Avatar 2, incongruencias en la senda del agua: Una mirada antiespecista

"La serie Avatar ha desperdiciado una gran oportunidad de impulsar una auténtica transformación de conciencia. En su lugar, se ha contentado con promover la empatía y el respeto hacia ciertos animales de su preferencia, excluyendo, de manera arbitraria, al resto de especies del planeta..."

Avatar 2, incongruencias en la senda del agua: Una mirada antiespecista

Autor: Absalón Opazo

Por Alejandro Ayala Polanco

Tras el estreno de Avatar 2: la senda del agua, habrá espectadores que se centrarán en elogiar sus efectos especiales y escenas de acción, y lo harán con justa razón, ya que sin lugar a dudas son excepcionales.

Junto a ellos, habrá otros que se dejarán cautivar por su mensaje de comunión con el agua y las especies marinas, cuyo desarrollo abarca la hora central de la película.

Por último, habrá algunos que, como yo, dejarán la sala de cine con sentimientos encontrados, valorando el intento del director de conciliar una propuesta de acción con un llamado a la conciencia, pero sintiéndose incapaces de silenciar el ruido de las múltiples incongruencias que, desde una mirada antiespecista, abundan en la película.

Un ruido que se vuelve ensordecedor, e impide cualquier tipo de condescendencia, cuando descubres que las incongruencias no sólo están presentes en la trama sino que las ha habido también durante la promoción de la película, al extremo de validar actos de abuso y extrema crueldad hacia las especies marinas.

La acción se desarrolla años después de la lucha por la defensa de Pandora que vimos en la primera cinta. Jake Sully, el protagonista, intenta conciliar su rol de Toruk Mato, líder los Na’vi, con su vida familiar: ha tenido tres hijos con Ney’tiri, y ha criado como propio a Spider, hijo del Coronel Miles Quaritch, su antiguo enemigo.

Las fuerzas de la Tierra se mantienen en Pandora, pero esta vez se plantean una misión más ambiciosa: preparar el planeta para una invasión a gran escala, convirtiéndolo en el nuevo hogar de la humanidad.

En su afán de acabar con la resistencia nativa, el ejército terrícola emplea una tecnología que le permite introducir un respaldo mental de sus soldados caídos en cuerpos de avatar, poniendo al mando de este nuevo contingente a una réplica del Coronel Quaritch.

Agobiado por la persecución de su antiguo enemigo, que ha puesto en riesgo a sus hijos y comunidad, Jake decide emigrar junto a su familia y ocultarse al interior de una tribu lejana. Juntos deberán enfrentar el desafío de integrarse a una nueva cultura, cuyas costumbres y espiritualidad se vinculan con el mar y sus seres, en especial con los Tulkuns, grandes cetáceos semejantes a las ballenas.

Una postura inconsistente

Es entonces cuando la película aborda la temática que nos ha prometido, mostrándonos, a través del aprendizaje de Jake y su familia, en qué consiste la senda del agua. Las incongruencias se hacen evidentes en esta fase: los nativos reconocen a los Tulkuns como personas pertenecientes a otra especie, entienden su lenguaje y respetan sus decisiones. La comunidad entera es capaz de movilizarse en defensa de estos seres, poniendo en riesgo sus propias vidas cuando las fuerzas de la humanidad los amenazan.

Una actitud de respeto y protección que, si aspira a la congruencia, debiera extenderse hacia todas las especies del planeta, y que, sin embargo, de manera injustificada, no lo hace. Por el contrario, la captura de peces es un hábito tan normalizado como en nuestra cultura. De hecho, una de las escenas idealiza la captura de un pez por parte de uno de los hijos de Jake, utilizándola para representar la comunión entre padre e hijo.

Un mensaje congruente debiera enseñarnos que, al igual que las ballenas, al igual que nosotros, y al igual que todo integrante del reino animal, los peces son seres sintientes, y como tales, son capaces de sufrir, desarrollan intereses y sus vidas son el bien más preciado que poseen. No importa las diferencias de tamaño o forma, tampoco si su apariencia nos agrada o no, todos los animales desean conservar sus vidas.

¿Y si el cazador ora ante el animal que ha asesinado? La oración no reduce la violencia del asesinato, sólo cumple una labor cosmética con la cual el cazador valida su acto. Y, por supuesto, la oración tampoco es un gesto de respeto, ya que el más básico imperativo de respeto es el que debemos a la vida de todos los animales.

Desinteligencias en la trama

En Avatar 2: la senda del agua se nos señala que los Tulkuns son seres de gran inteligencia, capaces incluso de componer melodías. Sin embargo, el nivel de inteligencia no es el que debiera definir qué seres debemos respetar. Si así fuese, sería legítimo matar para alimentación a todo ser menos inteligente que el ser humano promedio.

Debemos recordar que en nuestra sociedad habitamos con muchas personas humanas cuya inteligencia es inferior a la de otras especies animales, pero aún así estamos de acuerdo en que merecen el mismo respeto que todos.

Si una de las aspiraciones de Avatar 2: la senda del agua es conducirnos a una nueva mirada para nuestra relación con las demás especies del planeta, debió apostar por una enseñanza más profunda, conduciendo a la audiencia a una mirada libre de prejuicios especistas.

El despliegue tecnológico que demuestra la cinta, creando escenas de una belleza sorprendente, sin duda le habrían permitido hacer digerible hasta el mensaje ético más incómodo, enseñando que no importa cuán semejante a la humana es la inteligencia de una especie: todos los animales deben ser respetados debido a que son capaces de tener experiencias subjetivas; es decir, porque son seres sintientes.

La serie Avatar ha desperdiciado una gran oportunidad de impulsar una auténtica transformación de conciencia. En su lugar, se ha contentado con promover la empatía y el respeto hacia ciertos animales de su preferencia, excluyendo, de manera arbitraria, al resto de especies del planeta.

El escándalo de Tokio: desde la incomodidad hacia la total decepción

A días del estreno en Japón de Avatar 2: la senda del agua, su director, James Cameron, encabezó un evento promocional junto a varios integrantes del elenco en un parque acuático de Tokio. En tal parque se aprisiona a delfines en espacios reducidos, se les somete a música estridente y se les fuerza a realizar acrobacias para entretenimiento humano.

Los delfines provienen de las brutales matanzas de Taiji, donde cada año se asesina a puñaladas a centenares de estos cetáceos, secuestrando a algunos vivos para este tipo de parques.

En lo personal, enterarme de esto me llevó no sólo a abandonar toda condescendencia hacia la película, sino que a cuestionarme hasta qué punto es legítimo el dosificar, adaptar o aligerar un mensaje de respeto a la fauna y de cuidado del planeta con el propósito de obtener una mayor audiencia.

En tiempos de dominio de las redes sociales, en que pareciera que el objetivo último es aumentar la cantidad de seguidores, y no la certeza, congruencia y autenticidad de lo que se transmite, me cuestiono sobre cuánto espacio existe para los mensajes incómodos. Por esencia lo transformador es incómodo, y ante una crisis planetaria la transformación de conciencia es urgente.

Parafraseando a Camus, creo que el papel del activista es inseparable de incómodos deberes. Por eso, aunque sé que muchas personas han esperado con ansias esta película y tienen muchas expectativas con ella, debo advertir que si deseas disfrutarla tendrás que enfocarte en sus escenas de acción, en su trabajo de diseño y composición musical, en sus efectos especiales; es decir, deberás dejarte encantar por su propuesta estética, con la misma actitud con que nos apresuramos a presionar «me gusta» bajo una foto de Instagram que nos pareció bonita, sin siquiera molestarnos en leer el texto que la acompaña.

En ningún caso verla con la esperanza de que esta película cumpla con su promesa de entregarnos un mensaje profundo e iluminador sobre nuestra relación con los demás animales y el planeta.

Avatar 2: la senda del agua ha desperdiciado una gran oportunidad de enseñarnos que la expresión «te veo», al ser dedicada a animales de otra especie, debiera reconocer la naturaleza de otro ser y no la utilidad que dicho ser tiene para nosotros.

Una observación desprejuiciada debiera permitirnos comprender que más allá de las diferencias de aspecto, capacidades cognitivas y lenguaje, todos los animales tenemos en común el interés de preservar nuestro hogar, nuestra libertad y nuestra vida.

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