Señor Director:
Es preocupante la situación actual. La forma en que se ha expandido esta pandemia deja en evidencia que a veces la interconexión y la velocidad con que viaja la información nos puede jugar una mala pasada, tanto a los gobiernos como a los ciudadanos. Mucha gente lo venía anticipando, pero preferimos hacer oídos sordos y como se dice en la jerga popular; estamos “pagando el pato”. Y harto caro que nos salió, llegando a afectar absolutamente todos los aspectos que construyen tanto a una sociedad como a sus habitantes.
Uno de ellos (a mí parecer el más importante) la salud. Reprimido para muchos y reservado para unos pocos, es sin duda un pilar fundamental para la vida que va más allá de tratamientos y pastillas, llegando a ser la clave para prolongar la estadía en este mundo, apartando ese abstracto, pero a su vez real miedo que nos consume al escuchar la aproximación de la muerte.
Aunque no solo la salud de las personas corre peligro en estos días, sino que también la del gobierno. Ese organismo elegido democráticamente (bueno o no, eso lo dejo a juicio de cada uno) que cada vez va empeorando más, mostrando síntomas claros de deficiencias enormes que lo obligan a mantenerse en su cama con cuarentena obligatoria. Pese a presentar pequeñas mejorías con aumento de su aprobación, lo que está por venir puede que sea su muerte definitiva. Y no me refiero precisamente a la continua y preocupante expansión de la pandemia, sino más bien el escenario que deberá afrontar después de que toda esta problemática llegue a su fin; una crisis social incompleta, una nueva constitución en el horizonte y una economía que tiene pocos puntos de donde poder afirmarse. Probablemente pueda recuperarse, pero la inmunidad está lejos de ser algo que va a poder adquirir. La vacuna llegará muy tarde como para poder salvarlo de una debacle inminente.
Es evidente que esta muerte va a repercutir en distintos sectores de nuestra sociedad, pero creo que el más afectado será el Estado como eje estructural. Si bien se ha venido desmoronando desde octubre del año pasado, lo que se ve en el horizonte puede ser el golpe final que termine derribándolo. Y no me refiero el surgimiento de la anarquía y el caos propiamente tal, sino más bien al restablecimiento de un organismo transparente y libre (sin cadenas de constituciones previas), donde cada ciudadano pueda ejercer un rol importante para velar por la prosperidad del país, aportando más soluciones claras que problemas inconclusos. Estos últimos, podrían incluso generar un retorno al estado actual en el que vivimos, lleno de una constante y asfixiante (para muchos) incertidumbre.
El panorama que acabo de exponer no se debe considerar como un precursor del miedo. Todo lo contrario, es una oportunidad para cambiar tanto a nivel individual como colectivo, permitiendo de esta manera crear una sociedad más consciente de los pasos que da en el presente y los que podría llegar a dar en un futuro.
Francisco Rojas Chamorro
Estudiante egresado de 4to medio