Por Kiltra González
El alcalde de Santa Bárbara dice que el atentado contra la Central Rucalhue le “roba la seguridad a vecinos y vecinas de la comuna”. ¿En serio alcalde? ¿Eso es lo que va a decir cuando tiene un minuto para hablar en televisión abierta? Si hoy, por fin, los ojos están puestos en este pueblo perdido, ¿Lo único que van a decir los y las periodistas es “50 camiones y maquinarias”? ¿Cuándo veremos las imágenes de bosques nativos inundados, cementerios bajo embalses, animales, casas y biografías ahogadas bajo el agua?
Santa Bárbara se fundó como fuerte español en 1756. Ubicada justo en la frontera del Biobío frente a la resistencia del pueblo mapuche. Años más tarde, las casas más antiguas y cercanas al río se construyeron dándole la espalda, como obligándose a tener por delante la Plaza de Armas y no ese caudal indómito e insolente. De ahí en adelante, esta comuna y su gente ha sido tan cercana como indiferente a ese río y sus quejas. A ese río y su muerte lenta. Pero ha habido hendiduras sobre esa indolencia. Hendiduras sensibles, tenaces, feroces y ardientes.

Durante los 90’s se organizó en el Alto Biobío una enorme resistencia frente a los proyectos hidroeléctricos Pangue y Ralco. Cuando digo enorme hablo de casi diez años de protestas, denuncias, frustraciones y trabajo organizado entre activistas y comunidades pehuenche, esfuerzos que convocaron a miles de personas a solidarizar de distintos modos con la lucha que se sostenía en medio de la cordillera. Pese a todo, ambos proyectos terminaron por construirse en el año 1996 y 2004 respectivamente. Los dos se erigen sobre el río Biobío, mismo caudal sobre el que se inauguró la Central Angostura el año 2014 y donde hoy avanzan las obras de la Central Rucahue. Me arde el estómago cada vez que hago este recuento. Cuatro, cuatro centrales hidroeléctricas sobre el río.
¿Cuándo, si no es ahora, se va a decir el nombre de las mujeres pehuenche que resistieron hasta el final, que fueron acosadas durante años hasta verse obligadas a firmar para la construcción de la represa en los 90’s? [Nicolasa y Berta Quintremán, la alegría de su rubor rojo y manos anchas siguen en esta casa, las llevo conmigo donde vaya].
De chica, me acostumbré a escuchar el Biobío a lo lejos. Un susurro tan vital como agonizante que corría tras la casa donde me crié [El mismo río donde yació el cuerpo de la ñaña que tomaba mate con mis papás en la cocina y se envolvía el pelo con sus pañuelos de azul brillante. Nicolasa, la resistencia. Nicolasa, cómo sostener tu cuerpo hace años malherido. Tu muerte empezó el día en que construyeron esa muralla]. El mismo río donde aprendí a nadar, donde construí castillos de barro y comí duraznos mientras caía la tarde. El río de las transparencias y verdes más profundos que vi nunca. El río que, aturdido y cercenado, hoy día apenas avanza hasta el mar mientras sus orillas se convierten en
terrenos forestales y microbasurales.

¿Cuándo podremos hablar de pasar la niñez jugando en el río para que después “no haya más remedio” que trabajar para la empresa que lo destruye? ¿Cuándo podremos hablar con el grupo de jóvenes que pasó el invierno de 2021 acampando a las afueras de la Central Rucalhue para denunciar los efectos sociales y ecológicos de su construcción?
El pasado domingo 20 de abril desperté con la noticia de un atentado a las obras de la Central hidroeléctrica Rucalhue. Entró un aire inmenso en mis pulmones. Desde los 90’s que hay quienes entregan su vida para que se detengan las represas sobre el Biobío [La mirada perdida de la ñaña que saludaba al Sol al despertar en mi casa y se ponía sus pantalones rojos bajo sus largas faldas. Berta, la rabia y la risa. Berta, cómo sostener tu memoria ahogada, tu corazón partido a la mitad. Tu vida se apaga y resiste junto a la pena de este río]. Desde los 90’s se ensañaron con el Biobío y su gente y se atreven a hablar ahora de terrorismo.
¿Cuándo hablaremos del por qué un grupo de personas decide hacer arder unos cuantos camiones?
Por Kiltra González
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