Chile: El miedo a cambiar la opresión por la libertad

Se muestra una gran desigualdad y segmentación social de las oportunidades, lo que restringe la movilidad social. Sobre el 70% de la población ha afirmado la necesidad de cambiar la Constitución impuesta por la dictadura de Pinochet.

Chile: El miedo a cambiar la opresión por la libertad

Autor: Hervi Lara

I

El Informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) 2024, lleva como título “¿Por qué nos cuesta cambiar?”. No obstante que Chile habría llegado a un “desarrollo humano alto”, el pueblo chileno percibe que se mantienen deudas en las pensiones, en salud, en una Constitución democrática, deudas hacia las mujeres y las tareas de cuidados, etc.

El Informe del PNUD afirma que el escenario global del país expresa la existencia de una crisis ambiental que se manifiesta en el cambio climático; en la pérdida de la biodiversidad; y en la contaminación. A esto se agregan la desigualdad; la inseguridad; y la polarización política. El pueblo quiere cambios, pero tiene miedo a afrontarlos y a comprometerse con los mismos.

El Informe agrega que, en 1990, el PIB ascendía a US$9.302 per cápita. En 2022, el PIB se elevó a US$24.431 per cápita. Pero el 1% de los más ricos obtiene el 33% del ingreso total (1). Esta desigualdad se manifiesta en una elevada concentración del poder económico en los grandes conglomerados o grupos empresariales que dominan múltiples sectores económicos. Hay debilidad y escaso poder de negociación de las organizaciones de trabajadores. Se muestra una gran desigualdad y segmentación social de las oportunidades, lo que restringe la movilidad social. Sobre el 70% de la población ha afirmado la necesidad de cambiar la Constitución impuesta por la dictadura de Pinochet. Frente a ello se argumenta que es evidente que la Constitución de dicho régimen es ilegítima por su origen; obstaculiza la deliberación democrática; no reconoce los derechos económicos, sociales y culturales (DESC); niega la acción del Estado en la vida de la sociedad; reproduce la desigualdad; es causa de las crisis de representación y de desafección hacia la política y la institucionalidad en general.

No obstante, pareciera haberse olvidado que hubo una Convención Constitucional integrada por los sectores más representativos de la sociedad chilena y que elaboró un documento de alto nivel, reconocido como tal por pensadores egregios del mundo entero. Esta propuesta constitucional establecía la inviolabilidad de la dignidad humana y definía al Estado como una entidad social y democrática de derechos. Las categorías señaladas habrían viabilizado los cambios que hasta ahora se consideran necesarios y anticipaba los desafíos en cuanto a la democracia y los derechos humanos, además de posibilitar la relación entre las élites con los movimientos sociales y la ciudadanía en general. También abría los caminos de superación del individualismo; de la desconfianza; del deterioro del tejido social; de la ausencia de participación en acciones colectivas organizadas; podría haber permitido la superación del obstruccionismo de las oposiciones a los gobiernos de turno, como también las revanchas políticas, la distancia entre el Estado y el mercado, el pesimismo sobre el futuro que es causa del miedo y de la inseguridad.

Pero esta propuesta constitucional democrática fue rechazada por la mayoría de la población. Mientras, las demandas del ESTALLIDO SOCIAL de 2019 todavía continúan y se profundizan. También se mantienen la desconfianza hacia las instituciones políticas y la falta de respeto hacia la dignidad de las personas y sus derechos humanos. Lo mismo sucede en cuanto al incremento del individualismo, exagerándose las propias capacidades e invisibilizándose el papel del Estado.

II

Los cambios se ven necesarios, pero no existe disposición a asumir la responsabilidad de objetivos comunes. Chile quiere libertad, pero se niega a comprometerse con la misma. De esta manera, el pueblo de Chile se ha envilecido con el negacionismo y con un materialismo vulgar y burdo que es deshumanizante. El ethos cultural ha muerto, por lo que el pueblo se encuentra carente de identidad y de dignidad, que es lo único que no lo convertiría en un objeto. Porque “el hombre se hace; no está todo hecho desde el principio; se hace al elegir la moral; y la presión de las circunstancias es tal, que no puede dejar de elegir una. No definimos al hombre sino en relación con un compromiso” (2).

Uno de los rasgos más significativos de la modernidad es el surgimiento de la concepción del ser humano como individuo, en soledad y en competencia con los demás. Ya no se le concibe como un ser social. Se afirma que, para el individuo, todo depende de su propio esfuerzo y no de la seguridad de su situación tradicional. De allí proviene la idea moderna de libertad y que se simplifica con la frase “mi libertad llega hasta la libertad de otro”, negándose así la fraternidad humana y convirtiendo a los demás en competidores a los que se debe vencer para sobrevivir. Pero, la ausencia de protecciones lleva a la soledad y a la inseguridad. El individuo moderno tiene la posibilidad de ejercer la libertad, pero dicha posibilidad le provoca miedo y por eso hoy se adoptan las pautas culturales que igualan a todos, pero en las formas exteriores. Para huir del miedo y de la soledad, se acude a las evasiones como refugios: la conformidad, o la destructividad, o el autoritarismo.

III

Así se ha convertido la sociedad chilena en una sociedad neurótica. Ejemplo de ello ha sido el rechazo mayoritario a la Convención Constitucional de 2022. Se puede señalar que una sociedad es neurótica cuando sus integrantes ven mutiladas sus posibilidades de desarrollo individual, por lo que se desemboca en una “falsa conciencia” que es la inadecuación entre la realidad y la interpretación de la misma de parte de una persona y/o un grupo. En la sociedad neurótica el individuo se odia a sí mismo y se refugia en el egoísmo y en el narcisismo. Ambas categorías significan una sobrecompensación de la carencia básica de amor a sí mismo (o baja o nula autoestima). Mientras cada uno menos se ama a sí mismo, mientras menos se siente “alguien” por carecer de identidad, mayor es la necesidad de posesiones o de imaginar ser poseedor de algo. Es el típico “arribismo” de la sociedad chilena y el apoyo “naturalizado” que se da a los mismos sectores que la explotan. De allí el consumismo y el exhibicionismo de superficialidades: es la conformidad con lo existente y con la desesperanza. De allí también la otra posibilidad resultante: el sometimiento a un líder.

Someterse a un líder es un mecanismo de evasión: es el autoritarismo, en el que el “Yo individual” se funde con alguien exterior que le proporciona la fuerza de la que él carece. De esta manera desaparece la idea de igualdad bajo el establecimiento de relaciones sadomasoquistas: un sádico que domina y un masoquista que se subordina porque se siente inferior, impotente, insignificante. Su más patente expresión es la cultura militar y las imposiciones de dictaduras, como también las relaciones entre el empleador y el empleado, entre el varón y la mujer, entre el rico y el pobre, etc. El lumpen despolitizado y enajenado es la principal “base social” de la derecha y del fascismo.

La destructividad se dirige a la eliminación del objeto o situación que provoca frustración y angustia. Clara manifestación es la anulación y desaparición de “enemigos”, matándolos, torturándolos, exiliándolos, haciéndolos desaparecer y negando la memoria histórica. También se da la auto destructividad expresada en la extensión de la drogadicción, del alcoholismo, de la violencia intrafamiliar, del bulling, etc.

La conformidad es el mecanismo de evasión más difícil de reconocer, porque el individuo deja de ser él mismo al adoptar las pautas culturales de la clase dominante. Se siguen las modas y la propaganda por el temor a ser marginado de la masa. La conformidad es naturalizada y adoptada por la gran mayoría de quienes son considerados “normales”, “buenos ciudadanos”, “civilizados”, “demócratas”, etc. La persona deja de ser ella misma y adopta la forma de pensar, decir y vivir propia de la mayoría y que ha sido impuesta principalmente por los medios de comunicación que dependen de quienes detentan el poder. (3). Así es como se obliga a la desaparición de la discrepancia entre “yo y el mundo”, perdiéndose la propia identidad porque “el capitalismo moderno necesita hombres que cooperen mansamente y en gran número; que quieran consumir cada vez más; y cuyos gustos estén estandarizados y puedan modificarse y anticiparse fácilmente. Necesita hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad, principio o conciencia moral (dispuestos, empero, a que los manejen, a hacer lo que se espera de ello, a encajar sin dificultades en la maquinaria social); a los que se pueda guiar sin recurrir a la fuerza, conducir sin líderes, impulsar sin finalidad alguna, excepto la de cumplir, apresurarse funcionar, seguir adelante” (4). La pretensión de los dueños del poder es que los pueblos se crean libres, pero en la realidad se encuentran enajenados. Al perder la identidad, las personas carecen de originalidad y de creatividad. La enajenación por la incapacidad de ser “yo mismo” conduce al anhelo de sumisión y, a la vez, al apetito de poder. Sólo se está seguro cuando se satisfacen las expectativas de los demás. La frustración y la desesperanza conducen a que se acepte cualquier “líder” o ideología que otorguen, superficialmente, significado a vidas vacías de identidad.

En esta simultaneidad de anhelo de sumisión y de apetito de poder aparece el fascismo con sus impulsos sádicos y masoquistas. Esta relación “simbiótica” se produce por la incapacidad del individuo de sostenerse por sí mismo y por la ignorancia “programada” que impide pensar por sí mismo. Pensar produce miedo porque abre las puertas de la verdad. El fascismo conduce a “amar” al poderoso y a odiar al débil. La falta de esperanza, la soledad y la impotencia frente a los mecanismos económicos, políticos, sociales y culturales que impiden la felicidad constituyen la tierra fértil del fascismo.

IV

¿Por qué no podemos cambiar? El nudo de la necesidad de cambio y el miedo a cambiar se encuentra en un pueblo que no tiene identidad, porque tiene miedo de reconocerse en la situación deplorable en la que se encuentra y se niega a pensar, porque ello exigiría aceptarse como responsable de su situación. Por eso se inclina fácilmente hacia lo que pareciera ofrecerle fácilmente la seguridad que no tiene. De allí el apoyo generalizado a la represión y marginación de las personas y grupos capaces de pensar por sí mismos.

Los cambios culturales se producen en relación dialéctica con los cambios de las personas a través del diálogo social, de la información crítica, del conocimiento, del significado de los acontecimientos. Es lo que se denomina EDUCACIÓN POLÍTICA, en medio de una economía globalizada que daña a la humanidad por su afán enfermizo de riquezas acumuladas por el 1% de los habitantes del planeta. “Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose” (5), sino haciéndose responsable de sí mismo y de los demás al comprometerse con las decisiones conscientes de por qué éstas se realizan. Sólo así se podrá vencer el miedo a la libertad para hacer los cambios que Chile y el mundo requieren. En caso contrario, se continuará en el hundimiento de la “tierra movediza” de la mentira y de la injusticia institucionalizadas.

En el actual momento de miedo generalizado de la sociedad chilena, es válido rememorar situaciones históricas similares y que podrían ser ejemplificadoras: tras la ocupación de Francia por los nazis, el filósofo Jean-Paul Sartre, también integrante de la Resistencia, afirmaba que “nunca hemos sido más libres que bajo la ocupación alemana; habíamos perdido todos nuestros derechos. Por todas partes, en los periódicos, en las pantallas, encontrábamos ese inmundo e inexpresivo rostro que nuestros opresores querían darnos de nosotros mismos. A causa de todo eso, éramos libres. Porque a cada instante, para existir, había que decir no. Esta responsabilidad total, en soledad total: ¿no es la revelación misma de nuestra libertad?” (6).

Por Hervi Lara B.

Santiago de Chile, 1 de septiembre de 2024.

Fuente fotografía

NOTAS

  1. PNUD 2017. ↩︎
  2. Cfr: Jean-Paul Sartre, “El existencialismo: ¿es un humanismo?” (Spanish International Books, 1° edición, México, 1983). ↩︎
  3. Cfr: Fromm, Erich, “El miedo a la libertad”. (Editorial Paidós, Buenos Aires, 1971). ↩︎
  4. Fromm, Erich, “El arte de amar”. (Editorial Paidós, Buenos Aires, 1985, pág. 86). ↩︎
  5. Francisco, “Fratelli Tutti”. (Encíclica sobre la fraternidad y la amistad social). (Asís, Italia, 3 de octubre de 2020). ↩︎
  6. Sartre, Jean-Paul, “Les lettres francaises”, París, septiembre de 1944. ↩︎

Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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