El arquitecto de la Universidad Católica, Gustavo Poblete Bustamante lanzará, junto a la Editorial Signo, la segunda edición de su libro testimonial «La hora de las siluetas», obra que aborda un periodo oscuro y pavoroso de la historia política de Chile.
Entre 1976 y 1978, dos direcciones centrales completas del Partido Comunista fueron exterminadas en una casa secreta de los servicios de seguridad del régimen dictatorial, ubicada en calle Simón Bolívar, a la altura del 8000, en La Reina.
Frente a esta situación, Gustavo Poblete narra, desde su experiencia, las medidas que se adoptaron para que este exterminio no continuara. Un trabajo de inteligencia en las sombras, de política subterránea, que salvó más de una vida.
El lanzamiento del libro se realizará en la Sociedad de Escritores de Chile, SECH (Almirante Simpson 7, Providencia) el miércoles 27 de septiembre (2023), a las 19:00 horas.
A continuación, les presentamos en exclusiva un fragmento del libro:
URGENTE, SALVAR LA DIRECCION DEL PC
Aquel día de fines de 1980 hacía calor, caminaba por la calle Ramón Carnicer hacia el sur, doblé por calle Eulogio Sánchez, en dirección a la Av. Vicuña Mackenna, después de haber estacionado el auto unas cuadras más atrás, iba a encontrarme con un compañero, de quien, por supuesto, sólo sabía su chapa, Ricardo.
Recuerdo que avanzaba a paso lento por Av. V. Mackenna hacia el sur, tratando de ser un ciudadano común, que va por la ciudad haciendo trámites, que va rumbo a un lugar de almuerzo o simplemente va caminando envuelto en sus pensamientos cotidianos y domésticos. Apuré un poco el paso para llegar a la esquina justo “a la hora señalada”, divisando a pocos metros a mi contacto, que calzaba con la descripción que me habían dado, era justo mediodía.
Cada vez que me marcaban una reunión o encuentro con un contacto, y me daban la hora, que eran precisas, no podía dejar de pensar en el título de la película de cowboy del año 1952, donde actúan Gary Cooper y Grace Kelly, “A la hora señalada”. Este recuerdo que me volvía reiteradamente, se debía a cuando siendo chico mi padre me llevo a ver esa película y desde ahí paso a ser una forma cariñosa de pedirnos que fuéramos puntuales, cuando nos poníamos de acuerdo para algún encuentro -“Nos encontramos a las 20 horas-me decía mi padre”-, yo le respondía, -“a la hora señalada”-. Lo que más me llamó la atención de la película es que estaba hecha desde la mitad hacia el final, minuto a minuto igual a la vida cotidiana, lo que mantiene al espectador en un suspenso tremendo.
En esa ocasión me correspondía decir la primera frase de la contra-seña. Ante la respuesta correcta acordada, nos dirigimos hacia un lugar tranquilo. Caminamos hacia el parque Bustamante por Viña del Mar, una calle de principios del siglo XX, con una arquitectura basada en las viviendas inglesas de fachadas continuas. Seguimos avanzando y acercándonos al parque e íbamos hablando de cosas cotidianas conociéndonos, tanteándonos, tratando de entrar en confianza el uno con el otro. Así llegamos a sentarnos donde conversamos más tranquilos los temas que nos convocaban.
Me planteó que la dirección del comité central de ese momento, le había encomendado que me contactara para abordar una tarea importante de la organización y que debíamos desarrollar lo más pronto posible. Comenzó a explicarme que nuestro encuentro tenía que ver con la situación de la dirección del partido en los últimos años, que había tenido reveses fuertes y destructivos. Refiriéndose a las dos direcciones que la dictadura había desbaratado y asesinado. En ese momento en que conversábamos estaba la situación más estable, pero aún muy débil. Después entró a explicarme el objetivo central de la reunión. La dirección había acordado que para detener esta sangría, había que crear un equipo que se encargara de organizar una instancia que le diera plena seguridad a los compañeros de la dirección actual, para funcionar con tranquilidad en su trabajo político y en sus vidas privadas, ya que eran personas dedicadas a full al trabajo del Partido. La instancia propuesta implicaba que no podía volver a caer ninguno de ellos en manos de la dictadura.
Mientras escuchaba, para variar me imaginaba la tarea enorme que nos esperaba a los que seríamos parte de este equipo y por costumbre siempre hacía la pregunta -del por qué yo y cuál debe ser mi aporte en esta tarea-. Esto porque de ese modo entre otras cosas puedo saber cuál es mi fortaleza según el otro lado y también me queda claro lo que se espera de mí y así saber qué debo hacer para cumplir lo mejor posible. Hábito que mantuve en esos tiempos y que ahora en mis trabajos sigo con esa disciplina, la verdad es que me ha servido mucho.
Me dijo que tenía preparación y experiencia en ese frente específico de trabajo político, cuestión que era imprescindible para el nuevo equipo que estábamos conformando, y, además, todos contaban con la total confianza de la dirección. Con estas dos condiciones cumplidas que respondían ampliamente a mis requisitos, no podía dudar en hacer lo que se me solicitaba. En consecuencia, se me citó a otra reunión con el encargado de esta tarea por la Dirección.
“LA HORA DE LAS SILUETAS”
Días después acudía a la reunión -coordinada por Ricardo- con el compañero asignado por el secretariado de la Dirección del Comité Central del PC. Fue todo lo que me informó mi contacto, con el cual establecería mis nuevas tareas. Como de costumbre (y sobre todo en esta oportunidad) cuando iba a un encuentro tomaba la precaución de caminar algunas cuadras para chequear si me seguían. En esta ocasión transitaba al poniente, por Av. Providencia, y a la altura de calle Lyon decidí cruzar, casi en ángulo recto a la vereda sur, esta vez el contra-chequeo de seguimiento debía ser extremadamente cauteloso, por la importancia de la persona con la cual me iba a juntar.
Fue ahí cuando casi pisando la línea que marca el eje central de la Av. Providencia, miré hacia el poniente y al subir la vista me maravilló el cielo que tenía Santiago en ese momento, fue un instante de goce estético ante la naturaleza, el colorido que presentaba era bellísimo, el sol se escondía tras la ciudad y el tiempo me presionaba entre la luz roja del semáforo que me favorecía y el descubrir cómo toda la tridimensionalidad de las cosas se iban haciendo bidimensionales. Y yo mirando en el centro de la calle cómo todos los volúmenes de edificios, árboles, postes, todo comenzaba a perder la dimensión de la profundidad y poco a poco, con la lentitud que da la caída del sol, se iban transformando en siluetas, oscuras siluetas negras, donde la volumetría iba siendo tragada por la oscuridad de la noche que caía en nuestra ciudad.
Es un instante breve, diminuto en tiempo-reloj, es casi un parpadeo, que se ve frágil por su incipiente vida. Fueron esos minutos cuando tomé una profunda conciencia de cómo el día al llegar a ese momento que hemos llamado crepúsculo, es el instante que marca el límite entre el día y la noche y lleva en sí como esencia de ser ‘la hora de las siluetas’, es un segundo donde asoman y luego desaparecen mezclándose con la oscuridad, donde pasarán desapercibidas hasta el retorno de la luz, que es el retorno del día.
Aun, al día de hoy, siempre que puedo, miro hacia el poniente de Santiago o hacia donde se esconde el sol donde quiera que esté y como la primera vez gozo con el instante, con el límite de la luz y la oscuridad que nos da la naturaleza todos los días. Este descubrimiento personal, durante años, lo he ido guardando en fotografías de imágenes de los cielos de Santiago y del atardecer en cuestión.
Tiempo después estaba parado en una esquina de una avenida ancha, en una ciudad bellísima de Alemania Occidental, que tenía jardineras llenas de flores de colores, por ambos lados de la calle a lo largo de cuadras y cuadras. Me encontraba a la espera del contacto que pasaría por mí, para llevarme con la persona que me haría entrega de los documentos que había ido a buscar.
Era la hora del atardecer y por supuesto dentro de la preocupación del encuentro yo miraba hacia la caída del sol y ahí por primera vez hice la relación con la forma de vida-política que muchos de nosotros llevábamos, desde antes del golpe, aún bajo la democracia Republicana. Debíamos llevar una vida en apariencia “normal”, y simultáneamente llevar una vida “anormal”, donde éramos verdaderas siluetas moviéndonos en la “oscuridad”, fundiéndonos de manera tal que fuéramos indetectables no sólo a los ojos de nuestros contrincantes sino también ante nuestros propios compañeros y nuestras familias.
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