía nada que ver con Amada”; sin embargo, este compañero le recomendó a una amiga transgénero y concertaron un encuentro.
La cita se realizó. La transgénero con la que se encontraron fue Doménica Menessini, artista reconocida de Ecuador. “Le contamos nuestra experiencia y ella nos dijo: necesitan un profesional. Tú no tienes un hijo, tú lo que tienes es una hija. Lo que me estás contando es mi infancia”.
“Vas a ayudar mucho a tu hija si le permites hacer la transición”, les enfatizó Menessini. Con eso en mente, llegaron esa noche a casa, su hija les preguntó cómo les había ido en el encuentro; la respuesta de sus padres fue: “tú no estás mal (…) es verdad que puedes vestirte como una niña, tener el cabello largo”.
Doménica, además, les ayudó a conseguir a Édgar Zúñiga en Quito, psicólogo de la Red Ecuatoriana de Psicología por la Diversidad. El profesional hizo la evaluación pertinente y confirmó lo que le había dicho su nueva amiga transgénero: “En efecto estás frente a una persona trans”.
“Para nosotros fue muy duro (…) es una noticia que no te la esperas como padre”, dice Bonilla. Pero, -señala- “toda esa energía, ese dolor, ese desconcierto, esa culpa, lo canalizamos en educarnos y en buscar todas las herramientas para poder, en algún momento, defender a mi hija”.
La transición
De la mano de Zúñiga y de algunas organizaciones sociales de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales (LGBTI), comienzan la transición de la niña; aunque antes de arrancar el proceso, tuvieron entrevistas con hasta 40 personas transgénero adultas “para poder entender, estar seguros”.
“Todo el mundo piensa que la transición es difícil para los niños”, menciona Bonilla, pero no, “ellos siguen viviendo su vida, en vez de comprarle un pantalón le compras un vestido, le dejas crecer el cabello, le compras los zapatos que le gusten”.
Explica que en el caso de los niños trans no entran los medicamentos, ni actúa ningún médico, más allá del psicólogo. La segunda etapa de la transición comienza en la pubertad, si el adolescente desea, se le aplicarán bloqueadores, “esto ayuda para que ellos no tengan la pubertad con su sexo biológico”; es decir, “a las transfemeninas no les va a venir su pubertad masculina y a los transmasculinos no les vendrá su pubertad femenina, no menstrúan y dejan de crecerle las mamas”.
Estos bloqueadores se aplican hasta los 16 años, aproximadamente, “esperando que estas personas, según dicen los libros, reafirmen su identidad”. A partir de entonces comienza la ‘hormonización’. “Las transfemeninas comienzan a recibir, de acuerdo a su talla y su peso, estrógenos puros (…) y a los transmasculinos se les inyecta testosterona”.
Posteriormente, al cumplir la mayoría de edad, 18 años en gran parte de los países, es cuando se realizan las reasignaciones de sexo, si la persona lo desea. Bonilla dice que la nueva generación de trans no necesariamente pretenden hacerlo, porque “aprenden a vivir y a querer su cuerpo”.
Acompañamiento escolar
La transición que atraviesa Amada también requiere de un acompañamiento escolar. Pero al principio los padres no sabían qué pedir a las autoridades educativas; entonces se capacitaron, con experiencias foráneas para hacer las solicitudes, que básicamente consisten en capacitar a todo el personal de la institución para que llamen a la niña por su nombre social y le permitan utilizar uniforme y los baños de acuerdo a su género, además de contar con códigos de convivencia inclusivos.
Era necesario cambiarla de colegio debido al bullying del que era objeto en la institución donde se encontraba, al igual que su hermano mayor. Pero, en la búsqueda se dieron cuenta de “la discriminación que sufren estas personas”, porque su hija fue rechazada en 14 escuelas.
Lograron encontrar una escuela privada, que “vino a ser como un plan piloto”. La niña había pasado de tercer a cuarto grado de educación general básica y ya se había preparado para dar el paso, por meses “no se cortó el cabello”; una cosa que parece simple para la mayoría de las personas, pero es bastante significativo para una transfemenina, “porque es parte de su reafirmación de femineidad”.
Bonilla cuenta que una familia quiteña, que supo de esa experiencia, los contactó y les planteó que no tenían los recursos para inscribir a su hija en un colegio privado. Ella les recomendó ir al Ministerio de Educación y desde esta institución la contactaron para que les enseñara el protocolo que siguió.
A partir de esa vivencia, el Ministerio de Educación decidió acoger el protocolo de acompañamiento a los niños trans y lo replicó en los colegios públicos, que ahora acompañan a adolescentes transmasculinos, principalmente, con mejoras en el plan inicial.
Fundación Amor y Fortaleza
Pero estos padres decidieron no quedarse con la información para su núcleo familiar. Crearon la Fundación Amor y Fortaleza, “que trabaja por poblaciones trans en niñez y adolescencia”, dice Bonilla, quien es su presidenta. Iniciaron sus primeros pasos en 2016 y recibieron personería jurídica en agosto de 2017.
Desde Amor y Fortaleza tomaron la iniciativa de gestionar el primer programa de personas transgénero en el Ecuador para hablar del tema y cómo abordarlo en el seno familiar. Atrajeron a otros grupos familiares que estaban en la misma situación. “Hemos sido muy transparentes y muy abiertos con las familias y les hemos invitado a nuestro seno familiar y les ayudamos, con el apoyo de Édgar (Zúñiga)”.
En la fundación recomiendan cuáles son los profesionales idóneos para tratar a sus hijos, en qué escuelas inscribirlos y en qué instituciones de salud atenderlos: “Hemos logrado tener reuniones de alto nivel. Hemos puesto sobre la mesa esta circunstancia de vida que nos ha tocado vivir”, resalta.
Derecho a la salud
Además del tema educativo, desde la fundación, gracias a otras organizaciones, comenzaron a trabajar, junto al Ministerio de Salud Pública de Ecuador, en un plan que contempla la creación de centros de salud inclusivos para la comunidad LGBTI, principalmente con esta visión hacia las personas trans.
A la fecha han capacitado al personal de cinco centros de salud inclusivos y próximamente esperan estar en los principales hospitales públicos de Quito, como el Pediátrico Baca Ortiz, el Pablo Arturo Suárez y el Eugenio Espejo.
Trabajan para la aplicación de los bloqueadores a adolescentes trans en el sistema público de salud. “Tenemos los medicamentos, los profesionales, pero no la voluntad”, señaló Bonilla. “Hemos logrado avances”, menciona la presidenta de Amor y Fortaleza e informa que actualmente esperan que un grupo de técnicos del Ministerio de Salud elabore la guía de ‘hormonización’.
Además, han pedido la creación de Unidades de Género en ciertos hospitales públicos, que es “un equipo multidisciplinario de profesionales que tengan voluntad”, que podría incluir pediatras, médicos generales, psicólogos, psiquiatras, genetistas, endocrinólogos, entre otros especialistas, “que sean lo suficientemente sensibles y conocedores del tema, para poder identificar que está hablando con una persona trans a corta edad”.
“No se ajusta a la regla”
Las personas trans, principalmente las transfemeninas, que son las más visibles en Ecuador, “lo que ve la sociedad es un cuerpo masculino vestido de mujer”, dice Bonilla, y lo que rechaza esa sociedad “es algo que no se ajusta a la regla. Ahí empieza la discriminación y la violencia”.
Según comenta, las personas trans “tienen altísimos grados de violencia” y es tan terrible su situación “que el promedio de vida de ellos en Latinoamérica es de 35 años”, cifra que se desprende del estudio ‘La Transfobia en América Latina y el Caribe’ de La Red Latinoamericana y del Caribe de personas Trans (Redlactrans).
Todo ello se debe a que los Estados no le dan la oferta de servicio de salud, los deja fuera del sistema educativo, entonces el único recurso que les queda es “realizar trabajo sexual, que viene, en algunos casos, ligado al licor”. Además, muchos “acceden a la automedicación, a la inyección de siliconas, a la hormonización clandestina”, lo que disminuye aún más su tiempo de vida.
Por ello, desde la Fundación Amor y Fortaleza buscan una nueva estrategia al tratamiento del tema trans. “Ya sacaste a tus hijos de tu casa por ser trans, y no funcionó; ahora brindemos apoyo”, dice Bonilla.
“Esta es una condición que te puede suceder el día de mañana, el día de hoy nos tocó a nosotros”, menciona y señala que “la cantidad de información que tengas y de conocer cómo vas a afrontar esta situación es lo que determinará la felicidad o la infelicidad de tu núcleo familiar”.
El pasado 18 de junio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) excluyó a la transexualidad de la lista de enfermedades o trastornos mentales. Al respecto, Bonilla resaltó que esa medida “ayuda a que todos esos discursos de odio que hemos estado arrastrando de ciertos grupos que dicen que estamos tratando de ayudar a personas enfermas se caigan» e insta a los Estados a «empezar a legislar» y «darle una oferta de servicio de salud a este grupo específico de personas”.
El Ciudadano