Dos meses y medio han pasado desde la primera vuelta presidencial, donde la periodista y por entonces candidata presidencial, Beatriz Sánchez, obtenía poco más de un millón doscientos mil votos, rasguñando el paso a la segunda vuelta. Y de paso, consolidando al Frente Amplio como la tercera fuerza política del país, quebrando el binominalismo de 27 años.
Con las semanas, el conglomerado ha entrado en una fase de acomodo, de equilibrio de fuerzas, de proyección de su funcionamiento y del actuar de la bancada parlamentaria durante este período. De este escenario de reajuste de piezas la ex presidenciable del FA no queda exenta.
Al inicio de la conversación con El Ciudadano, Sánchez pasa revista de la crisis en Carabineros y se lanza: «en plena crisis el general de Carabineros se va de vacaciones, ¿es un desafío? Queda la sensación que se mandan solos«.
Reglón seguido analiza su actual momento dentro el FA y expresa que «no creo en los estatus ni me creo la lideresa del FA, evidentemente soy voz de liderazgo, pero mi tarea es sacar más liderazgos, sobre todo femeninos», y al instante recalca: «Uno no vive del aire cuando entra a la política… me da pánico eso, me da pánico Andrés Zaldívar o los eternos candidatos presidenciales. Las cosas deben tener una línea coherente, la política se puede hacer en cualquier parte».
¿Y ahora con qué perspectiva se recorren las calles tras la candidatura presidencial y el año que cumplió el FA?
Tiene varios sentidos. Uno es el aprendizaje que deja todo este proceso, es lo que pasa en las calles, en las ciudades, porque la gente es mucho más sabia de lo que queremos creer los que estamos frente a un micrófono o los que estamos en política. La gente quiere que la escuchen, tener opinión y participar de las decisiones y dice que “se toman decisiones, en alguna parte que no conocemos, y nadie sabe nada”, eso no es posible. Hoy miro eso de forma distinta, con cero paternalismo, ya no es “mire usted tranquilo que yo lo represento”, sino que “conversemos, veamos como lo resolvemos en conjunto”.
Participación directa en definitiva…
Lo más directa que se pueda en un país como Chile, donde la participación no es alta y la mitad de la población no vota. Es un camino a construir, que no es tan fácil, pero es deseable. Otro aprendizaje es que la gente ya sabe quien soy, lo que es muy raro, hay que acostumbrarse que te cachen. Eso te da una alegría porque siento que algo hicimos, incluso de personas que te dicen «no voté por ti, pero valoro lo que hicieron».
Esa invitación a la gente para que se haga parte de procesos sociales y construir una base social potente, ¿es la principal tarea del FA como conglomerado para este período?
Creo que se debe ser responsable con esta conexión que se generó con las candidaturas del FA y eso tiene que ver con acercarse a que las personas se sientan parte de algo, que se va a respetar su opinión y que se les va a invitar a que participen. Generar un Frente Amplio de puertas abiertas. El otro desafío es la incorporación de los independientes, yo soy independiente frenteamplista. Me encanta la definición de frenteamplista, militante del FA, que es una concepción nueva para un conglomerado político. Me gusta que la gente milite en los partidos y me gusta mucho el sentido global que se le da a esta participación.
¿Se busca crear el frenteamplismo?
Claro, porque si queremos que entren independientes u organizaciones sociales ya establecidas, de distinto tipo o carácter se debe ampliar el espacio. Y esa es la gracia porque estimo que, para las organizaciones sociales, adherir al frenteamplismo es más simple que ingresar a alguna de las orgánicas que componen al FA.
¿Son muy complicados los partidos del FA?
Yo diría que todas las organizaciones, tanto políticas como sociales, tienen sus lógicas internas. Tienen estos mismos desafíos pero en cada una de sus orgánicas, algunos tienen parlamentarios y deben ver la relación con los territorios que representan. Yo no diría que son jodidas, no las podría pelar, porque se portaron muy bien y me sentí muy respaldada. Hubo ripios, obvio cachai, porque me he dado cuenta que la política es profundamente humana. Por eso valoro las organizaciones que logran atraer a personas para que entren a una orgánica determinada, con todo lo que significa y ahí hay un valor importante.
Como toda familia de 14 miembros…
Tal cual. Pero yo trato de desdramatizar las cosas, porque hay momentos que no son fáciles y está la tendencia de ponerle más drama. De mi parte, busco bajar la tensión, porque creo que debemos focalizarnos en lo que nos une, en lo constructivo y no en lo más conflictivo. Luego de la candidatura y con los resultados que se obtuvieron, el FA definió mantenerse unido, lo que es un valor muy importante por lo desgastante de la campaña y los momentos de roce que se produjeron. Eso me parece que es alcanzar una muy buena posición.
«Ya pasaron los tiempos de los ofertones»
¿Cómo revisas tu proceso de construcción como lideresa de este conglomerado?
Al principio, cuando era periodista, hacía editoriales y me representaba a mí misma, pero ahora representas a muchas personas, que es algo más complejo. Yo creo que tuvo varios sentidos el instalar una posición de liderazgo. Primero, por lo que yo creía que debía ser un liderazgo y que fue tomado con mucho respeto y, lo segundo, fue ejercer un liderazgo hacia la ciudadanía y hacia la interna del FA. Yo no era fundadora de este espacio, pero creo que varios hacíamos Frente Amplio desde hace mucho tiempo y no veníamos de las orgánicas. Sí, en un principio, me costó encontrar el espacio y luego me dí cuenta que tengo mi forma de ejercer el liderazgo, lo que tengo que expresar, y en ese momento comencé a liderar hacia adentro.
¿Qué tan difícil fue ese proceso?
En un momento fue bien difícil llegar a ese punto de decir «esto es lo mío», «esto me hace sentido». Pero creo que lo logré hacer y quedé contenta con la forma de liderazgo que fui desarrollando.
Cosa que, finalmente, se concretó en los resultados de noviembre…
Te cuento una anécdota. En algún momento, entre la primera y segunda vuelta, la gente me decía que tenía clarito lo que decíamos, cuando yo muchas veces creía que no era así. Entonces creo que valió la pena hacerlo de esta forma y se notó lo que estamos representando.
¿Cómo se transmite esa experiencia a esos simpatizantes del FA pero que no tienen la camiseta puesta?
Es un proceso, porque hoy tenemos muchos desafíos para los que estamos en la política. Transparentar en lo que es la actividad política, que es ponernos de acuerdo en cómo queremos vivir en sociedad. Eso se confirma con los datos de nuestra votación, donde vemos una alta votación de gente que no lo había hecho antes, lo que es increíble. Creo que la forma en la que las personas se interesen por un proyecto, aunque no ingresen a militar a una organización, es que hay bases mínimas. Este piso es ser lo más coherente posible, porque no somos dueños de la coherencia, pero sí buscamos hacer las cosas que decimos. Ya pasaron los tiempos de los ofertones, a nadie le hace sentido, sino que hoy vale el «este es mi proyecto y actúo igual», y la tarea es estar con los pies bien puestos en la tierra. Por eso hemos salido a invitar a la gente a cambiar Chile, a no tener miedo y que hay participación que puede ser efectiva.
Eso significa salir de la zona de confort que significa el poder
La tarea es no entrar a esa zona de confort y sentir que tienes todo hecho, porque no es así. Nadie se siente dueño de los votos, por lo mismo los parlamentarios electos fueron tras la elección a sus territorios a decir gracias, ponerse a disposición. Esa es la actitud que debemos tener y me parece la raja.
¿Ese espíritu es una de las responsabilidades del FA en este período?
Absolutamente. No debemos dejar nunca de estar en las calles, recorriendo comunas, ferias, es vital. Nosotros en la forma y el fondo buscamos otras cosas, a eso me refiero a ser lo más coherente posible.
«Tenemos claro hacia donde debemos ir y no nos vamos a nublar»
Se ha dicho por parte de varios dirigentes del FA que se debe realizar una oposición inteligente, propositiva. Pero Piñera pone un gabinete de pierna fuerte y refriega, ¿cómo sales jugando?
Hay varias formas, pero lo primero es no definirnos solo como oposición, no es el espíritu. Nosotros somos una fuerza política, social, activa que tiene un programa y que instaló ciertos temas. Desde ese punto es que yo digo: sí, somos oposición pero de forma circunstancial, no me defino solo de oposición, somos mucho más que eso. Esto también lo dije en el aniversario del FA, sobre ser constructivos, rebeldes y alegres. No estamos parapetados en contra de ellos, puesto que si estamos en el Congreso tenemos que dialogar. Llegamos al Parlamento porque validamos una institución -que está en problemas y que debe cambiar muchas cosas- y entendemos que debemos dialogar no en la lógica de sí o no, sino que será propositivo, seguiremos impulsando nuestras ideas. Tenemos un mandato, somos una fuerza que tenemos claro hacia donde debemos ir y no nos vamos a nublar.
¿Y dónde encontramos la rebeldía y la alegría?
Nuestro desafío, en relación a la rebeldía, es estar mirando fuera del estatus quo, fuera de lo establecido. Si los parlamentarios tienen una lista de privilegios, nosotros queremos decir que no estamos de acuerdo con ese privilegio. Y alegres porque estamos contentos con lo que ha pasado y queremos seguir proyectándolo, somos una fuerza que nos vemos desde la esperanza y también de la rabia, que también hay, pero no solo queremos ser rabiosos.
¿Esto siempre mirando al 2022?
Nosotros en este tiempo debemos prepararnos para gobernar, somos una fuerza política que busca espacios de poder y vamos a estar en todas las disputas, eso es lo que queremos. En campaña teníamos la alternativa de convocar desde la rabia o tomar el descontento y transformarlo en algo. Y nos definimos por lo segundo, que es más luminoso y que es por donde vamos a seguir.
Esta estrategia propositiva se enfrenta a un escenario complejo, con encuestas de dudosa factura que guían la opinión e incluso aparecen cosas como los informes del Banco Mudial. La propuesta debe ser súper convincente, sino aparecen las caricaturas de «Chilezuela», ¿qué piensas al respecto?
Tocas un tema muy sensible, que tiene que ver con los medios de comunicación. Hoy los medios están concentrados y tienen una mirada del país, cualquier cosa diferente es el riesgo y el temor. Cosa que se notó en estos cuatro años de Bachelet, donde intentó hacer algunos cambios y no pudo, donde se instaló este blanco y negro. Nosotros buscamos hacer sentido común respecto de los cambios y como FA debemos recuperar esas banderas. Es la primera barrera que se debe correr y durante la campaña pudimos permearla, pero eso debemos hacerlo para instalar otras ideas. En Chile se ha logrado instalar el miedo, se ha logrado instalar una idea errada de crecimiento cuando debiéramos hablar de desarrollo. Son cosas que permitirán crecer a este proyecto de cambio.
Esto tiene relación con lo que decía tu ex encargado de campaña, Sebastián Depolo, sobre evitar que el sentido común se derechice…
Yo creo que hoy está derechizado en el sentido que hoy las personas sienten que todo pasa por las cosas que hacen, que cada uno debe rascarse con sus propias uñas y que si tú te esfuerzas te resultará todo en la vida. De hecho mi mamá me decía y lo sostiene: «hija si usted hace todo con esfuerzo, logrará cualquier cosa», claro, pero yo estudié en colegio particular, pude entrar a la universidad. Pero, ¿cuántos en Chile tienen esa opción, que aunque se esfuercen pueden lograr cosas?, muy pocos porque nuestra desigualdad es estructural, no depende de cada uno. De ahí la disputa del sentido común, que se centra en lo individual y deja de lado lo colectivo.
¿Cómo desde la institucionalidad donde se instala el FA -y que la crítica permanentemente- se invita a la gente a volver a creer en ella?
Algo avanzamos en eso con los parlamentarios que tenían antes, ellos provocaron pequeños temblores en el Parlamento. Vlado, por ejemplo, propone Software Libre y la estructura se complica o la propuesta de Giorgio y Gabriel de reducirse a la mitad el sueldo. Nuestros parlamentarios tienen el desafío de cambiar las instituciones, no instalarse en ellas.